Pará qué creer en el arte



¿Para qué creer en el Arte como un producto elevado exclusivo del talento de unos pocos privilegiados cuando cualquiera de nosotros podemos practicar artes para aprender elevarnos?









Más allá del negocio del Arte


El capitalismo es el más interesado en que se produzcan obras de arte: que se produzcan objetos visibles y tangibles que se puedan comerciar, que se puedan vender. Y si se encuentra con experiencias artísticas efímeras trata de registrarlas, de fotografiarlas, filmarlas, transmitirlas o comentarlas pasándolas por los circuitos del sistema del Arte. El mundo del Arte en el siglo XXI aprovecha los registros que espontáneamente la gente del común efectúa para integrarlos al mundo del Arte y sus proyectos, sus exposiciones, sus curadurías, sus críticas, sus reportajes, sus teorizaciones, sus bienales, sus convocatorias, sus concursos, sus subastas, sus cocteles de inauguración, sus ferias y sus lanzamientos, y así preparan el terreno para la entrada del capital buscando hacer negocio a partir de ellos. Las modos de vida que intentan fugarse del sistema capitalista comparten y hacen circular lo que hacen a partir de los circuitos de sus propias redes locales y glocales, en los sitios donde viven y conviven, en la ropa que visten, en las paredes de las calles por las que pasan, en los sitios web que visitan, en las redes sociales por las que navegan y los correos electrónicos que consultan, en las rutas y los caminos que andan en su vida de todos los días, y a veces no se trata más que de compartir afectos sin la necesidad de vender lo que hacen o de buscar hacer negocios a partir de ello. Más allá del Arte como un negocio, aquí y ahora, una minoría cada vez más gigantesca en el siglo XXI usa el arte para construirse su propia vida.





Lo que nace de las ruinas



Un espacio ha sido liberado en el barrio El Raval, y así lo dice en otro cartel a la entrada: Tras pasar largas temporadas alimentándose de escombros y basura ahora se nutre del trabajo y de la ilusión de aquellos que queremos verlo florecer. Son los soplos de vida que aparecen en los escombros, los espacios compartidos que emergen de las ruinas. El espacio mutante en que deviene Hort del Xino cada domingo, tras cada nuevo evento, tras cada nueva experiencia, tiene toda la potencia que dejan los afectos de recuperar lo abandonado, de vitalizar lo que se seca. Y así es que han nacido muchos de los huertos urbanos que en Barcelona y tantas otras ciudades alrededor del planeta refrescan de vida los desiertos de asfalto, liberando espacios abandonados de una muerte lenta. Estas recuperaciones son la mejor evidencia empírica de la gran utilidad y la pertinencia del pensamiento de Lebbeus Woods: la urgencia de idear maneras de habitar los espacios devastados. Falta verde en las grandes urbes: verde para comer, verde para ver, verde para oler. Esa necesidad vital es la fuerza que anima el intento de recuperar una zona devastada como la que queda después de la demolición de una vivienda que se deja sin limpiar. Somos un grupo de gente del barrio que ante la falta de espacios verdes y lechugas frescas decidió crear un huerto comunitario en un solar abandonado. Las autoridades demolieron una edificación tras haber sido ocupada; tiran abajo todo para que no ocupen la vivienda, luego dejan los escombros. En vez de llorar el desalojamiento y la demolición se comenzó algo nuevo casi de la nada, de las ruinas y el abandono que quedan. Se sacan piedras, se barre el polvo, se arranca la maleza, se tiran desperdicios, se ahuyentan las ratas, cambia el ambiente, todo comienza de nuevo. Es otra la manera de propiciar encuentros ahora, de generar cohesión comunal, incluso multicultural, tal como sin planearlo terminó ocurriendo; sin créditos políticos para nadie, ni siquiera para aquellos que gestionan lo que allí sucede, las reuniones, las exposiciones, los festivales, las exhibiciones de cine, las castañadas. No hay movimiento social promoviéndose, lo importante es poder darle vida a un espacio, habitarlo, cultivarlo, cultivar prácticas, cultivar artes, empoderar nuestra vida.




Hort del Xino: http://hortdelxino.wordpress.com







El arte en los intersticios entre lo público y lo privado




Vas caminando por un viejo barrio conocido, vas por El Raval un día cualquiera, Raval adentro, Raval profundo, y de pronto encuentras una ligera sonrisita incrustada en un muro, unos cabellos rubios como un puñado de oro entre las piedras, unos ojos verdes y un vestido bordado a mano en una muñeca sentada en la esquina de un edificio de una calle llena de motos, gente y bicicletas. Una muñeca, una muñeca muy mona y muy bien puesta, instalada en medio del muro, cómodamente sentada, como si estuviera en casa, cuando está afuera, en fuga callejera. Ese es el poder de la instalación en todo su esplendor: el acoplamiento de un cuerpo extraño en medio del paisaje capaz de generar cambios de ambiente, variaciones afectivas. La rutina del camino a casa se rompe, la previsibilidad de la calle se corta, el acontecimiento detona desde un pequeño cuerpo, pero el trayecto ya no es el mismo después de esa diminuta sorpresa. Ese es el arte de instalar, pues parece que esa muñeca se hubiera instalado allí ella misma. Nadie sabe de dónde vino esa muñeca que luce de los tiempos de las viejas guerras, nadie sabe si fue abandonada o salió a la calle por su cuenta, si alguien más la limpió y la vistió para estar más presentable frente a la gente, nadie sabe quién la ayudó a subir a esa esquina maltratada, a ese rincón malherido y deteriorado que la muñeca vino a sanar, a curar con un poquito de bizarra ternura. El autor es lo de menos, así son las instalaciones que se han montado voluntaria e involuntariamente desde ya hace miles de años; es el arte del que hablaba Allan Kaprow, el que se produce directamente del material sensorial de la vida cotidiana. Es la auténtica poesía en la calle, el gesto intempestivo y la fuerza del asombro a partir de las pequeñas cosas, en donde las intenciones artísticas son lo que menos importa: lo que se abre es la posibilidad de convertir la rutina en viaje.



La muñeca está adentro y afuera al mismo tiempo, está en el borde, está justo en la raya trazada en el fin de un edificio y el comienzo de uno que ya no existe. La instalación efímera vive su momento acoplándose a la esquina rota que se forma entre un edificio de vivienda y un solar, igual que en los intersticios entre la calle y la morada. Ella está muy bien instalada, ella está muy bien colocada, casi levitando, casi flotando en el aire, justo en el umbral de vida que se traza con una explosión multicolor que corta el exceso de gris de esa calle de El Raval, ese exceso de gris de tantos lugares ya. La ubicación lo es todo, como dice Banksy. Es lo que marca la diferencia y lo que posibilita el acontecimiento. La puerta abierta deja ver el oasis de color que florece, brota en medio del desierto de ladrillo, cemento y asfalto y del clima nublado de la calle. Varios tonos y texturas de verde plantadas en la tierra de un huerto le dan la bienvenida al transeúnte de paso, a todo aquél que sienta la curiosidad de asomar la cabeza, de sumergirla para ver un mundo que se sale de la órbita del sistema de vida al que estamos acostumbrados, pues ya lo normal es que caminemos por las calles embebidos de nosotros mismos mirando apenas para no tropezar y así poder llegar rápido a nuestro destino, sin ver lo que caminar el barrio tiene para regalarnos, de la misma manera que la muñeca regala algo de dulzura al sonreírle al transeúnte desde su insólito refugio. En el fondo se ve el dinosaurio que desde la calle se insinúa. En los muros circundantes al huerto y al campo restante se ven todo tipo de pinturas y de pintadas, se ve un bosque mágico con aves en cuatro dimensiones, un hombre con cabeza de árbol saltando y otros tantos árboles con cara de mujer, se ve un lobo azul y un montón de plantas, ojos y fuerzas. Es el street art que se hace clandestinamente, pero puertas adentro. Es el grafiti, son las pintadas y las pinturas, son los murales llenos de formas y seres, de colores y afectos, rodeando el solar rehabitado después de la demolición de una edificación, es arte de la calle hecho como en casa.



Justo a la entrada nos dice hola, bienvenidos, una venus descabezada de colores ácidos erguida sobre un pedestal improvisado de baldosín en piedra. Un monumento a la improvisación, un homenaje a la creatividad espontánea, un par de pintadas y la estatua rota abandonada ya ha cobrado vida de nuevo, es más, se ve mejor que nunca. Algunos las vieron como obras, a venus sin cabeza y a la muñeca colocada; pero muchos otros las viven de otras maneras, de todas las que se pueden sentir en la vida diaria, como cuando vas a un bar a tomarte algo no sientes como obras todo lo que esté allí colgado o colocado. Las composiciones son mezcla de la voluntad humana de expresarse y la expresión del azar mismo. Son las artes de componer, de instalar y de montar, las artes de hacer, no el Arte humanista del Sistema, basado en el autor. La belleza y el poder en sus intervenciones radica en la vitalidad de lo efímero; sin pretender ser universales ni eternas, sin pretender ser obras o mercancías. Además, ¿quién garantiza cuánto tiempo esté venus descabezada en aquél lugar de privilegio? Saludando a la entrada a los que apenas están llegando; ni si se vaya a cambiar su manta amarilla por otras de otros colores, o si se vaya a ir a otra parte, con otro. La entrada es la misma salida en ese lugar sin lugar que ahora reluce: cierto es que ambas, la venus y la muñeca, están instaladas en intersticios entre el espacio público y el espacio privado. Es el arte en el intersticio de lo público y lo privado: son prácticas producidas en espacios inciertos, en espacios indeterminados. La propiedad privada es protegida por el poder público y en medio, en los intersticios, experiencias vividas que no se dejan ubicar en ninguna de las dos categorías. No son técnicamente ni públicas, ni privadas. El cuento va así: había una vez una edificación ocupada, una de las tantas edificaciones ocupadas en tantos barrios, pero a esta edificación la terminaron demoliendo, cuando de pronto, al poco tiempo de haber tumbado todo, de los escombros recogidos y de los restos barridos y limpiados se logró darle vida a un solar y a un huerto, un lugar de encuentro y de momentos compartidos entre mucha gente, conocidos y no conocidos entre sí. El colorín colorado puede oírse en cualquier momento pues nadie sabe hasta cuándo va a durar ese espacio compartido.






Las fronteras entre lo público y lo privado son cada vez más inciertas, lo son en algunos lugares del barrio El Raval y de otros barrios de Barcelona y de muchas ciudades más alrededor del planeta. Aún así son muchas las experiencias vividas hoy en esa zona de incertidumbre. Son inciertas las estrategias de convocatoria, mezclando ambigua y efectivamente el cartel pegado en la puerta completamente a la vista de todos en la calle, con los emails para grupos de amigos, las redes sociales en la Web y el voz a voz de la gente. Allí donde se cultiva arte hoy germina: en zonas indeterminadas. Muchas veces, por intereses se privatiza lo público, pasa en todas partes. Pero a veces como acá, el mundo es al revés: se hace casi público, comunal, lo que se mantiene restringido por el interés de especulación de la propiedad privada. Se traspasa, se traspasan los bordes entre público y privado. Se le da acceso a cualquiera a un territorio que se ha mantenido cerrado y abandonado. Se ocupa, se habita. Es un espacio liberado. Lo cual no garantiza que no se privatice en cualquier momento, pues en nuestros tiempos se viven conflictos constantes enespacios ocupados, potencias egoístas de privatización, por interés del que ocupa. Es así como lo público deviene privado y lo privado deviene público en cualquier momento en los espacios físicos de las ciudades, que ya no dan abasto a la población sin poder adquisitivo para el pago de vivienda, cuando la vivienda está sujeta a los intereses del capital. No es ni siquiera el declive de la esfera pública del que habla Habermas, es más bien el declive del hombre público del que habla Richard Sennett, pero mezclado con el nacimiento de una nueva gente por venir, o mejor, de una cierta gente que ya vemos, por ahí, en cualquier ciudad del planeta. Todo se hace público en nuestros hogares, nuestra vida privada se hace pública en la televisión y en la Web a través de las redes sociales, en vivo y en directo. Lo público y lo privado se absorben, lo uno en lo otro; los opuestos se deshacen implosionando entre sí, como pinta Jean Baudrillard. Es otra condición posmoderna de las sociedades globalizadas que le ha abierto paso a un individualismo narcisista como al que se refieren Sennett y Gilles Lipovetsky. Y a pesar de toda su evidencia y del dominio de su hegemonía, encuentra ahora otra gente: no pueblos por venir sino gente que ya ha venido, gente que responde al individualismo egoísta, gente a la que le gusta compartir espacios. Serán minorías, pero son minorías gigantescas, en Barcelona y en cantidades de ciudades de todos los continentes. Comparten espacios, adquiridos o liberados, comparten su vida y sus artes de vida.





El irreversible proceso de debilitamiento de lo público que arrastran los movimientos del capital en el sistema global ha creado nuevas estrategias y otras formas de estar juntos. Se han creado nuevas condiciones de oportunidad para hacer devenir temporalmente espacios privados en espacios abiertos, espacios indeterminados, espacios que oscilan entre lo privado y lo público sin necesidad de ser definidos o categorizados. Espacios de encuentro, espacios compartidos. A menudo hay muchos más de los que creemos que hay en nuestras ciudades, allí donde tú vives, pero brotan por todas partes. Espacios, por ejemplo, en los que se siembran plantas y se cultivan artes, como en L ‘Hort del Xino, en algún lugar Raval adentro. Un huerto plantado en el solar que se ha recuperado de los escombros de una edificación demolida por haber sido ocupada, como tantas otras en tantas partes. El huerto es la ilusión que agrupó a unos cuantos a actuar juntos y la causa común que puso en marcha la nueva vida de un espacio nuevamente liberado. A partir de esa causa en común el huerto ha devenido una cantidad de proyectos distintos, cumpliendo una gran variedad de funciones aprovechando el solar recuperado. Los huertos urbanos son en cualquier parte y son en potencia espacios privilegiados para el despliegue de cualquier tipo de arte en el siglo XXI. En este se instalan muñecas y se montan venus descabezadas ciertos días, pero otros seres ya aparecerán en otras ocasiones, porque esos montajes no hacen parte de una exhibición sistemática ni mucho menos, son sólo artificios que nos recargan de electricidad, instalaciones e intervenciones que nos acompañan, se vuelven compañías, por un tiempo. Y luego se van. Esas instalaciones efímeras, esas intervenciones espontáneas, en las que entran incluso las pinturas y los grafitis, los cuales pueden llegar a durar más tiempo en este tipo de territorios inciertos, todas ellas son acciones que deambulan libremente entre lo público y lo privado: gestos hechos, tanto para habitar el espacio, como para compartir con los demás lo que pasa por nuestras manos. La instalación que se monta y la intervención que se hace son tanto para el que pasa como para el que habita, tanto para el transeúnte de paso como para el colaborador frecuente. El cambio en el salto de los museos y las galerías a los espacios de la vida cotidiana es crucial y es decisivo. Las cosas adquieren un nuevo valor. La ubicación inesperada de la muñeca es lo que transforma por completo la situación, pero que sea en plena calle, en una calle cualquiera, es más poderoso. Asombrarnos en la calle, lo que más nos falta.




Así, el arte en los intersticios entre lo público y lo privado posibilita gestos compartidos con cualquiera, no solamente con el que pueda pagarlo o el que esté lo suficientemente vestido o bien vestido como para poder entrar a las galerías y los museos. Las exposiciones suelen estar abiertas al público. Al público que pueda pagarlas. Al poder adquisitivo de cada persona, de cada vida privada. Estos gestos indeterminados son más públicos que cualquier política pública: nada nos cuestan. No es casualidad que este tipo de espacios inciertos, que oscilan entre lo público y lo privado, se encuentren entre los más fértiles comenzando el siglo XXI; fértiles en cuanto a la germinación de experiencias comunales, experiencias vividas por fuera del sistema de valores capitalista, en las que se comparte sin interés ni ánimo de lucro. Muchas de ellas igualmente se mueven en el intersticio de lo legal o lo ilegal, pero a veces son más constructivas que muchas políticas oficiales. La potencia de construcción en este tipo de acciones radica en recargarse del poder de lo público y del poder de lo privado simultáneamente. El poder de lo público radica en el brindar acceso a cualquiera. El poder de lo privado radica en la autodeterminación. Las fuerzas de autodeterminación mezcladas con las fuerzas de apertura, de la voluntad de compartir con el que quiera, con cualquiera, son la clave para posibilitar acontecimientos. En esa mezcla entre el poder de lo público y lo privado se halla la potencia de construcción comunal. Y es claro que la ocupación ilegal no es la única forma de compartir espacios vividos fuera de la dualidad bruta de lo público y lo privado. Cada vez abundan más los gestos cotidianos en los cuales ya no estamos valorando ni usando ni defendiendo como propiedad privada lo que pasa por nuestras manos: lo que compartimos en Internet, música, imágenes, textos, software, programaciones, etc., muchas veces lo compartimos para cualquiera según nuestro propio criterio. Tanto en la calle como en la Web, cada vez más nuestras relaciones sociales se tejen en los intersticios entre lo público y lo privado. También es ahí, en esos espacios inciertos donde se producen y se resuelven conflictos hoy. Como plantean Michael Hardt y Toni Negri, en el ámbito de lo común es que se resuelve la dicotomía entre lo público y lo privado, y las políticas basadas en mantener viva esa oposición.





Estas experiencias indeterminadas muestran que se pueden construir lazos sociales sin necesitar partir de una premisa de división estricta entre lo público y lo privado, como ya muchas otras formaciones sociales alrededor del planeta lo hacían antes de la Modernidad. Importa más el poder compartir, tener la voluntad de hacerlo. Se desarrollan así nuevas artes de estar juntos, y se cultivan todo tipo de artes en espacios compartidos, tanto en las vidas encarnadas como en las vidas virtuales que llevamos en los intersticios entre lo público y lo privado. Una oportunidad para salir del pensamiento binario como diría Guattari, para fugarnos del pensamiento dialéctico, como nos invita Deleuze. El abismo es el lugar en donde ocurre la transmutación, como dice un poema escrito en las paredes que circundan la poética incierta del solar de Hort del Xino. Esta es la oportunidad para atrevernos a explorar la ilimitada multiplicidad de posibilidades vitales que se hallan en las experiencias de los intersticios: sin tomar posiciones, sin defender ni lo público ni lo privado sino tomando lo mejor de ambos, reversiblemente, convirtiéndolo en realidad compartida. Es en los intersticios que se ven las ciudades invisibles como esas de las que habla Calvino, las ciudades microscópicas ante el ojo normal, ciudades inventadas pero con trueques reales, sobre todo afectivos. Ciudades dentro de las ciudades, muchas de ellas de duración temporal, muchas tantas otras de duración efímera y, sin embargo, reales, como esas cosas que nos sorprenden al caminar por la calle, que apenas las vemos y seguimos nuestro camino, pero algo en ti, algo en tu ánimo ha cambiado y por eso el camino ya no va a ser el mismo. Como la muñeca colocada, a la que alguien bajó de su esquinita callejera y se llevó ofreciéndole alguna ilusión o algún sueño. A la muñeca se la llevaron, está en manos de alguien más; con suerte está jugando con alguna niña en este momento. No duró muchos días allí colocada pero algunos, cada vez que volvemos a pasar por la calle, irresistiblemente al recordarla soltamos una ligera sonrisita.







Enlaces y bibliografía


Hort del Xino: http://hortdelxino.wordpress.com

Acerca del arte en los intersticios entre lo público y lo privado:
Banksy, Wall and piece. Century. London, 2006
Kai Jacob, Street art in Berlin. Jaron Verlag. Berlin, 2009.
Allan Kaprow, Essays on the blurring of art and life. California Press, 1993.
Legal / Illegal: art beyond law. NGBK. Berlin, 2004.
J.T. Mitchell (Ed.), Art and the public sphere. University of Chicago Press. Chicago, 1990.
Ethel Seno (Ed.), Trespass. Historia del arte urbano no oficial. Taschen. Madrid, 2010.
Steve Wright, Banksy’s Bristol. Home sweet home. Tangent Books. China, 2007.
Local / Visitant. Art i creació en el espai social. iD #4. Idensitat. Barcelona.

Acerca del narcisismo individualista:
Gilles Lipovetsky, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Anagrama, Barcelona, 1986.
Richard Sennett, El declive del hombre público. Ediciones Península. Barcelona, 1978.

Acerca de la historia y el declive de la esfera pública:
Jurgen Habermas, Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. Barcelona: G. Gili. 1986.
Michael Hardt / Antonio Negri, Imperio. Desde abajo, Bogotá, 2001.

Acerca del debilitamiento de la dialéctica y el pensamiento binario:
Jean Baudrillard, Cultura y simulacro. Kairós, Barcelona, 1988.
_____________, Las estrategias fatales. Anagrama, Barcelona, 1988.
_____________, La ilusión del fin. Anagrama, Barcelona, 1992.
_____________, Transparency of evil. Verso, London, 1993.
_____________, El crimen perfecto. Anagrama, Barcelona, 1996.

Acerca del pensamiento más allá de la dialéctica y del pensamiento binario:
Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía. Anagrama, Barcelona, 1993.
Gilles Deleuze / Félix Guattari, Rizoma. En Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Pre-Textos, Valencia, 1992.
Philip Rawson, The art of Tantra. Thames and Hudson. Singapore ,1978.

Acerca de salidas a la dicotomía entre lo público y lo privado:
Michael Hardt / Antonio Negri, Commonwealth. Belknap Harvard. Cambridge, 2009.

Acerca de las ciudades en los intersticios:
Italo Calvino, Las ciudades invisibles. Siruela. Madrid, 1972




Saturados de exposiciones



Vivimos saturados de exposiciones en las sociedades globalizadas. Todo se expone: se exponen obras, se exponen objetos, se exponen ideas, datos, cartas, registros, pruebas, manifiestos, fotografías, citas, comentarios, archivos, se expone la historia, el presente y hasta futuros se exponen, recorridos, colecciones, movimientos, autores, confrontaciones, se exponen cuerpos, cuerpos desnudos y cosas, artefactos, hasta culturas se exponen, se expone en galerías y en museos, exponen los Bancos, los gobiernos, las comunidades, los colectivos, los gremios y las congregaciones, se exponen documentos y experiencias, en entidades al igual que en residencias privadas, en bares, en universidades, se expone adentro de las instituciones pero también afuera, en la calle, se expone todo en todas partes cada vez con mejor definición, porque Google Earth no hace sino optimizarse y ahora es el planeta entero el que está expuesto, en tiempo real. Y así, hasta aquello que se le fuga al Sistema se ha terminado exponiendo, los performances más explosivos, las estrategias más subversivas, los proyectos más insumisos, el azar: se expone hasta el azar y al azar; las fuerzas se capturan cuando se exponen. Nuestra cultura está sobreexpuesta. Es la forma en la que el capital asegura su stock de imágenes para hacer negocio con lo que hoy no puede. Sólo por intentar probar otra cosa, ya resulta valioso pensar en intentar llevar a cabo prácticas distintas a las de exponer y de montar exposiciones. Sobre todo hace falta intentarlo: hace falta intentar otras maneras de compartir distintas a la puesta en común de la exhibición sistemática en la que consiste exponer.





Hoy inauguran otra exposición

- Hoy inauguran otra exposición, ¿te apetece ir?
- ¿Otra exposición? No sé mi amor, mejor vamos a dar un paseo y a viajar viviendo la vida directamente.










El Arte como valor universal



El Arte hace parte del juego de valores con pretensión de universalidad que el Sistema se esfuerza en mantener hegemónicos en tiempos de globalización. Los valores con pretensión de universalidad, el Arte, la Democracia, la Humanidad, son carnadas emocionales mediante las cuales se busca mantener viva la ilusión de un planeta entero unido, de un único mundo como el que pretende erigir el sistema de vida global, el sistema de libre mercado capitalista, el mercado universal. Son tres, tres ilusiones que se mantienen vivas gracias al trabajo de las instituciones que se esfuerzan en mantenerlas sacralizadas, a través de sus discursos y sus políticas, erigiéndolas como valores trascendentes e incuestionables. La realidad encarnada en la cotidianidad de las multitudes alrededor del planeta, sin embargo, se vive en su mayor parte alejada de los mitificados poderes de estos tres valores: la rutina de la explotación laboral capitalista en la era de la información no permite desarrollar plenamente en la vida la creatividad, de igual manera que la incidencia real de la gente en las decisiones públicas es casi nula y la condición de la existencia para la mayoría en el siglo XXI es precaria, para algunos incluso infrahumana.






El excluyente mundo del Arte


El reconocimiento de la institución Arte ayuda a mantener las relaciones de dominio de ciertos grupos sobre otros, ejercidas a través de jerarquizaciones en los accesos al conocimiento y las experiencias. Una vez disueltas las fronteras entre la alta cultura y la cultura popular el capitalismo global ha logrado mantener una alta rentabilidad a través de la institución Arte y el valor de exclusividad que el acceso a sus experiencias genera. El mundo del Arte se vende a sí mismo como un mundo exclusivo, como algo que no está hecho para cualquiera, ocultándose en la excusa de que no cualquiera podría entenderlo para justificar lo excluyente que resulta el acceso a sus experiencias. Pero es en esa exclusividad que radican las ganancias millonarias que el capital genera: mientras que en el discurso público se continúa vendiendo el Arte como un valor universal, en la realidad de la vida cotidiana de las mayorías el arte brilla por su ausencia. Así, los museos y las grandes instituciones del arte mantienen limpia su imagen ofreciendo un día a la semana el acceso gratis a sus exposiciones y, de resto, siguen manejando todas sus relaciones a partir de altas concentraciones de capital, concentradas en pocas manos. El mundo del Arte en tiempos de globalización se vende como un mundo exclusivo al que muy pocos pueden acceder, aún cuando sus productos y servicios tengan como base creativa las experiencias de las culturas populares. El mundo del Arte domina el mezquino arte de convertir lo popular en exclusivo, lo normal en interesante, lo más barato en lo más costoso, lo más callejero en lo más chic, lo más público en lo más privado.





A cualquier hora, en cualquier momento



El arte nos empodera: por eso no podemos darnos el lujo de creer en una institución llamada Arte separada del resto de la vida diaria. No sirve de nada tener unos horarios y unos espacios especializados para nuestro empoderamiento. Vale la pena intentar empoderar nuestro entorno, empoderar a los demás y a nosotros mismos a cualquier hora, en cualquier momento y en cualquier lugar que estemos. Por eso, cualquiera de nosotros, hace arte a cualquier hora, en cualquier momento. Hacemos, simplemente hacemos lo que llena nuestra alma y la de los demás, y lo hacemos sin estar pendientes, sin estar esperando que alguien venga a decirnos si lo que hacemos es Arte o no.





Las fuerzas del arte en el nuevo milenio




Los modos de vida del nuevo milenio no hablan de arte como el objeto Arte, no hablan del arte como un sustantivo porque no conciben ni sienten el arte como una cosa ni como una institución. Cuando hablan del arte de algo están indicando el ejercicio de una práctica cultivada. El arte es una cuestión de práctica, del verbo que se utilice en el cultivo de esa práctica. Los modos de vida del nuevo milenio vuelven a utilizar la palabra arte y vuelven a cargar de afecto la fuerza del arte del mismo modo que lo hicieron las tribus, los pueblos y las multitudes de sociedades premodernas alrededor del planeta, siglos atrás: como un aspecto absolutamente integrado a las prácticas de la vida cotidiana.





Las raíces de la palabra arte



La palabra arte viene del latín ars, que a su vez proviene de la raíz ar en el sánscrito antiguo. Originalmente la raíz ar significa armar y así comienza a usarse en el habla de pueblos ancestrales del subcontinente Indio. Con el tiempo aquella raíz lingüística se carga de fuerzas que la adjetivan indicando afectos de destreza y habilidad. La raíz ar fue pasando poco a poco de su naturaleza original como verbo armar y su variante armar hábilmente a sustantivizaciones derivadas como la de construcción habilidosa y con la llegada de los primeros grandes imperios la raíz se extiende en el habla de pueblos de diversas procedencias de Eurasia, empezando a connotar adquisición de destreza. La palabra ars generada por el Latín posibilita la sustantivización definitiva que muchos siglos después la Modernidad volverá una costumbre, cuando las primeras civilizaciones occidentales empiezan a entenderla como conjunto de reglas para el dominio de una disciplina, igual que los antiguos imperios orientales ya lo habían hecho antes. La conversión de la palabra arte en sustantivo se realiza en las sociedades modernas, en las que el arte se vuelve un objeto. La experiencia de vida de la Modernidad y del capitalismo cambian la carga afectiva de la palabra arte hasta limitarla a una cuestión de objetos; no sólo por los objetos artísticos, las obras de Arte que crean los artistas desde el mundo del Arte, sino de hecho por la objetivación misma del arte: el arte como la institución Arte.





El arte es verbo no sustantivo



Cuando utilizamos la palabra arte como si fuera un sustantivo reducimos las posibilidades del arte como fuerza. Hablamos usando la palabra arte como si fuera un sustantivo, cuando en potencia es un verbo: el arte de algo es la práctica de ese algo. El arte de algo, el arte de lo que sea, es la práctica cultivada de esa actividad.
Aún así, por más de dos siglos las sociedades modernas alrededor del planeta han usado en el lenguaje la palabra arte como un sustantivo, plasmando a través del habla el afecto de inercia que trae consigo la objetivación de una fuerza, cuando el arte por naturaleza es pura dinámica, es práctica, es estilización, es movimiento, es acción, es verbo.



Como si el arte fuera una cuestión de objetos


El mundo del Arte concibe el arte como si fuera una cuestión de cosas: una institución llamada Arte, un tipo de producto llamado Arte, un campo social llamado Arte. El mundo del Arte habla del arte como si fuera un sustantivo. Y ese es el peor de sus errores: concebir el arte como una cuestión de obras de Arte, como si el arte fuera una cuestión de objetos.








Algunos tienen una relación con el arte muy distinta


Para el sistema de vida de la globalización el mundo del Arte es el de los museos, las galerías, los grandes auditorios, las cinematecas. Para los que creen que el arte tiene unos espacios privilegiados la experiencia del Arte se limita al ir a exposiciones, asistir a conciertos, ver películas, leer novelas de autores conocidos y presenciar performances anunciados en los calendarios.

Algunos tienen una relación con el arte muy distinta: la experiencia del arte no es cuestión de ciertas actividades en especial, porque a partir de cualquier tipo de actividad cotidiana se puede generar arte. El arte es una práctica ejercida en cualquier ámbito de la vida diaria; la experiencia del arte puede vivirse en cualquier momento del día. Esa visión y esa experiencia del arte se vuelven cada vez más fuertes y se viven cada vez más en tanto se va desplegando el siglo XXI.




La reducida vida del Arte con horarios



Pocas veces nos detenemos a pensar lo reducida que es la experiencia del Arte en esta vida capitalista que llevamos, en la que tenemos que ir a pagar dinero para sentirnos vivos un ratico y el Arte se acaba cuando aparecen los créditos de la película, cuando se encienden las luces y la banda anuncia que la siguiente será la última canción, y luego todo vuelve a ser normal, resignándonos a continuar con nuestros trabajos mecanizados, creyendo que el arte lo más lejos que puede llegar en nuestra intimidad es hasta las cobijas de la cama cuando leemos unas páginas de la última novela que compramos del novelista éste, tan nombrado, tan vendido, antes de caer dormidos, exhaustos, para poder despertarnos bien temprano al día siguiente a volver a trabajar. Y no caemos en cuenta de lo reducidos que están los poderes del arte cuando nos acostumbramos a experimentarlo únicamente como parte de las rutinas de la vida social y las instituciones, con los horarios prefijados y los calendarios acordados, el museo abre de tal hora a tal otra y la exposición de la galería es el viernes, pero el cocktail de inauguración es justo a las 9 p.m. y a esa hora también es el performance de la mega estrella de quien había comprado unos tiquetes costosísimos, y así, el Arte nos quita el malestar de la vida cotidiana como pastillas para quitarnos el dolor de cabeza, anhelando apenas comienza la semana que ojalá rápido
sea viernes para poder salir a descansar de este trabajo que tanto nos pesa y salir a sentirnos realmente vivos yendo a experimentar un poco de Arte, como la exposición del gran artista a quien podríamos ir y pedirle un autógrafo, aún cuando no entiendo muy bien qué es lo que pinta, pero dicen que es un gran genio, quién sabe, de pronto puedo vender a buen precio en unos años en Sotheby’s su catálogo autografiado, pero mejor no, porque ya va a empezar el concierto de esta banda de virtuosos por la que soy capaz de dar mi vida, y después de trabajar más de cinco días en un trabajo que no me gusta no estoy como para andar tirando el dinero a la basura comprando tiquetes sin ir al concierto, con lo caros que están. Pocas veces nos detenemos a pensar lo patética que llega a ser la vida normal, la vida normal globalizada, y lo desperdiciados que están los poderes del arte cuando nos conformamos con experimentarlo únicamente en esos sitios especializados del Arte, donde se presentan los grandes artistas que vienen a vendernos cosas. Sólo cuando empezamos a experimentar en carne propia que el arte es una fuerza para electrificar cada cosa que hacemos día a día, sólo allí logramos sentir todo el poder del arte en la vida real. Si el arte no lo estamos haciendo cada uno de nosotros en el trabajo al que nos dedicamos, si el arte no lo estamos experimentando día a día en lo que hacemos, le estamos regalando la vida a la muerte en horario de oficina a cambio de un poco de Arte en nuestro rato libre y en los fines de semana.





Autónomamente explotados



En los siglos XVIII y XIX la autonomía del arte es un proceso revolucionario en tanto posibilita un inmenso despliegue de la creatividad individual y colectiva en la vida social. A través de una creciente autonomía del campo artístico la expresión se libera de las prohibiciones, limitaciones y condicionamientos impuestos tanto en Occidente como en Oriente por los tradicionales poderes con voluntad de dominio, como las monarquías y las iglesias, como las dinastías aristocráticas y las morales religiosas. Sin embargo, ya para el siglo XXI la autonomía del arte no tiene nada de revolucionario ni emancipatorio. La autonomía del arte es un proceso sistémico por naturaleza, y en tiempos de globalización, a pesar de la disolución de las fronteras entre el Arte y la vida cotidiana de las multitudes, la autonomía del campo del Arte se sigue simulando para mantener a las mayorías alejadas de los valores y de las prácticas libertarias de empoderamiento, creatividad, imaginación, experimentación y transformación que el cultivo de cualquier arte ayuda a potenciar. Ni la autonomía ni la independencia son revolucionarias ya, porque ante todo son requisitos que se le exigen a cualquiera en el sistema de vida del mundo globalizado. La libertad de expresión ha llegado a expandir su alcance tan lejos que el Arte ha terminado por ejercer su autonomía frente a todo, inclusive frente a la moral, la única autonomía que debía ser restringida según Kant, ese gran pensador de la autonomía del Arte. Al que más le conviene la autonomía del mundo del Arte es al Sistema, porque así asegura la demanda de un mercado del Arte. Al que más le conviene la autonomía de las voluntades y las expresiones artísticas es al Sistema, porque así asegura la generación de nuevas oportunidades para hacer negocios. Al que más le conviene la autonomía de todos los individuos es al Sistema, porque así asegura la máxima explotación de la energía de la vida humana: la autoexplotación, la explotación de cada uno por nosotros mismos. Ser autónomo en tiempos de globalización es ser eficientes y obedientes por nuestra propia cuenta, sin necesidad de supervisiones externas. Por eso de nada sirve ser autónomo si la vida se vive programada con los valores del Sistema. Los sujetos autónomos en el sistema de vida global no son más que robots eficientes y obedientes a partir de los cuales se reproducen los valores egocéntricos y los afectos interesados del humanismo capitalista.






Cuando los campos se compenetran unos con otros




La autonomía del arte produjo como consecuencia en la vida moderna el nacimiento de una institución llamada Arte, un campo de la vida social claramente diferenciado y separado del resto de campos: la cultura, la política, la economía, la religión, etc. La función de la institución Arte es regular el mercado laboral artístico, formado al final del siglo XIX por artistas profesionales actuando autónomamente. Esa racionalidad de la organización especializada de la vida moderna dividida en diferentes campos sociales autónomos entra en crisis en el siglo XXI, cuando todos los campos de la vida social tienden a compenetrarse unos con otros. No se puede ya separar lo estético de lo cultural, ni lo político de lo estético o lo estético de lo económico (¡porque ya ni siquiera se puede separar la naturaleza de los artificios!). El mercado laboral del campo artístico se entremezcla con todo tipo de mercados laborales y se empieza a catalogar como Arte lo que hacen muchos, a pesar de no ser artistas. El campo artístico aún se regocija y se enorgullece de su autonomía sin llegar a apreciar plenamente los alcances de las nuevas realidades vividas en el mundo globalizado: ahora cualquier individuo, autónomamente, puede desplegar artes insospechadas sin tener que pasar oficialmente por los circuitos establecidos ni verse obligado a aceptar las reglas y las condiciones impuestas autónomamente por el mundo del Arte.








El reencuentro entre arte y vida en el siglo XXI




Antes del siglo XVIII ninguna sociedad, ninguna civilización, ni ningún otro tipo de vida colectiva humana había separado el arte de la vida cotidiana. Después de dos siglos de separación entre arte y vida en las sociedades capitalistas llega el siglo XXI abriendo un nuevo milenio y el reencuentro entre el arte y la vida se hace inevitable. Sucede que el mismo capitalismo es el más interesado en propiciar ese encuentro, aún cuando el Sistema no logra llegar a dimensionar cuáles pueden ser las consecuencias de generar los gérmenes de su propia destrucción.





La institución llamada Arte (no ha existido siempre)




La institución que llamamos Arte no ha existido siempre, ni tampoco existirá por siempre. La institución Arte y todo ese mundo del Arte del que aún se habla en tiempos de globalización en el siglo XXI es una invención con apenas dos siglos de historia. El sistema del arte nace en Europa en medio del aire de los tiempos de la Ilustración de las últimas décadas del Siglo XVIII. El despliegue del capitalismo y los valores de la Modernidad consolidan la experiencia del Arte como una instancia separada y diferenciada del resto de instancias de la vida social. Los procesos de colonización del Siglo XIX exportan los nuevos valores y prácticas de las potencias capitalistas europeas hacia el resto de continentes del planeta, de tal modo que la construcción y las luchas entre los Estados Nación a lo largo de todo el siglo XX se emprenden desde la nueva visión de la vida moderna: el Arte y la Cultura son dos ámbitos de la vida social separados y diferenciados. A pesar de la reivindicación de la fundición entre Arte y vida por parte de las vanguardias modernas y la disolución de sus fronteras en la vida cotidiana de las sociedades posmodernas, el siglo XXI llega abriéndose en medio del macro proceso de integración de todos los procesos del planeta Tierra, la globalización, y en el sistema de vida global la institución Arte sigue cumpliendo ciertas funciones fundamentales para mantener las relaciones de poder de dominio entre unos individuos sobre otros.





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