El arte del intento




Barrio La Marina. L'Hospitalet de Llobregat. Noviembre de 2010.

Fotografía de Miguel Ángel Cepeda


El arte del intento
Más allá de la participación y los espectadores

Abstract

En las primeras décadas del siglo XXI el Arte aparece como una de las estrategias más usadas y reivindicadas por parte de las instituciones al momento de intervenir el campo social. A través de proyectos artísticos se invita a la ciudadanía a participar autónomamente en iniciativas con objetivos predeterminados. La participación es el mecanismo de integración por excelencia: no sólo constituye la clave sino también el indicador de éxito y legitimidad de cualquier proyecto institucional. El mismo Allan Kaprow veía en la participación la salida a la condición pasiva de los espectadores. Sin embargo, la construcción de los espacios sociales hoy pasa por algo más allá de la participación de la ciudadanía en los proyectos determinados por las instituciones, e incluso por los artistas. Más que participar en proyectos codificados por otros, las nuevas generaciones se atreven a emprender y a tomar el control de sus propios iniciativas. En eso consiste el arte del intento del que habla Carlos Castaneda: en afilar el vínculo de conexión con lo absoluto mientras emprendemos y sostenemos nuestras iniciativas, y asumimos la responsabilidad de cada una de nuestras acciones. En medio del exceso de proyectos que caracteriza los modos de vida de las sociedades globalizadas el intento aparece como una opción alternativa al momento de canalizar los deseos y las voluntades tanto individuales como colectivas. Mientras los proyectos se definen por el sentido que poseen, los intentos no se definen más que por las sensaciones vividas y las fuerzas que los animan. Los proyectos funcionan a partir de objetivos determinados mientras que los intentos siempre permanecen abiertos: son, por naturaleza, códigos abiertos. El intento está más allá de cualquier finalidad. El proyecto fija los itinerarios y los rumbos, mientras el intento juega con el azar libremente: lo más relevante es el proceso, el camino emprendido; lo que vale es la experiencia, no el resultado ni el producto. El proyecto depende de las intenciones, pero el intento está más allá de intenciones, de intereses y de metas determinadas. Aún así, el proyecto no es más concreto que el intento; es igual de pragmático y efectivo. Simplemente, es una fuerza que no puede medirse, evaluarse ni calificarse en términos racionales costo – beneficio, tal como el Sistema demanda. Los intentos se encarnan a diario en todas partes, por gente desplegando su arte cotidianamente sin depender de los proyectos de las instituciones. Es el caso de Santi, un jovencito de origen colombiano radicado desde muy pequeño en un barrio postindustrial de L´Hospitalet de Llobregat. En medio de la falta de vida de muchas de sus calles y de sus parques se despliga el intento de Santi y otros chicos, una experiencia autogestionada y autodeterminada por ellos mismos: la práctica cotidiana del parkour, el arte del desplazamiento, una de las artes definitivas del siglo XXI, precisamente, por su naturaleza libre e indeterminada.

Keywords

Intento, participación, espectadores, proyecto artístico, Arte procesual, autogestión, autodeterminación, postindustrialización, parkour, Cuerpo sin Órganos, Carlos Castaneda.


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“Cualquier cosa es un camino entre un millón de caminos. Por tanto, un guerrero siempre debe tener presente que un camino es sólo un camino; si siente que no debería seguirlo, no debe permanecer en él bajo ninguna circunstancia. Su decisión de mantenerse en ese camino o de abandonarlo debe estar libre de miedo o de ambición. Debe observar cada camino de cerca y de manera deliberada. Y hay una pregunta que un guerrero tiene que hacerse, obligatoriamente: ¿Tiene corazón este camino? Todos los caminos son lo mismo, no llevan a ninguna parte. Sin embargo, un camino sin corazón nunca es agradable. En cambio, un camino con corazón resulta sencillo: a un guerrero no le cuesta tomarle gusto; el viejo se hace gozoso; mientras un hombre lo sigue, es uno con él”.

Carlos Castaneda, La rueda del tiempo.



Una vez saltado el último muro y después de un aterrizaje impecable se incorpora de nuevo y toma el camino de salida. Después de varias hora en el parque Can Sabaté, su territorio de entrenamiento, Santi se dirige a casa, a ver a su novia. Sin prisa, a buen paso, toma el Carrer de la Minería y atraviesa de un solo golpe el Passeig de la Zona Franca, aprovechando que los automóviles apenas vienen a lo lejos. Una vez al otro lado improvisa un eficaz recorrido que lo lleva por la Carretera del Prat, el Carrer del Radi y el Carrer de la Arquitectura, en una soleada tarde de viernes en L'Hospitalet de Llobregat. Al doblar la esquina se detiene por un momento, se concentra, alza la vista, respira profundamente, camina dando un par de pasos y, de repente, su andar se convierte en una carrera para tomar impulso. Con un solo salto formidable atraviesa la mitad de las largas escaleras que se encuentra a su paso, aterriza, se da media vuelta y se apoya en la baranda metálica para volver a saltar y, esta vez, tocar suelo. Se incorpora sin parar y vuelve a tomar impulso corriendo a través de los coches aparcados para saltar de nuevo, esta vez frente a un inmenso muro de piedra, el cual escala hábilmente apenas apoyándose un par de veces con sus manos y sus piernas, hasta llegar al otro lado y seguir su camino. Así es que Santi decidió recorrer ese pasaje de su barrio: volando a través de las calles. En menos de un minuto, con tan sólo dos o tres movimientos, atravesó un curioso pasaje urbano, justo al lado del Centre D'educacio Infantil I Primaria Frederic Mistral, por el cual se entra y se sale usando unas empinadas escaleras. Fueron sólo dos o tres movimientos, pero cada uno fue majestuoso; más que como los de un gimnasta olímpico fueron como los de un animal de caza. Santi continúa relajado y en calma su trayecto, como si nada, después de semejante despliegue físico. Toma el Carrer de la Literatura, atraviesa la Gran Via de Les Corts Catalanes y se interna en un conjunto residencial al llegar hasta el Carrer de l'Aprestadora, acercándose a las bancas de cemento que rodean los Edificios 6-1 y 6-2, justo donde lo espera Anna, su novia y David, su amigo, con quien había quedado para practicar unos últimos movimientos de parkour antes de que caiga la noche.

Aún sin haber cumplido los diez y siete años Santiago es ya uno de los trazadores de parkour más experimentados del barrio de La Marina, en L'Hospitalet. Traza trayectos nuevos, recorridos desconocidos, caminos impensados, itinerarios imposibles. Traza pinceladas de luz y color a toda velocidad en medio de la calle por medio de su cuerpo. El trazador de parkour le da vida a las calles con las intensidades de sus movimientos y vuelve poesía los desplazamientos urbanos. El parkour constituye una de las artes definitivas del siglo XXI: el uso del cuerpo como un instrumento para generar poesía en medio de la vida cotidiana mientras nos desplazamos por nuestras ciudades. Precisamente, el parkour es el arte del desplazamiento: el arte de movernos de cualquier sitio a otro con absoluta fluidez. Pasar de la calle a la banca, de la banca a caminar por el muro, saltar del muro a la baranda, saltar de la baranda al balcón, luego al balcón de otro edificio, pasar del edificio al techo de otro edificio, y así, ilimitadamente, hasta donde cada cual pueda llegar. Correr, impulsarse, saltar, agarrarse, subir, escalar, recorrer sin límites la ciudad en la que se vive: el parkour es una forma sublime de arte contemporáneo. Tal como llega a darse a conocer en el nuevo milenio el parkour se gesta a mitad de la última década del siglo XX en el norte de Francia, en la población de Lisses, de manos de un puñado de jóvenes influenciados por las artes marciales e introducidos en el Método natural de entrenamiento de Georges Hébert. La palabra parkour se deriva de Les parcours du combattant, los recorridos de los combatientes diseñados por Hébert para entrenar militares y bomberos en las primeras décadas del siglo XX. Hébert a su vez se basó en los entrenamientos naturales y el cultivo cotidiano de destrezas al momento de desplazarse por sus territorios, desarrollado espontáneamente por muchas culturas indígenas ancestrales de varios continentes. Por eso habla de Método natural: sin ningún tipo de entrenamiento profesional muchos de esos indígenas contaban con una condición física más que notable, una agilidad fuera de lo común y una habilidad extraordinaria para moverse eficazmente a través de todo tipo de territorios. El arte del desplazamiento, entonces, es una de las artes más ancestrales por parte de los seres humanos sobre la Tierra; los primeros trazadores fueron los neandertales del continente africano hace cientos de miles de años, aprendiendo a moverse con fluidez a través de las espesas selvas. Pero el parkour renace hoy para desplazarnos a través de la densidad de las selvas urbanas: el parkour es el arte de recorrer las ciudades.

Lo que hace al parkour tan contemporáneo al siglo XXI es su naturaleza indeterminada: el parkour no es un deporte, no es un tipo de gimnasia, no es un arte marcial, no es una danza; el parkour es una mezcla de todo lo anterior y mucho más: es un arte de vida en toda la plenitud de la palabra. No sólo empodera la existencia y templa el espíritu de aquellos que lo practican; también llena de vida los espacios en los que se realiza, y por consiguiente, afecta a todos los demás presentes en cada experiencia. Los vecinos del barrio se deleitan o quizás se molesten, pero los trazadores de parkour nunca pasan desapercibidos. Son estrellas fugaces que quedan en la retina. Los trazadores de parkour y sus recorridos traen consigo el acontecimiento, dejan a su paso la resonancia de sus movimientos. Los espacios urbanos alrededor del planeta cuentan hoy con un nuevo influjo de energía, tal como desde unas décadas atrás el skateboarding ya lo había hecho. Surfear las calles montando skate, volarlas haciendo parkour: la ciudad termina por volver a ser un mar, un océano en el cual navegar libremente, trazando nuestras propias rutas, tejiendo nuestras propias fugas. El barrio de La Marina en L'Hospitalet no es la excepción: Santi y todos los demás chicos que hacen parkour constituyen, literalmente, las líneas de fuga de este barrio. Ellos son los agentes de descodificación de la normalidad de La Marina, que junto a todos los demás barrios que componen lo que alguna vez se conoció como La SEAT, conforma una de las realidades urbanas postindustriales más tangibles alrededor de Barcelona. Durante décadas las vidas de los habitantes de los barrios de la Zona Franca dependieron directamente de SEAT, la empresa fabricante de automóviles, la cual construyó los edificios de viviendas, facilitó muchos recursos y subsidió algunos de sus servicios. Los trabajadores de SEAT y varias generaciones de sus hijos se habituaron a hacer su vida bajo el ala paternalista de la empresa, hasta que las realidades postindustriales del siglo XXI comenzaron a hacerse evidente. Miles de puestos de trabajo se han acabado, igual que muchas de las fábricas han cerrado, cesando así ese régimen de relativo bienestar y seguridad durante tantos años mantenido. Ahora cientos de inmigrantes procedentes de al menos cuatro continentes conviven con las tradicionales familias catalanas y españolas, transformando profundamente los sentimientos y los ambientes afectivos en torno al barrio. Sin embargo, el paisaje urbano se conserva. A pesar de las nuevas culturas y las nuevas mezclas culturales que posibilita, La Marina y todos los barrios de la antigua SEAT siguen siendo un hábitat diseñado por racionalidades corporativas.

De la misma manera que los habitantes de La Marina suelen hacer su vida casi sin salir del barrio, la gente de Barcelona rara vez llega a poner sus pies en los barrios de la Zona Franca a menos de que los lleve hasta allá un propósito muy específico. En los tiempos industriales una buena razón era conocer la fábrica de automóviles. Hoy, en medio de nuestro aire de los tiempos postindutrial, es casi imposible que alguien de Barcelona visite la zona, a menos de que vaya a alguno de los eventos organizados en la Fira de L'Hospitalet. Como ahora el negocio no está en la producción de bienes sino en la gestión de eventos, el capital ha decidido reubicar sus fichas, cerrando fábricas pero inaugurando centros feriales, para celebrar salones y congresos. O, por supuesto, festivales de música como Sónar, el autodenominado Festival de Música Avanzada y Arte Multimedia que durante varios años se ha venido realizando en la Fira de Barcelona Gran Vía, en el Carrer de la Botánica de L'Hospitalet de Llobregat, ubicada justamente pleno corazón de la antigua SEAT. Durante dos días consecutivos, desde la media noche hasta el amanecer, el lugar se convierte en una sofisticada rave de múltiples escenarios simultáneos, un macro evento de música electrónica con visitantes de todas partes del planeta, hordas y hordas de gente que con la misma prisa que llegan, se marchan. Una vez amanece y los últimos beats han parado, la legión se va hacia sus hoteles o sus casas, y el paisaje urbano de los barrios de la antigua SEAT vuelve a ser el habitual. Los extraños atuendos y los inusuales cortes de pelo se esfuman de un momento a otro a través de taxis y autobuses, la Fira cierra sus puertas, y el barrio vuelve a ser el mismo, con sus amplias calles casi desiertas, las gigantescas edificaciones corporativas que tapan la luz del sol, con la gente del barrio en los parques con sus familias y otros tantos camino al trabajo. Todo ocurre puertas adentro como en estos tiempos, el Sónar no es la excepción. La Fira organiza sus eventos, hace sus negocios, multiplica sus dividendos y, luego, desaparece. El capital postindutrial es mucho más despiadado: al menos SEAT ayudó a construir el barrio para sus trabajadores; la Fira, en cambio, viene al territorio, explota sus recursos (el espacio), y se va sin dejarle nada a su gente, a excepción de varias hectáreas de asfalto, su mayor aporte. Tanto asfalto, y ni siquiera se le permita a los skaters o a los trazadores de parkour utilizarlo para hacer sus figuras y sus recorridos. Los principales recursos de la zona son sus amplios espacios: eso es lo que hace este barrio incomparable frente a cualquier barrio de Barcelona, a pesar de estar justo a su lado. El capital lo sabe, y por eso explota indiscriminadamente el territorio, pero cada vez retribuyendo menos bienestar a sus habitantes.

Hace falta caminar La Marina y los barrios de La SEAT para apreciar su belleza y poder encontrar sus joyas. La banca de curvas catalanas en medio de la plaza junto a la parroquia de Sant Cristòfol, las flores plantadas en los Jardins dels Drets Humans, las pastas de la Patisseria Praga, la sorda poesía de la maltrecha esquina de la Pantera Rosa, los paseos por las Escales del Polvorí y su vista panorámica. Como todo barrio, La Marina ofrece poesía en los detalles de sus calles, y en sus particulares recorridos. Pero las consecuencias de tantos años dependiendo de las corporaciones se hace palpable. A diferencia de los tejidos sociales forjados a partir de la participación común en las fábricas o en los sindicatos, tal como ocurrió casi hasta en las últimas décadas del siglo XX, las nuevas composiciones sociales del barrio, diversificadas en cuanto a sus trabajos, sus costumbres y hasta sus lenguas, hace de La Marina en el siglo XXI un barrio en el cual la vida social espontánea compartida en las calle y el espacio público no abunda. Quizás por eso en una de sus ediciones del año 2010 el proyecto iD Barrio emprendido por IDENSITAT decide centrarse en los territorios de La Marina y dos barrios más de la antigua SEAT, Can Clos y Sant Cristòfol. En su perspectiva, tal como ellos mismos definen, “iD Barrio es un proyecto que actúa como observatorio del territorio y como laboratorio para el desarrollo de procesos creativos que se conectan con determinadas actividades sociales ultralocales. Esto es en determinados microcontextos que forman parte de concentraciones urbanas contemporáneas”. El propósito de iD Barrio es generar intercambios y dinámicas sociales a través del Arte: “Persigue estimular la creación colectiva y el intercambio cultural como posibilidad del desarrollo y transformación del territorio, a través de procesos creativos impulsados por la relación entre las prácticas artísticas y el espacio social local”. Resulta valioso pensar en La Marina como una localidad pertinente para emprender proyectos como los de iD Barrio: el intento de estimular la creatividad y las acciones colectivas en las zonas de las ciudades que más lo necesitan. A veces, en medio de la apacible inercia en la que se sumergen las calles del barrio, alcanza a sentirse un poco la desvitalización de sus espacios, la infertilidad de los acontecimientos regada por medio del orden y la excesiva planificación de sus espacios, siempre más grandes que la vida social espontánea que en ellos llega a albergarse. A veces la serena belleza del barrio no es suficiente para olvidar la pequeña distopía corporativa en la que se convirtió la antigua SEAT: el barrio de las grandes calles, de las grandes edificaciones, de los abundantes parques, de los amplios espacios, pero escasa de vida social espontánea. Un barrio ultraplanificado para no tener que buscar nada afuera, moderno y funcional, con sus áreas estrictamente separadas y delimitadas, sus conjuntos de edificaciones de viviendas uniformizadas a un lado, las zonas verdes al otro, las avenidas rectas y una intensa circulación de coches. Un proyecto urbano que encarna el espíritu de la ciudad moderna, al más puro estilo de Le Corbusier, utopías urbanísticas que, como tantas otras veces en tantos lugares del planeta, terminan propiciando la privatización de las relaciones sociales y el detrimento de la vida social espontánea en la calle, distopías de soledades acumuladas en una densa población.

iD Barrio plasma una tendencia creciente en el siglo XXI: el uso del arte como estrategia para la intervención en las dinámicas sociales. El propio proyecto de IDENSITAT, el que propicia el de iD Barrio, nace primero como una iniciativa de intervención del espacio público por medio de las prácticas artísticas, y poco a poco termina por convertirse en un intento de “experimentar nuevas formas de implicación e interacción en el contexto social”. Después de la primera década de la era 2.0. el espíritu libertario que alguna vez intentó fundir el arte con la acción social se ha institucionalizado por completo. Una vez que el sistema de vida de las democracias capitalistas ha capturado e integrado bajo el rótulo de Artivismo las iniciativas emprendidas por fuera de las instituciones del mundo del Arte ahora son las propias instituciones las que buscan incidir en la realidad social a través del Arte. IDENSITAT, por ejemplo, es un “proyecto artístico que investiga formas de incidir en el espacio público”, y a través de iD Barri intenta “analizar para entender las dinámicas del espacio, visualizar para interpretar las articulaciones diversas que operan en los lugares, proyectar para trazar nuevas dinámicas productivas, colaborar para potenciar y para multiplicar las capacidades creativas”. Con el apoyo del Ajuntament de Barcelona, y también de la Generalitat de Catalunya, además de otras instituciones y, en este caso concreto, de la Unió d’entitats de La Marina, la edición de iD Barrio en la antigua SEAT se pone en marcha con varios objetivos concretos: “Conectar espacios de la ciudad creando circuitos temporales y prácticas de apropiación y visualización urbana. Impulsar el desarrollo de proyectos creativos que conecten con acciones locales en el contexto específico de los barrios de los barrios de Can Clos i SEAT y generar propuestas y visualizar datos basados en el contacto directo con los barrios”. El Arte es la estrategia contemporánea por parte de las instituciones para incidir en el espacio público y las dinámicas sociales involucradas. Lo que alguna vez consistió en una vía de fuga a la institución Arte y al estado de cosas del sistema de vida capitalista constituye hoy un mecanismo oficial por parte de las instituciones para mantener operando el dispositivo del Arte sobre el resto de la vida social. El uso del arte como estrategia para la transformación social ya no es subversivo; ahora es sistémico: son las propias instituciones, en los tiempos de las sociedades de control como de las que hablan Foucault y Deleuze, o Hardt y Negri, las que se apropian del discurso del Arte al momento de poner en marcha observatorios y proyectos de intervención social.

¿Cómo usan las instituciones el Arte para intervenir en la realidad social? A través de la participación. La participación ciudadana no sólo es la clave, sino también el indicador del éxito de los proyectos institucionales que buscan incidir en los procesos sociales. Es el caso concreto de iD Barrio, que “busca la participación social, busca las fisuras para generar oportunidades de crear, a través de metodologías colectivas, nuevas referencias en el territorio en lo que plantea su actuación”. El taller organizado por iD Barrio La Marina está dirigido a “artistas, diseñadores, arquitectos, educadores, gestores culturales, dinamizadores socioculturales, trabajadores sociales, estudiantes de sociología, antropología, arte, arquitectura, educación, así como a un público que vive y participa en proyectos de barrio”. Está dirigido a todos; lo que se busca es que todos participen. Ese es el único y gran mecanismo de legitimación del sistema de vida global: la participación de la gente, la participación de las vidas administradas, la ciudadanía. Mientras no haya participación ciudadana no hay legitimación social en los proyectos institucionales. Esa es la condición, pero en el fondo, también es siempre, por sí mismo, el objetivo más importante. Al usar el Arte como una institución, entonces, lo que se busca es que la gente llegue a participar en los proyectos creados por artistas, participar en proyectos artísticos. Por más de dos siglos el sistema de vida capitalista se ha esforzado por mantener la distinción entre el Arte y el resto de las instancias de la vida social, igual que su consecuente distinción entre artistas y no artistas, la masa informe de público que se piensa en términos de espectadores. Por un lado los artistas, en su rol activo, y por otro, los espectadores, en su condición de pasividad. La lucha por romper con la separación entre artistas y espectadores emprendida por las vanguardias comenzando el siglo XX cruza un umbral de variación a partir de la década de 1960, sobre todo a partir de la obra de Allan Kaprow, el primero en hablarle de happenings al recientemente reconocido mundo del Arte. El devenir del arte plasmado por Kaprow como un signo de los tiempos consiste en la puesta en práctica de un arte participativo con sus fuentes en la experiencia cotidiana. Para Allan Kaprow la participación no sólo es la clave en la disolución de las fronteras entre arte y vida, sino además es lo único que hace cruzar el umbral entre el yo del artista y las vidas de los demás. Anticipado ya varias décadas a lo que estaría por declarar oficialmente el mundo del Arte, plantearía en la primera parte de su famosa declaración de principios conocida como La educación del no-Artista de 1971, que “el actual, probablemente global, medio ambiente nos involucra en un modo cada vez más participativo”. Efectivamente, como lo intuye Kaprow, el sistema de vida en tiempos de globalización necesita simular, no sólo que es incluyente, sino que cuenta con la participación de los ciudadanos. La participación es el mecanismo que nos integra al Sistema.

Kaprow busca transformar la experiencia del arte a la que nos hemos acostumbrado, el arte para espectadores, en un arte para participantes: la participación de la gente a través de la emulación consciente de lo no artístico. El intento explícito de Kaprow es generar arte de nuevo, pero arte por fuera del régimen del Arte: ese Arte en mayúsculas que él, mejor que nadie, ayudó a develar. El arte del que habla Kaprow es el no-Arte, el de los no-Artistas: esa es su estrategia para luchar contra la separación entre artistas y espectadores. Sin embargo la participación, por naturaleza, implica la intervención de unos en algo creado por algunos otros. El no-Artista que Kaprow encarna es, más exactamente, el Artista que intenta desaprender el oficio profesional del Arte imitando la vida. Pero, después de todo, el no-Artista sigue siendo el que decide qué hacer y cómo hacerlo, para que los demás hagan parte de él o no, si así lo desean. Por más abiertas al azar que puedan estar las acciones emprendidas, un cierto grado de determinación se establece cuando se crean proyectos y se invita a los demás a participar en ellos. Ese grado inherente de determinación que traen consigo el relato del proyecto artístico y su correlato de la participación le resulta particularmente funcional al Sistema. La participación es uno de los valores con los que se definen las sociedades de control, sociedades de la participación, de los libres mercados y de las democracias participativas, de la opinión ciudadana en los medios de comunicación y ahora, claro, de los proyectos artísticos con participación del público. Por eso la participación es uno de los discursos favoritos de las instituciones: porque a través de la participación se integra la gente al sistema de vida, generando en el ambiente una notable sensación de autonomía por parte de los participantes. Invitando a participar al otro se le ayuda a creer que es libre. Participar en las elecciones a los cargos públicos, participar en los eventos organizados por las instituciones, por supuesto, participar en las ofertas y en los concursos, día a día, ayudan a creer que se es libre, sobre todo en un sistema de vida como el de las democracias capitalistas, en las que se define la libertad como la capacidad de elección. Cuando la libertad del Sistema es un Freedom of choice, entonces la participación es el mejor anzuelo para que las vidas se integren a él: así se integran solas, por su propia cuenta, con total autonomía. Son claros los límites del potencial libertario de la participación: la falta de autodeterminación por parte del participante. El problema del valor y de la práctica de la participación, es que los que participan no deciden ni definen qué es ni en qué consiste aquello en lo que se participa. La participación, entonces, es muy efectiva si lo que se quiere es que el público adquiera un rol activo y deje de aparecer como un simple montón de espectadores. Pero si lo que se intenta es dejar de pensar en términos de Artistas y no-Artistas, si lo que se desea es estar más allá de la separación entre Arte y vida, entonces es necesario ir más allá de la participación.

La participación es valiosa y positiva para compartir experiencias con los demás. Pero lo que mueve nuestras vidas no vale la pena gestionarlo participando en proyectos determinados por otros. Lo que mueve nuestras vidas hay que sacarlo adelante por nuestra propia iniciativa. Todos los proyectos diseñados por los participantes de iD Barrio resultan provechosos para que se generen chispas imprevistas, que hagan saltar el fuego donde menos se pensaba, por parte de la gente que viene de afuera de los barrios intervenidos, justamente aquellos que pueden ver lo que estando adentro todo el tiempo no puede verse. Pero si el intento principal es promover la creatividad, la acción colectiva y el intercambio cultural, entonces lo que más urgentemente se necesita es la puesta en marcha de iniciativas emprendidas por los habitantes del propio barrio. La única forma por medio de la cual se puede revitalizar la acción colectiva en un barrio como el de La Marina, más allá de la pertinente colaboración por parte de las instituciones, es a partir de los intentos autogestionados por los habitantes del mismo barrio. Desde esta perspectiva, lo que hace Santiago junto a los otros chicos que practican parkour en La Marina constituye algo más que una bonita anécdota: de hecho, y sin que ellos lo pretendan, constituye un ejemplo a seguir, una lección no buscada, acerca de la manera en que se puede habitar un barrio y llenar de vida los espacios y la gente que los comparte. El Santi aún no es mayor de edad, y ya es uno de los vecinos más admirados por la gente de la comunidad, sobre todo por los niños, por el asombro que en ellos despierta con cada uno de sus sorprendentes movimientos. Nos enseña muchas cosas el Santi, a gente de todas las edades. Nos enseña que incluso más valioso que participar en algo, es poder darle vida nosotros mismos. Nos enseña que vale la pena intentar ponernos al control de lo que hacemos y de nuestra propia vida. El barrio que vive el Santi es el barrio que él mismo quiere ver, experimentar, vivir. No está sólo en su cabeza: cualquiera puede presenciar su manera de habitar el lugar en que vive. Él mismo, deslizándose a través de las calles, crea el barrio que quiere, y además, lo comparte. Más allá de nuestra participación en la reflexión crítica sobre el presente está lo que podemos hacer y lo que podemos compartir con los demás. Más allá de cualquier proyecto están nuestros intentos.

Resulta altamente significativo que el parkour de Santiago, una de las más poderosas fuentes de vitalización de los espacios públicos del barrio La Marina durante estos últimos años, no constituya ningún proyecto. El parkour de Santi no es un proyecto: es su intento; y eso hace de su fuerza algo mucho más vital. El intento aparece como la auténtica opción con respecto al exceso de proyectos que caracteriza nuestra época, especialmente por parte del mundo del Arte. El mismo iD Barrio se autodenomina como un “laboratorio de proyectos”, porque cuando se trata de pensar y poner en marcha la potencia práctica del arte el proyecto suele eclipsar las demás salidas. El objetivo práctico de iD Barrio BCN La Marina es “crear un archivo de proyectos con las propuestas y posibilitar el desarrollo de algunos de ellos en el territorio”. La prioridad es que se propongan proyectos, como si los proyectos fueran la única forma de emprendimiento posible. Las fuerzas que impulsan cada iniciativa pueden llegar a cobrar la forma de proyecto, pero no se tienen que canalizar así, necesariamente. Frente a la enriquecedora variedad de proyectos que se gestionan a través de las instituciones se encuentra la fuerza del intento, que suele animar los emprendimientos más naturales, más urgentes, más espontáneos, más vitales. En el caso de La Marina, entre una serie de relevantes proyectos diseñados por profesionales externos al hábitat abordado irrumpe con luz propia el intento de un jovencito que vive en el barrio desde hace ya algunos años. ¿En qué se diferencia un intento de un proyecto? La principal diferencia radica en que los proyectos funcionan a partir de objetivos determinados mientras que los intentos siempre permanecen abiertos. El intento es puro código abierto, es una fuerza de descodificación, de lo que Deleuze y Guattari llaman desterritorialización. Al proyectar determinamos las imágenes de lo que está por venir, mientras que al intentar, simplemente, se desea sin cerrar en una imagen determinada lo que se quiere. El proyecto fija los itinerarios y los rumbos, mientras que el intento juega con el azar libremente. Se suele creer que proponer y gestionar un proyecto resulta más serio que simplemente intentar algo, tal vez por una ilusión de que con un proyecto las cosas se estarían realizando más concretamente. Pero el proyecto no es más concreto que el intento: son sólo dos maneras de canalizar las fuerzas, las dos igual de útiles, de pragmáticas, de concretas y de reales. El intento produce igual o más realidad que cualquier proyecto. Lo que pasa es que el proyecto, a diferencia del intento, al funcionar mediante objetivos puede llegar a medirse, con cifras si se quiere; los proyectos pueden evaluarse y calificarse, mientras que el intento está más allá de dichos sistemas de valor. Las instituciones no funcionan oficialmente a partir de intentos sino de proyectos, porque de este modo se puede medir, evaluar y calificar sus gestiones. Las empresas gestionan proyectos porque de este modo pueden establecer unas metas claras, que de no ser cumplidas indicarían algún fallo por corregir. Ningún tipo de institución del sistema de vida global podría legitimar sus actuaciones sin determinar proyectos, plantearse unos objetivos y trazarse unas metas. Pero las vidas, individuales y colectivas sí que pueden llegar a concretar sus deseos sin la necesidad de proyectos, y a aprovechar la gran ventaja que con los intentos se obtienen: la indeterminación. Ninguna de las dos opciones es mejor que la otra: todo depende de lo que deseemos. Si necesitamos concretar nuestros deseos a partir del cumplimiento de unos objetivos y unas metas, entonces necesitamos emprender proyectos. Si podemos concretar lo que queremos y cumplir lo que deseamos sin pasar por resultados predeterminados, entonces podemos entregarnos a la fuerza impredecible del intento.

El intento está más allá de cualquier finalidad: esa es su gran diferencia con respecto al proyecto. El intento se encuentra más allá del sentido y de las intenciones, incluso a pesar de que se tenga un sentido y se conozcan las intenciones de lo que se hace. No se necesita de un sentido para emprender rigurosamente un intento, porque la finalidad es lo de menos. Sin duda, lo más relevante en el intento es el proceso: el camino emprendido. Desde esta perspectiva, el intento resuena de un modo mucho más intenso con el espíritu del Arte procesual que desde las primeras décadas del siglo XX emergió como respuesta al exceso de racionalidad y de sentido que venía dominando el quehacer artístico. En el Arte procesual el objeto y la finalidad pasan a un segundo plano, porque lo realmente importante es el hacer. Lo que importa es el viaje, no el destino. Lo que vale es la experiencia, no el resultado ni el producto. Es precisamente lo que con el parkour sucede. El parkour no es un compendio de técnicas o movimientos, ni es un sistema ni siquiera: no es un conjunto de procedimientos mantenidos establemente, no hay ninguna regla determinada, no hay ningún tipo de código, ni de paradigma, ni de metodología específica, ni de tradición restringida. Por naturaleza el parkour es free style. Por supuesto, existen un conjunto de movimientos básicos, pero los aprendices se mueven experimentando libremente a través de sus fortalezas, ya sea haciendo una recepción con rodada o una recepción con rama, un pasa vallas o un pasa murallas, dependiendo de la capacidad de salto con la que se cuente, un reverso, una plancha, un rompe muñecas, o quizás un salto del tigre, en cada caso, según el riesgo que cada cual asuma correr. Cada experiencia de parkour constituye una singularidad única. Ya se trate de la eficacia del parkour de David Belle, la libertad del Free-running de Sébastien Foucan, o del alto grado de estetización de las acrobacias del colectivo Yamakasi, la influencia va a ser de una cierta manera y no de otra, con un cierto espíritu y no otro. De cualquier manera, es sólo hasta la expresión de la subjetividad individual o colectiva de cada caso particular donde se termina de definir cada estilo. Así como se dice ¡tu kung-fu!, se dice ¡tu parkour!: es lo que cada individuo y cada colectivo hacen, lo que cada cual, solo o en grupo, traza. Tal cual: el parkour es el recorrido trazado a cada momento. Es cada viaje, cada nuevo vuelo a través de las calles. De igual modo, el intento está más allá de nuestras intenciones, la fuente de los intereses, las metas y cualquier otro tipo de racionalidad que impulse nuestra voluntad. Por eso el intento es igual o más concreto que el proyecto, porque es pura inmanencia: el intento es lo que hacemos, independientemente de lo que queramos o no. Hacer arte, por ejemplo, no es una cuestión de intenciones: de nada vale pretender ser artistas, lo único que vale es la consistencia del intento que llevamos a cabo. Con el intento cualquier tipo de distinción entre artistas y no artistas se vuelve obsoleta, igual que la distinción entre prácticas artísticas y prácticas no artísticas deja de tener sentido. Hay un arte del intento, existe un arte de intentar concretar lo que se desea. Pero el arte del intento se puede poner en práctica a partir de cualquier cosa, cualquier actividad, cualquier camino. El parkour es sólo un camino más; a pesar de su particular potencia de libertad y de espiritualidad, lo cierto es que cualquier otro tipo de actividad, por modesta o cotidiana que parezca, ofrece un camino para poner en práctica el arte del intento. El parkour es el camino que ha tomado Santi: es la forma de hacer arte que ha elegido. Mientras que “iD Barrio busca integrar los procesos artísticos en otros procesos” el Santi, natural y espontáneamente, hace arte a través de su vida cotidiana, en medio de la vida cotidiana de los demás. No vale la pena esperar que nos inviten a nada, ni depender de ninguna autorización; no es necesario pedir permiso: lo podemos intentar por nuestra cuenta.

Intentar es darle vida a algo nosotros mismos. La experiencia del parkour en el barrio de La Marina en L'Hospitalet de Llobregat es una experiencia autogestionada y autoderminada por las mismas vidas que la hacen realidad. Es una experiencia de arte autogestionado, en la que el practicante aprende el arte del parkour por sus propios medios, esto es, a partir de la enseñanza de alguien más que lo haya hecho antes, y por sus propias investigaciones en internet, leyendo acerca de su filosofía, de sus valores, y sobre todo, viendo los videos de los recorridos que los trazadores más curtidos registran. Afortunadamente, el parkour no necesita más que la voluntad y el esfuerzo físico del cuerpo de quien quiere practicarlo; no hace falta comprar ni adquirir nada. Los edificios, los árboles y las vías son las únicas herramientas necesarias. De esta manera, los chicos pueden atreverse a saltar en la experiencia del parkour por su propia cuenta. Así es que el mismo Santi abordó el camino: observando y aprendiendo de los primeros chicos que antes que él empezaron en su barrio a trazar recorridos. Desde entonces, no ha dejado de explorar y de investigar por su propia cuenta. Su experiencia, su arte mismo es pura autodeterminación. Es su fuerza de voluntad la que lo ha llevado tan lejos en tan poco tiempo, y sin salir del barrio. No hay ninguna institución, ni ningún sponsor, ni ningún patrocinio, tampoco ninguna escuela, y no hay ningún código predeterminado detrás de lo que hace: él mismo construye sus recorridos, él mismo construye su propio camino. Los únicos valores que rigen su práctica son los que David Belle y Sébastian Foucan recuperaron de las enseñanzas de Georges Hébert: “Être et durer”, estar y durar, cuidar nuestro cuerpo con absoluta prudencia en cada intento, y "Être fort pour être utile", ser fuerte para ser útil, cultivar nuestro poder, pero no sólo para beneficio propio sino para ser útiles a los demás. Según Belle, el parkour permite mantenernos listos para responder en un momento de emergencia, en el que nosotros mismos, nuestra familia, o la gente que nos rodea llegue a necesitar ayuda. Aprender a servir al otro sin ser siervo; todo lo contrario: para ser más libres. En ese encuentro con la libertad plena es que se hallan las fuerzas en común entre algo como el parkour y las artes marciales. Por eso, sin exageración alguna, el parkour constituye el arte de vida por excelencia del siglo XXI, el arte de vida en resonancia con el vértigo de la vida urbana contemporánea. Un camino más entre todos los caminos posibles, pero un camino lleno de poder, de empoderamiento de sí mismo y del ambiente que rodea a quien lo practica. Una vía formidable para perder el ego al mismo tiempo que se gana fuerza, destreza, arrojo, valentía. No hay competencia alguna en el parkour: ni siquiera consigo mismo. El trazador de parkour no se forma a partir de autoridades, a pesar de que algunos diestros trazadores como Dan Edwardes ya hayan montado academias de formación de “trazadores profesionales”, Parkour Generations, una escuela de enseñanza regida por los parámetros del programa global A.D.A.P.T., el primero en determinar un standard de calidad para el entrenamiento de parkour y el free running. A pesar de este tipo de reterritorializaciones al servicio del capital el parkour continúa posibilitando líneas de fuga que desbordan cualquier codificación institucionalizada. No se necesitan autoridades ni sistemas de legitimación para andar de lleno el camino del parkour, ni se necesita competir con nadie; no sólo porque en los recorridos y en los movimientos trazados no hay quien gane o quien pierda, sino porque, de hecho, los trazadores de parkour aprenden a vivir más allá de valores como los de ganar y perder. En el parkour, como en el arte del intento, caer es parte fundamental de la experiencia: no sólo es positivo aprender de ello, resulta indispensable aprender a caer y así poder aprender a levantarnos e intentarlo de nuevo. No hace falta que seamos expertos ni que una autoridad venga a legitimarnos como profesionales: sólo basta con empezar a intentarlo. Hacer parkour, tocar un instrumento musical, pintar al óleo, montar un velero, enchapar la puerta de la casa, cocinar un plato extranjero, hacer lo que sea: lo importante es intentarlo.

En el intento no hay ya ganadores ni perdedores. No hay metas determinadas, sólo hay deseos que se tratan de concretar; pero las formas de concretar un deseo son siempre ilimitadas e imposibles de anticipar por completo, de tal manera que nuestros deseos se pueden volver realidad de muchas maneras. Con las metas, o se gana o se pierde, porque están tan fijadas que no hay margen para deleitarse con lo inesperado. Con el intento siempre se gana algo, porque el esfuerzo de intentar lo que queremos siempre nos lleva a algún lado. Como Guattari y Deleuze ayudan a recordar desde El Anti Edipo, el deseo produce pura realidad, el deseo es el motor vital de la existencia. El intento es la manera más plena de canalizar las fuerzas de nuestros deseos. Pero igual que Deleuze y Guattari también nos ayudan a comprender que el deseo siempre es social y no sólo personal, hace falta ver que el intento es algo que va más allá de uno mismo. El intento, al desbordar nuestras intenciones, también va más allá de nuestro ego. Las intenciones son, siempre, un embeleco del ego. El intento, por el contrario, es lo único que nos garantiza el estar actuando por algo más que nuestro propio beneficio; concientizarnos del intento en el cual estamos envueltos nos obliga a pensar éticamente, como dice Foucault, pensar el uso que le damos a nuestra libertad. Usualmente obramos a partir de nuestras intenciones, lo que no ayuda a dejar a un lado nuestros egoísmos. En cambio, al estar conscientes del intento que estamos llevando a cabo podemos ver con más facilidad las consecuencias previsibles de nuestros actos. Los proyectos suelen ser la expresión más nítida de una subjetividad. El intento, al ser un puro proceso por naturaleza, un puro viaje, es un proceso de subjetivación, una experiencia vivida que incluso puede llegar a romper con las identidades que codifican a las vidas. El intento es un gran catalizador de lo que Deleuze llama “individuaciones sin sujeto”, campos de intensidades que conforman relaciones consigo mismo sin depender de una vida basada en identidades fijas. Los trazadores de parkour aprenden, antes de llegar a saberlo, a perder el ego a través de cada uno de sus recorridos, y a librar su vida de añoranzas al dedicarse día tras día a hacer algo que se basta a sí mismo para tener sentido. No hay más límites en el parkour que los que cada cual se traza a sí mismo, dependiendo del lugar de su camino y el momento en el que se encuentre. Sin embargo, el parkour no es individualista de ningún modo. Al no existir competencia, el valor que se promueve es el contrario: la solidaridad. El compañerismo brota naturalmente al momento del parkour, porque trabajando colectivamente el trazador va a poder contar con una mayor potencia de habilidad. Los trazadores siempre buscan formar grupos, porque así pueden llegar más lejos en lo que hacen. El mismo Santi aprendió así, practicando en grupo. Y ahora que los pioneros del parkour en La Marina se han ido, el Santi está intentando armar un nuevo grupo en el barrio. Ya apareció David, que cada vez lo está haciendo mejor, y poco a poco se irán uniendo otros chicos que quieren, entre la humildad y el poder, experimentar el estilo de vida del parkour.

En sociedades tan competitivas como las del sistema global neoliberal intentarlo no vale la pena: lo único importante es ganar. La invitación es no quedarse en el intento, cumplir siempre nuestras metas. Ser un ganador, nunca un perdedor. La vida entera expuesta a la vulnerabilidad de una ética y un sistema de valores basados en la oposición ganar y perder, lo ojos ciegos ante el inmenso poder, e incluso la gran efectividad de la fuerza del intento. El intento no es lo mínimo por hacer ni apenas aquello por dónde se comienza: el intento lo es todo; el intento no sólo es suficiente, de hecho es lo máximo; el intento no sólo es por donde se comienza sino también por donde se termina, se concreta, se cierra para saltar luego a otros intentos, y comenzar de nuevo. El intento es el vector más poderoso para canalizar las fuerzas de nuestra voluntad. Es la fuerza que nos conecta con otras fuerzas inmanentes, con lo absoluto. Pocos han logrado comprender, sentir y usar la fuerza del intento, y transmitírselo a los demás como lo hace Carlos Castaneda a través de sus libros. Recupera la palabra intento, usada desde tiempos ancestrales por pueblos indígenas del norte de México como los Yaqui, y la remodela presentándola desde la perspectiva del hombre moderno, para hacerla encajar impecablemente con la vida contemporánea. Así es que, según Castaneda, “Hay en el universo una fuerza inconmensurable e indescriptible que los chamanes llaman intento, y absolutamente todo cuanto existe en la totalidad del cosmos está ligado al intento por un vínculo de conexión”. El intento de Castaneda, precisamente, siempre fue el de ayudar al individuo contemporáneo a afilar su intento, su vínculo de conexión con las otras fuerzas que lo rodean. Efectivamente, el intento se afila: se pule, se trabaja, se moldea, se afina, se cuida, se cultiva: el intento es algo que se ejercita diariamente, con amor, rigor y mística. Pero además, con absoluta entrega. Por eso Castaneda afirma que el intento implica andar el camino del guerrero: aquél que está dispuesto a dar su vida en cada acto. Sin duda aquél que anda el camino del guerrero, como los practicantes entregados de parkour, aprende a afilar su intento tal vez como ningún otro estilo de vida podría hacerlo. Los trazadores de parkour son los guerreros del siglo XXI: guerreros de las selvas de asfalto y los desiertos afectivos de nuestras sociedades globalizadas. No sólo por su incomparable despliegue físico (hasta James Bond tuvo que hacer parkour en el nuevo milenio para mantener vigente su audacia) o por su acción; el parkour como modelo para las películas de acción es apenas una anécdota mediática de la relación entre el arte del desplazamiento y el modo de vida del guerrero. Más allá del control físico está el control microfísico: el control de la mente y el espíritu; sólo en esa instancia se hace el guerrero. Todas las resonancias con las artes marciales del parkour apuntan justamente hacia aquello de lo que habla Castaneda: la transformación de nuestro modo, e incluso nuestra forma de vida; no sólo de nuestras costumbres, sino de lleno, de nuestra actitud, nuestra ética y nuestro modo de concebir la vida. A eso es lo que se refiere David Belle cuando dice que a través del parkour conoció la verdadera libertad; es la misma libertad de la que habla Castaneda y de la que habla cualquier otro arte de vida que nos lleve a aprender el ego: la libertad de poder realizar nuestros intentos, de hacer realidad nuestros deseos, precisamente, porque lo que hacemos no lo hacemos por nuestro beneficio personal. Convertir los obstáculos físicos de las calles en intentos por resolver es una poderosa estrategia para aprender a estar en paz con nosotros mismos, una condición básica para cualquier guerrero. Y además una fructífera manera de despertar nuestra creatividad y nuestra imaginación, el riesgo, la voracidad, la voluntad de poder, el atrevernos. El parkour es el arte de superar obstáculos. Como dice Castaneda, “los guerreros saltan sobre los muros, no los derriban”.

Sin embargo, no hace falta ser un guerrero para aprender a afilar nuestro intento. Ese es sólo uno de los caminos. No hace falta hacer parkour o hacer artes marciales para hacer explotar nuestro intento. La disciplina inquebrantable de un arte marcial puede ser equiparada con algún otro tipo de rigor; la potencia física del parkour puede ser reemplazada por energía sublimada a partir de modos más sutiles; en fin, la intensidad del guerrero puede ser alcanzada desde otros modos de vida. Cualquiera de nosotros puede emprender el arte del intento. Pero hace falta que se cultive. Para Castaneda, la clave del arte del intento se halla en actuar impecablemente. Dice del intento: “El único modo de afectar esa fuerza es mediante un comportamiento impecable”. Y añade: “La impecabilidad comienza con un sólo acto, que tiene que ser premeditado, preciso y sostenido. Si este acto se repite durante el tiempo suficiente, uno adquiere un sentido de intento inflexible que puede aplicarse a cualquier cosa”. No importa lo que sea: cualquier cosa puede convertirse en un intento, en nuestro intento. Lo que deseamos o lo que tengamos que hacer, lo que necesitemos o lo que creamos, el amor o la guerra, construir o destruir, hacer o no hacer: el intento puede trasladarse a cualquier fuerza vital que anime nuestra voluntad. En lugar de vivir a partir de objetivos se puede vivir a partir de intentos. En vez de construir proyectos de vida para nosotros mismos podemos vivir la vida al máximo intentando una y otra vez cosas que nos lleven cada vez más lejos (y más cerca de la plenitud). En vez de trazarnos metas podemos trazar una y otra vez intentos que nos hagan experimentar lo que aún no hemos conocido. Cumplir con las tareas que nos asignan, hacer lo que queremos, hacer realidad nuestros sueños: cualquier cosa que pasa en la vida se puede convertir en nuestro intento. El intento es un modo de canalizar la voluntad y cumplir nuestros deseos más allá del ego. El intento es una fuerza, hace parte de las máquinas abstractas de las que hablan Deleuze y Guattari, los diagramas de fuerzas inmanentes a cualquier agenciamiento concreto. El intento es abstracto hasta que se concreta en la práctica. Es un ejercicio, tal como Michel Foucault ayuda a hacernos ver las relaciones de poder, como las acciones que actúan sobre las otras acciones. El poder no es algo que se posea, es un ejercicio, y el intento no es la excepción. De hecho, el intento es el vector de empoderamiento de cualquier acción emprendida, a pesar de que el ambiente de fuerzas de las sociedades globalizadas haga tan difícil lograr sentirlo. En una época en la que el relato dominante es el de ganar a toda costa, el intento no sólo es infravalorado sino además frecuentemente ignorado o desechado a cambio de otras actitudes vitales que no recurren al esfuerzo tal vez, o que no le dan cabida al riesgo. “El intento es una fuerza que normalmente no utilizamos”, dice Castaneda. Resulta que el intento es algo más que una concepción o una manera de ver las cosas que hacemos. El intento es en todo rigor una fuerza, es algo real, físico, microfísico específicamente, pero absolutamente inmanente a la realidad que vivimos.

En tanto intensidad microfísica el intento pasa por la mente, y de hecho necesita pasar y consolidarse en la mente de aquél que intenta algo; hace falta “un propósito riguroso y fiero, un estado especial de la mente que se llama intento inflexible”, dice Castaneda. Pero luego añade que “el intento no es un pensamiento, ni un objeto, ni un deseo”; de hecho, el intento es el modo de encausar cualquier pensamiento, de concretar cualquier objeto, de cumplir cualquier deseo. “El intento es lo que puede hacer triunfar a un hombre cuando sus pensamientos le dicen que está derrotado”. El intento es una fuerza que va más allá de la mente y logra sentirse más allá de nosotros mismos. Realmente, el intento sólo se utiliza plenamente cuando otros pueden llegar a sentirlo. “El intento afilado produce un magnetismo”, describe Castaneda, acercándose a hablar de ese poder que tantas veces se ha llamado suerte. Pero hace falta “ser permanentemente fluido para poder atrapar el centímetro cúbico de suerte que el poder pone a nuestro alcance”. Lo que hace el guerrero es “desviar el poder personal que dedica a sus debilidades hacia su intento” y eso es algo que cualquiera, independientemente de que le interese el camino del guerrero o no puede aprender a hacer. La condición fundamental es aprender a actuar impecablemente. Ser impecable no tiene nada que ver con ser puro ni correcto, ni con ser pudoroso o casto, ni con ser impoluto, ni siquiera con ser ordenado o disciplinado necesariamente, ni mucho menos con ser obediente. El punk que amanece acampando, en la montaña o en el festival de verano, y apenas se despierta se baja los pantalones, orina un poco sobre sus manos y luego se pasa las manos por la cresta en el pelo para levantársela, está siendo impecable: está haciendo lo que tiene que hacer para seguir siendo punk ese día, arreglarse la cresta impecablemente, mejor aún que la de un mohawk, así sea con sus propios orines, y así ajustar la antena en su cabeza que lo llena de fuerzas para actuar sobre las acciones de los demás como él quiere. Actuar impecablemente es actuar rigurosamente, haciendo lo que haga falta hacer para concretar nuestro intento, pero con la condición de no hacer las cosas centrados en nuestro beneficio personal. Al ser impecables se afila nuestro intento, y al afilar nuestro intento intensificamos el vínculo con las fuerzas que nos rodean. No se trata sólo del “concepto más importante de ese otro sistema cognitivo” que usan los chamanes, “el intento es una fuerza que se puede visualizar cuando se aprende a ver la energía tal como fluye a través del universo”. El intento es la fuerza que impulsa nuestros actos, pero más allá de nuestro caso personal, “es la fuerza que impulsa todo”. El intento que usan los guerreros en América es el mismo Ch’i que usan los practicantes de artes marciales o los monjes budistas, y es también el mismo prana del que se alimentan los yoguis meditando a través de la respiración. Los chamanes “la consideran una fuerza omnipresente que interviene en todos los aspectos del tiempo y del espacio”, igual que el Ch’i del Tao, la especie de pegamento que hace que todas las cosas y todas las fuerzas de los universos se mantenga conectada, la urdimbre, el tantra precisamente: la urdimbre cósmica de la que hacemos parte. Como afirma el maestro de Tai Chi John Loupos, alguien dedicado a enseñar la evidencia empírica del Ch’i sobre nuestras vidas, “el Ch’i es la Fuerza Primordial, es la energía universal, es movimiento, luz, sonido y calor, es vida, es el flujo de la vida y llega más allá de la vida”. Pues bien, esa misma fuerza es la que algunos chamanes llaman intento, por motivos prácticos sobre todo: se trata de nombrar aquella fuerza a la que Deleuze llama lo absoluto con una palabra que plasme la oportunidad de invocar dicha fuerza concentrándonos en los despliegues de nuestra voluntad, y en las necesidades o las urgencias de cada individuo y cada colectivo en cualquier momento de la vida diaria. Como lo explica Castaneda es posible y de hecho, el intento es poder aprender a controlar esa fuerza.

Intentar es dejar de ser espectadores. Es dejar de ser pasivos. Es pasar a la acción. Es dejar de creer en la opresora distinción entre unos supuestamente Artistas que hacen Arte, por un lado, y por el otro, el resto de la sociedad, la cual se limita a experimentarlo asistiendo a las exhibiciones y las exposiciones de esos Artistas o, como máximo, a participar en sus proyectos. Intentar es experimentar el arte en nuestro propio cuerpo, crear algo con vida propia, darle vida a un circuito de intensidades capaz de afectar las vidas que nos rodean. El intento es mucho más que el propósito de cumplir nuestros deseos: es el modo de fundirnos, de sentir un Cuerpo sin Órganos (CsO) como del que hablan Guattari y Deleuze, sin exigencia de proyecto o de sentido, “sin nada que interpretar”, un puro“continuum de intensidades”. Para ser más exactos, el intento es el “plan de consistencia” que posibilita fundir nuestro yo con las fuerzas que nos rodean. Igual que el huevo dogón del Tao, el huevo tántrico del que hablan en ¿Cómo hacerse un cuerpo sin órganos? en Mil Mesetas: una meseta es un circuito de intensidades, como el que se forma con la pareja de amantes al hacer el amor, “un circuito de intensidades entre la energía femenina y la energía masculina”. O como los trazadores que practican parkour haciendo recorridos juntos: ellos también forman circuitos de intensidades que llegan a compartirse, alimentándose de una energía conjunta que crece por la resonancia generada con el esfuerzo colectivo. De cualquier manera, incluso cuando se practica individualmente, el parkour siempre permite al practicante el poder hacerse un CsO, un circuito de intensidades por el cual él pueda pasar, su propio itinerario de sensaciones a partir de la singularidad de sus recorridos efectuados. El parkour sólo es una forma más, entre las todas posibles de, por un momento, devenir puras sensaciones, devenir las puras fuerzas que nos atraviesan. El parkour es una forma de construir planes de consistencia a través de los cuales nos fundimos en puras intensidades. Pero cada recorrido de parkour es un plan de consistencia diferente, singular y único, igual que cada desplazamiento. Por eso Deleuze y Guattari dicen que el CsO es algo que se hace, que se construye, igual que cada recorrido de parkour se planea y se efectúa de manera distinta, dependiendo de las direcciones tomadas, de las distancias transitadas, de las intensidades invertidas. Sin embargo, como ellos advierten, al momento de hacerse ciertos CsO se necesita mucha precaución y mucha prudencia: “Liberadlo con un gesto demasiado violento, destruid los estratos sin prudencia, y os habréis matado a vosotros mismos, hundido en un agujero negro o incluso arrastrado a una catástrofe, en lugar de trazar el plan”. Es justo lo que ocurre con el parkour: es una vía poderosa, pero necesita siempre de toda la prudencia posible para poder llevarse a cabo. El cuerpo de los trazadores aprende él sólo a crear una especie de memoria muscular que les ayuda a responder corporalmente de la manera más prudente. El parkour es el arte de rebotar. Saber cuidarse es parte de su arte, saber durar lo suficiente para poder hacerlo por muchos años. Lo más importante es que cada cuerpo sea consciente a cada instante de sus límites, en lugar de que las decisiones de los riesgos por tomar las determine el ego. El intento, el plan de consistencia para la elaboración de un CsO, es una estrategia para perder el ego, pero si en el fondo de nosotros no tenemos ese deseo puede resultar en una estratagema para todo lo contrario; y allí es cuando los devenires a los que nos lleva pueden resultar destructivos. “Los guerreros actúan con un propósito ulterior que no tiene nada que ver con el provecho personal. El hombre corriente sólo actúa si hay posibilidades de beneficiarse. Los guerreros no actúan por beneficiarse, sino por el espíritu”, dice Castaneda, y lo mismo hacen no sólo los guerreros sino todos los estilos de vida dispuestos a rendirse ante lo único que vale la pena rendirse: ante la constelación de fuerzas del Afuera que nos sobrepasa. El control del Ch’i, la fuerza vital, el control de los CsO’s que nos hacemos, el control de nuestros intentos, el control de nuestra propia vida pasa necesariamente por ese acto de humildad. Y la manera más práctica de ganar esa humildad es aprender a actuar más allá de nuestro propio beneficio. “El objetivo del Parkour no es hacer dinero o crear un negocio”, dice David Belle. “No hay un objetivo lucrativo tras él. El Parkour debería ser dado a cualquiera que quiera aprender”. Igual que el arte del intento de Castaneda, en el que se aprende a cumplir los deseos sin estar centrados en nuestro beneficio, la máxima espiritualidad pasa por perder la importancia personal.

El intento es el vínculo entre nuestros deseos y la realidad vivida a nuestro alrededor. Es lo que nos hace cumplir nuestros sueños sin ahogarnos en nuestro ego, es lo que nos permite resonar con lo que nos rodea. Cuando una vida empieza a vivirse plenamente sin ego y en plena entrega a su intento, sea el que sea, hasta las mismas concepciones y percepciones del mundo se transforman, más allá de las que la razón convencional alcanza a contemplar. Aun así, incluso cuando a partir del intento podrían comprenderse muchas de las grandes cuestiones que durante siglos y bajo el nombre de metafísica han llegado a trastornar todas las certezas, en realidad, el gran valor del arte del intento del que habla Carlos Castaneda reside en su pragmatismo. No hay ningún tipo de explicación trascendental ni eterna ni universal acerca de esta fuerza y en general de la dimensión existencial de las fuerzas que los chamanes llaman lo Nagual, en contraposición a la dimensión de las formas, el mundo formal conocido por ellos como lo Tonal, porque se trata de pura inmanencia; por eso la obra de Castaneda resulta fundamental para la concepción de las máquinas abstractas y los diagramas de fuerzas por parte de Deleuze y Guattari, los máximos expositores de un pensamiento contemporáneo a la vez lo suficientemente complejo y vital como para dar cuenta del ámbito de las fuerzas, pero también lo suficientemente empírico y riguroso para abordar lo real consistentemente. Castaneda habla de una pura inmanencia: el intento es el vínculo de conexión con lo absoluto basado en el emprendimiento, el sostenimiento y la asunción de responsabilidad de cada acción que emprendemos. El intento es la alternativa más poderosa existente frente al proyecto: es una fuerza que nos invita a atrevernos, a tomar riesgos, a hacer lo impensado más allá de los cálculos racionales de costo - beneficio que imperan en nuestras sociedades. Es un modo pragmático de llenar afectivamente las vidas sin las codificaciones tan rígidas de los objetivos y las metas, pero aun así, igual o más efectivo y concreto. El intento no consiste en ningún tipo de ideal, en una fuerza inmanente encarnada a diario por gente anónima. Es el caso de Santi, un jovencito de origen colombiano radicado desde muy pequeño en el barrio postindustrial de La Marina, en los márgenes de Barcelona y L´Hospitalet, un hábitat de grandes edificios y construcciones, pero de pocos espacios sociales espontáneos. En medio de la falta de vida de muchas de sus calles y sus parques destella el arte del parkour de Santi y otros chicos: a través del intento autogestionado de unos pocos jóvenes del barrio nace un acontecimiento en medio de la monotonía de las dinámicas sociales zonales. A partir del esfuerzo individual Santi inspira los esfuerzos colectivos, no solo con el impulso a la conformación de un grupo de parkour en el barrio, igual que los otros jóvenes ucranianos y catalanes que lo hicieron antes que él y le enseñaron cómo empezar a practicarlo, sino también con el gran ejemplo de construcción social que brinda al tejer lazos sociales durante cada recorrido. Pero además, el parkour de los chicos de La Marina es un ejemplo de practicidad en nuestros tiempos: el emprendimiento de intentos que no dependen de otros para poder ser llevados a cabo. Lo más valioso de lo que ellos hacen es que no se conforman con ser meros espectadores de la realidad de su barrio; ellos lo viven a cada instante, toman la iniciativa, descodifican sus patrones, se convierten en los perpetradores de su propia realidad y afectan incluso la realidad vivida por sus vecinos. Ahí va El Santi otra vez en la calle, después de practicar junto a David algunos saltos de precisión y algunos balanceos, y luego de besar a su novia, sigue su rumbo, sigue su camino.

La construcción de nuevos y la revitalización de viejos espacios sociales en el siglo XXI pasa por algo más allá de la participación de la ciudadanía en los proyectos emprendidos por las instituciones, y en el caso del arte, de las instituciones del mundo del Arte. Más que participar en los proyectos codificados por otros, las nuevas generaciones se atreven a emprender y a tomar control de sus propios iniciativas. Atrevernos a autogestionar nuestros deseos, nuestras visiones y nuestras urgencias es la estrategia más adecuada para empezar a ponernos al control de las vidas que estamos viviendo. Sólo hace falta intentarlo. Convertir en nuestro intentos aquello en lo que más creemos, incluso hasta nuestros proyectos. Existe un arte del intento, pero el arte del intento es la estrategia de las estrategias para desplegar cualquier otro arte. El arte del intento, es decir, el cultivo de la práctica del intento sólo es posible atreviéndonos a hacerlo. El intento es un modo de canalizar las prácticas, pero por sí mismo también es cuestión de práctica; el intento hay que ejercitarlo. Desde la perspectiva de Carlos Castaneda el arte del intento sólo se puede llegar a emprender si empezamos a transformar nuestra vida, esto es, si empezamos a dejar el sistema cognitivo y el sistema de valores de las sociedades contemporáneas. Sólo así, según él, logramos desplegar los vínculos cósmicos de nuestro intento, ese pliegue individual o colectivo, de la urdimbre de fuerzas de lo absoluto, el pliegue del Afuera del que hablan Blanchot, Foucault y Deleuze. Sólo así logramos limpiar nuestro intento del “aturdimiento y el entumecimiento” en el que se ve sumergido constantemente por los intereses mezquinos de la vida normal socialmente aceptada. La normalización de las vidas producida por la Biopolítica del sistema capitalista, como Foucault lo saca a la luz, implica necesariamente la creación de nuevos modos, quizás nuevas formas de vida, implica como dijo poco antes de morir, atrevernos a “pensar de otro modo”. Esta es precisamente la invitación de Castaneda, para quien el arte del intento es apenas una parte de todo un arte de vida, de fuertes raíces ancestrales pero con flexibles rizomas conectados con nuestra actualidad. El arte del intento sólo se logra afinar cuando se ponen en práctica otras de sus técnicas vitales como perder las expectativas, asumir la responsabilidad de los propios actos o encarar el tiempo que llega. El arte del intento tiene mucho que ver con aprender a anticipar el acontecimiento por venir: en llegar a verlo a lo lejos y conseguir agarrar la ola antes de que ya se haya levantado por completo. Intentar es anticiparse, aprender a intervenir los acontecimientos y el tiempo que viene hacia nosotros. El intento definitivo es aprender a perder el ego: lo sabe bien el practicante de artes marciales o el yogui que medita, lo saben guerreros y monjes desde hace milenios. Igual también lo saben poetas y locos de nuestro tiempo, surfistas y skaters, b-boys y trazadores de parkour. Cualquier oficio es un buen camino para aprender a pensar de otro modo y pensar el uso de nuestra libertad, como Foucault ha recordado, pero además, puede ser la vía para romper la normalidad, abrazar lo desconocido. Primero aceptar que hay fuerzas más allá de nosotros que intervienen en nuestra vida. Luego, atrevernos a encaminar nuestra vida sin que los demás la dirijan. Ver cómo, por la muerte, es imposible controlar completamente la vida, pero simultáneamente, entregarse al juego de intentar ponernos al control de lo que hacemos. Esa es la cuestión de fondo de la técnica vital que Castaneda ha llamado desatino controlado.

Lo que mueve nuestras vidas vale la pena intentar hacerlo nosotros mismos. Cualquier arte puede desplegarse a través de un intento riguroso y sostenido: el arte de meditar, el arte de escalar, el arte de coser, el arte de diagramar, el arte de surfear las olas, el arte de volar a través de las calles; para cada cual siempre habrá un intento adecuado y pertinente, un intento a partir del cual darle un sentido a nuestra vida, o quizás encontrar la plenitud en la ausencia de sentido aprendiendo a estar presentes. Hasta aprender a estar es cuestión de práctica; es sólo cuestión de intentarlo. Para cada cual siempre habrá un intento en el cual concentrar sus fuerzas y con el cual encaminar su vida. Un intento, muchos intentos tal vez, para vivir muchas vidas, para llenar a cada momento nuestro cuerpo de intensidades: para vibrar. Los trazadores recorren los barrios a través de sus vías más desiertas, más infértiles de afectos, llenándolas de vida con cada salto, cada agarre, cada impulso, cada desplazamiento, cada carrera, cada aterrizaje, con cada caída incluso, con cada esfuerzo, con cada gesto, cada trazo sobre la acera, cada estela de energía en movimiento que perdura en medio de la calle. El parkour resuena con los tiempos humanos más ancestrales, pero el parkour es arte del siglo XXI: la sensación en vez de la reflexión, la práctica en vez de exhibición, el intento en vez del proyecto. El arte fugado completamente del mundo del Arte, en permanente transformación, moviéndose, con la gente, cotidianamente, en la calle. Un nomadismo como el de las heterotopías de las que habla Michel Foucault: los lugares sin lugar, igual que los barcos. El arte ahora recorre espacios errantes, versátiles, móviles, indeterminados y cotidianos. El arte como cuestión de recorridos en medio de la vida cotidiana, como el parkour. Ahí va el Santi, volando las calles de su barrio, trazando recorridos inéditos, pintando las rutas de fuga, creando relaciones de vecindad con la gente que lo rodea a la vez que desviándose de la norma, de la normalidad de los modos de vida del Sistema. Descorporativizando la antigua SEAT y La Marina junto a sus compañeros de viaje, revitalizando sus espacios, estirando sus tiempos, fertilizando la tierra árida de espontaneidad social, coloreando su belleza olvidada, entonando la poesía con los movimientos de su cuerpo, habitando sus rincones, resonando con las fuerzas. Ahí va el guerrero, saltando los muros sin pretender derribarlos, desterritorializando las rutinas de su gente, como un navío en alta mar lanzado a la aventura, trazando recorridos sin mapas, en viaje permanente dentro de su propio bario, como una heterotopía viva en medio de la marea de desasosiego en la que naufragan las utopías modernas transformadas hoy en distopías de otro milenio. Ahí vamos de nuevo, sin temor a las caídas, sin miedo a arriesgarnos: intentándolo una vez más.


Enlaces

Parkour en La Marina: http://cartografiaciudadana.net/lamarina/meipi.php

Idensitat: www.idensitat.net

Acerca de La Marina y el barrio La SEAT: www.lamarina-zonafranca.com/histviviendas.htm

Acerca del Parkour: tracer2000.free.fr / www.parkour.com / www.urbanfreeflow.com / www.umparkour.com

David Belle: kyzr.free.fr/davidbelle / www.youtube.com/watch?v=qM5aYOIbklI&feature=related

Sébastien Foucan: http://www.foucan.com / www.youtube.com/watch?v=67oSCD_Sybk

Majestic Force - Yamakasi: www.majesticforce.com / www.youtube.com/watch?v=li3Wd_2_Y-4

Parkour Generations: www.parkourgenerations.com/article/tao-parkour

Programa global A.D.A.P.T: www.parkourgenerations.com/adapt/adapt-0

Acerca de Georges Hébert y el Método natural: http://parkourpedia.com/about/hebertism-methode-naturelle/georges-hebert-history

Id Barri La Marina: www.idensitat.net/index.php?option=com_content&view=category&layout=blog&id=117&Itemid=196

James Bond Casino Royale Parkour Chase: www.youtube.com/watch?v=jJubOZLpp4A

“El objetivo del Parkour no es hacer dinero o crear un negocio”. Entrevista a David Belle: http://articulosparkour.blogspot.com/2009/06/entrevista-david-belle.html

Arte procesual: http://en.wikipedia.org/wiki/Process_art



Bibliografía

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Acerca del camino del guerrero y los chamanes del Antiguo México:
Carlos Castaneda, La rueda del tiempo. Gaia Ediciones. Madrid, 1998.

Acerca del cuerpo como medio de expresión:
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Acerca de las ciudades postindustriales:
Niall Kirkwood (Ed.), Manufactured Sites: Rethinking the Post-Industrial Landscape. Taylor and Francis, 2001.

Acerca de la Biopolítica:
Michel Foucault, Derecho de muerte y poder sobre la vida. En Historia de la sexualidad volumen I: La voluntad de saber. Siglo XXI, México, 1979.
Michael Hardt / Antonio Negri, Producción biopolítica. En Imperio. Desde abajo, Bogotá, 2001.

Acerca de las sociedades de control:
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Michael Hardt / Antonio Negri, Producción biopolítica. En Imperio. Desde abajo, Bogotá, 2001.
Michel Foucault, Saber y verdad. La Piqueta. Madrid, 1991.

Acerca de las heterotopías:
Michel Foucault, Espacios diferentes. En Estética, Ética y Hermenéutica. Paidós. Barcelona, 1999.







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