La concepción del arte en las formas de vida heterogéneas



La concepción hegemónica del Arte en las sociedades contemporáneas, desde la cual se equipara generalizadamente el arte con lo que ofrece el mundo del Arte, se vuelve cada vez más débil en tanto el siglo XXI se despliega. Cada nueva generación se hace más indiferente a la valoración tradicional del Arte como producto elevado de la sociedad, a la vez que se habitúa a usar familiarmente el arte en la cotidianidad. A pesar de que el Arte sigue funcionando como uno de los mega-relatos fundamentales del sistema de vida de la globalización, para las nuevas generaciones el arte cada vez es menos un valor encumbrado y cada vez más es una costumbre frecuente en la vida cotidiana. Otra concepción del arte emerge: una concepción heterogénea del arte con respecto a la concepción dominante promovida por las instituciones del mundo del Arte. Efectivamente, un nuevo concepto de arte ha nacido. Pero el concepto es lo que menos importa: el concepto sólo es la abstracción de unas fuerzas que están en el aire que respiramos, en esa atmósfera de intensidades inmanente a nuestra realidad social que Deleuze llamaba aire de los tiempos. Lo que realmente importa son los modos y las formas en que las nuevas generaciones del siglo XXI encarnan a través de sus vivencias y de las situaciones sociales que comparten esa nueva concepción del arte. Lo valioso y lo importante, lo útil y lo enriquecedor, es sentir cómo la concepción emergente del arte actualiza una constelación de fuerzas virtualmente expandidas a través de todo el planeta. La única manera de valorar la utilidad de un concepto es a partir de su capacidad de resonancia con los acontecimientos vividos en nuestro tiempo. Los modos de vida más actuales forman y transforman su concepción del arte porque la concepción hegemónica ya no resuena con las vidas que se están viviendo, mientras que la concepción emergente del arte resuena con mucha más fuerza con las actuales condiciones, los actuales problemas y también las actuales oportunidades vitales. Porque resuena con el acontecimiento que se desencadena.

¿En qué consiste el acontecimiento con el cual resuena la concepción actual del arte? Lo verdaderamente nuevo en el siglo XXI es la emergencia de nuevas formas de vida humana. Emergen y desaparecen formas de vida de todo tipo, pero en tanto especie dominante sobre el planeta en los últimos doscientos años las transformaciones de la vida humana resultan cruciales para el porvenir de muchas otras especies y formas de vida, sobre todo aquellas que devinieron recursos de explotación. Desde que una especie humana empieza a desligarse de otros tipos de homínidos hace doscientos mil años, sus formas de vida no han cesado de variar, cambiar, hasta mutar incluso, dependiendo de sus circunstancias geográficas, históricas y medioambientales. La forma de vida Hombre sobre la cual se funda todo el sistema de vida capitalista, es una forma de vida reciente, como nos hace ver Foucault en Las palabras y las cosas. Apenas desde el final del siglo XVIII se empieza a pensar la vida humana a través de la forma Hombre, justamente por la misma época en que por primera vez se habla de los Derechos del Hombre. El Hombre es la forma de vida concebida como una individualidad centrada, como un sujeto, y los Derechos del Hombre constituyen la formalización y la institucionalización de esa concepción. El Hombre, por lo tanto, no es una naturaleza humana que haya trascendido a través de todos los tiempos y de todas las civilizaciones, como las instituciones del sistema de vida hacen creer, sino una forma histórica, una construcción cultural que no ha existido siempre, y por lo tanto, inevitablemente, no por siempre existirá. Entonces podría apostarse a que el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena, escribe Foucault, anticipando el máximo acontecimiento de la vida humana en el nuevo milenio. Pero, ¿qué quiere decir Foucault cuando dice que no hay por qué llorar la muerte del Hombre? se pregunta Deleuze en su libro Foucault, después de que el último añadiera en el ensayo ¿Qué es un autor? la frase “contengamos nuestras lágrimas…” ¿Acaso es una mala noticia, necesariamente, el agotamiento de la forma de vida Hombre en las sociedades humanas? En efecto, pregunta Deleuze, ¿ha sido buena esa forma?

La forma de vida Hombre constituye la forma de vida del sistema capitalista. El correlato de la Humanidad es el capitalismo y viceversa: cada uno es condición del otro mega-relato. El capitalismo, más que un modo de producción y más que un sistema de vida, es sobre todo una ética, una manera de usar la libertad. La ética capitalista es una ética egoísta, tal como el mismo Adam Smith la describió, basada en el interés propio y la búsqueda del beneficio personal. Esa ética egoísta al momento de usar la libertad que el mismo capitalismo ha ayudado a conseguir es lo que define la forma de vida del sistema capitalista, un sistema que ha devenido algo más que internacional, un sistema que ha terminado por desplegarse a escala global en el planeta Tierra y su atmósfera, la realización del mercado universal anticipada por Marx en forma de aldea global. La forma de vida capitalista constituye una realidad compartida por miles de millones de vidas en el planeta, independientemente de los pueblos y las naciones de su procedencia. Es la forma de vida hegemónica a escala planetaria: todas las culturas, por más diversas que sean, son unidas en un mismo mega-relato, el de la Humanidad, todas las diferencias son integradas en un mismo sistema. En eso consiste exactamente la Globalización: en el proceso de integración de todas las relaciones planetarias en un único Sistema. La forma de vida capitalista se encuentra codificada por el sistema capitalista global, el conjunto de relatos y dispositivos que conforman los límites a las libertades humanas en el presente. El Arte, ese valor supremo que erige el mundo autónomo del Arte, constituye uno de los dispositivos fundamentales del sistema capitalista global. Tanto es así, que se mantiene como uno de los pocos relatos con pretensión de universalidad en el siglo XXI, es decir, como uno de los pocos mega-relatos de la cultura globalizada. El Arte, tal como el mundo del Arte lo ha definido, es un circuito en el Sistema. El Arte, ese relato que se presume a sí mismo como un oficio superior, tal como lo caracteriza Allan Kaprow, no constituye una salida emancipatoria al Sistema. De hecho, el Arte es la forma mediante la cual el Sistema funciona.

Las tecnologías del yo del sistema capitalista funcionan en tiempos de globalización bajo un modelo estético. El modelo hermenéutico de conformación de sujetos que rige la modernidad, basados en el conocimiento de uno mismo, se encabalga con el modelo estético que se abre con la posmodernidad, el cual recupera el principio de estilización de la existencia como motor de las relaciones consigo mismo del individuo en medio de la aldea global. Las sociedades globalizadas no funcionan como sociedades disciplinarias basadas en códigos estrictos, a pesar de que varias codificaciones y regímenes autoritarios se mantengan. Las realidades disciplinarias se insertan en un nuevo sistema mucho más amplio en tiempos de globalización. Las sociedades que forma la biopolítica del sistema capitalista en tiempos de globalización son sociedades de control, tal como Foucault las intuye, precisamente, para distinguir la actualidad de algún presente que aún pueda mantenerse. Deleuze, primero, acuñando del todo el término, y más tarde Hardt y Negri, retoman el estudio de nuestras actuales sociedades de control, haciendo ver cómo se muestran más abiertas, más incluyentes y más flexibles, para justamente expandir al máximo el despliegue del poder biopolítico de producción modelada de la vida conforme a las necesidades del sistema capitalista. Los mecanismos de gobierno se tornan aún más democráticos, siguiendo a Hardt y a Negri, y así, los poderes dominantes logran modelar la subjetividad del individuo capitalista hacia un estado de alineación autónoma del sentido de la vida y el deseo de la creatividad. A partir de una misma forma de vida, de un mismo sistema de vida capitalista, el individuo del siglo XXI está en libertad de escoger su modo de vida. Una cantidad ilimitada de modos de vida conviven en el mismo sistema de vida capitalista, desde vegetarianos hasta carnívoros, desde espirituales hasta pragmáticos, desde conservadores hasta radicales, todos los modos posibles en un orden global multicultural coexisten. Aun así, si funcionan en última instancia como individualidades centradas en sí mismas, cumplen el requisito fundamental para integrarse al sistema de vida capitalista y la ética egoísta de un individualismo interesado. Muchos modos diferentes derivados de una misma forma de vida, aunque los individuos sientan que son únicos y originales, porque eso es lo que el sistema de vida necesita hacer creer. El encuéntrate a ti mismo que rigió las sociedades al final del siglo XX deviene cada vez más un hazte a ti mismo como precepto dominante sobre el modo de entablar las relaciones de subjetivación por parte de las generaciones del siglo XXI. De nuevo una estética de la existencia se propaga en las formaciones sociales, pero ahora lo hace como el modelo del sistema de vida capitalista en tiempos de globalización, una máquina de crear egos y de crear conformidad con la limitada libertad que supone tener la capacidad de moldear nuestras propias vidas.

Los controles constituyen una modulación, una suerte de moldeado autodeformante que cambia constantemente y a cada instante, dice Deleuze, explicando cómo el sistema capitalista recurre a un modelo estético para el despliegue de su biopolítica, porque ahora más que nunca necesita hacer sentir libre al ciudadano de la aldea global, y para ello le entrega de lleno el poder de moldearse una y otra vez, cuantas veces quiera, con tal de que se mantenga centrado en su Yo, el Yo que necesita, el Yo que consume. El capitalismo del siglo XXI logra prescindir de las subjetividades basadas en una identidad fija, y promueve la modulación continua de los procesos de subjetivación, eso sí, centrados en el ego. Algo así como lo que Jean Baudrillard llamó sujeto fractal. El ciudadano de la aldea global estiliza su vida a diario; así se siente más libre, se siente más al comando de su propia existencia. Esa es la gran ilusión del individuo contemporáneo en medio de las Moralidades posmodernas, como Jean-François Lyotard describió. La estetización generalizada del sistema de vida global es una condición inevitable de nuestras sociedades, más que nada, por la voluntad de estetización de la vida por parte de las propias vidas. Deleuze habla de las posibilidades de que en nuestro tiempo la regla eficiente mediante la cual opera el sistema de vida devenga estética, igual que en la Antigüedad. Con ello alude al modelo que sirve de guía a la producción de la vida social a través del cual se ejercen las relaciones de poder que afectan los procesos de subjetivación, justo eso que Foucault llamaba los pliegues de sujeción. Deleuze sugiere que la regla eficiente racional, la regla propia de las sociedades modernas, se encabalga en las sociedades de control globalizadas con una regla eficiente estética. Es decir, el modelo de producción biopolítico de nuestro tiempo deviene estético. Las tecnologías del yo del capitalismo global operan hoy estéticamente, generando la estilización de la existencia de los individuos y los estilos de vida compartidos por los colectivos. La producción modelada de la vida, la biopolítica, el régimen de imposición de fuerzas del sistema capitalista funciona ahora a través de toda una serie de principios estéticos inspirados en el arte. La estética de la existencia es el modelo de la biopolítica en tiempos de estetización generalizada. Esa es la gran astucia del capitalismo tardío, su golpe de gracia, la clave de su conquista global, como hace ver Baudrillard. La estética de la existencia, que hasta los mismos Foucault y Deleuze vieron emancipadora, es develada gracias a Baudrillard y Lyotard como la estrategia adoptada por el capitalismo tardío para su despliegue total a escala planetaria. Estética generalizada. Gran operación de este fin de siglo, del siguiente tal vez, declara Lyotard en 1993. Desde entonces, su diagnóstico no ha parado de evidenciarse. La estética de la existencia ha sido absorbida por la estetización generalizada del sistema global.

La estetización generalizada consiste en una invasión de las fuerzas relacionadas con lo estético sobre todos los territorios y todas las instancias de la vida social. Dentro de las muchas fuerzas posibles al menos seis se relacionan por naturaleza con el poder de lo estético: estilizar, expresar, componer, degustar, imaginar y sentir. El estilo, la expresión, la composición, el gusto, la imagen y la sensación: esos son los seis problemas estéticos básicos, independientemente de cualquier disciplina Estética. La estetización generalizada implica muchas transformaciones en la realidad social que se modelan a partir de criterios estéticos. La vida se vuelve cuestión de estilo. La expresión se convierte en necesidad básica. La composición se populariza como práctica. El gusto reemplaza a la razón como regulador vital. La imagen se vuelve preeminente en todas las dimensiones de la vida social, incluyendo la producción de subjetividad. La sensación deviene una prioridad vital en las experiencias de las sociedades hedonistas del capitalismo de consumo. La estética de la existencia del capitalismo tardío es más que la causa eficiente de la estetización generalizada vivida en tiempos de globalización: también constituye su causa material, su causa formal y su causa final. La estetización generalizada condiciona todos los tipos de pliegues, esos que se llegan a trazar en Foucault: los diversos tipos de relación del individuo consigo mismo. La estética de la existencia sistémica de la globalización afecta los modos y las formas en que se intervienen los cuerpos. Afecta la potencia de libertad de los individuos y los colectivos. Afecta lo que creemos que es la verdad acerca de nosotros mismos. Afecta incluso los sentidos de la vida y la muerte para las culturas de las que hacemos parte. Afecta todos los ríos del infierno, afecta en toda su magnitud las posibilidades de vida de las que hablaba Nietzsche. Hoy el arte sirve de modelo para reforzar la hegemonía de la forma de vida capitalista. La estética de la existencia en las sociedades de control hace que se use arte mayoritariamente para que cada uno de nosotros nos hagamos nuestra propia vida capitalista. Llevamos estilos de vida por el reconocimiento y el prestigio que suscitan. Nos expresamos compulsivamente a través de blogs y de redes sociales para alimentar continuamente nuestra historia personal. Desarrollamos nuestra creatividad en el trabajo porque las propias empresas que nos emplean así lo demandan. Aumentamos el ánimo de lucro sobre el arte que hacemos concentrándonos en nuestro beneficio personal. Alardeamos de nuestros gustos para mantener nuestro estatus social. Cuidamos nuestra imagen para poder ser exitosos. Soñamos con ser ricos y famosos para experimentar los placeres del hedonismo egoísta que exhiben nuestros héroes, los artistas millonarios, las estrellas de cine y los rockstars. El egocentrismo del humanismo capitalista se encarna a plenitud a través de vidas estetizadas.

La forma de vida capitalista del siglo XXI es intrínsecamente estética. Ahora el Sistema es el que demanda que estilicemos nuestra existencia. El capitalismo posibilita y propicia el que tengamos que hacernos a nosotros mismos. Autopoiesis cultural generalizada, que aumenta las ilusiones de libertad del individuo contemporáneo. Qué libres nos sentimos en una época en la que podemos personalizar desde nuestro IPhone hasta nuestro automóvil, sin darnos cuenta de cómo se modelan nuestras vidas. Como afirma Cristoph Menke, el sujeto consumista idealiza su autorrealización estético-creativa en una cultura en la que la autorrealización suplanta la idea de la verdad. Esa es la realidad de las sociedades globalizadas, ese es el estado de cosas presente en nuestro tiempo. Pero la estetización generalizada no se puede intentar revertir invocando un regreso a la valoración del Arte como un producto social elevado. Ante la imposibilidad de volver a la realidad de la modernidad del siglo XIX, ya ni siquiera el mundo del Arte insiste en promover la autonomía del Arte. De hecho, se satisface plenamente comenzando el siglo XXI al explotar su potencia relacional que le permite circular legítimamente a través de todas los campos sociales, claro está, mientras se sigue realizando una autonomía absoluta del mercado del Arte, tal como Baudrillard la ha visto, en la cual también se legitima la especulación con los precios de las obras y los servicios que el mundo del Arte vende. La teoría crítica del siglo XXI busca una salida a la autonomía del arte burguesa y la adaptación consumista, usando los propios términos de Menke, retornando a la hegemonía de un Arte que se distingue claramente de los gustos populares. La teoría crítica contemporánea enfoca su ataque al subjetivismo posmoderno de las sociedades de control, y propone un anti-gusto, a la manera de la dialéctica negativa de Adorno. Sin embargo, resulta un enigma poder comprender cómo se puede seguir a Adorno en el siglo XXI sin caer en el fascismo. El exceso de autoridad, el fascismo, no sólo proviene por parte del Sistema; a veces también viene de la mano de algunos de los que se dedican a combatirlo. El desprecio tanto por las artes como por los gustos populares por parte de los críticos no resulta útil, ni constructivo, ni enriquecedor en un estado de cosas tal como en el que estamos. Los subjetivismos encarnados en las culturas populares no sólo plasman los mecanismos mediante los cuales el Sistema lleva a cabo sus capturas; también plasman potencias indeterminadas e ilimitadas. Para fugarnos del Sistema no hay que de dar marcha atrás sino terminar de acelerar hasta salir al otro lado, como dice Baudrillard. El afuera se hace agujereando desde adentro, nos enseñan Deleuze y Guattari, quienes se atreven a hacernos pensar que el problema no está en consumir, sino en que aún no hayamos consumido lo suficiente.

Hace falta abrir la dialéctica negativa hacia la positividad de la realidad, y para ello hace falta un pensamiento de la multiplicidad, como el de Deleuze y Guattari. En lugar de permanecer buscando aún la objetividad en contra del subjetivismo hay que despojarse de una buena vez por todas de cualquier voluntad de verdad, como Nietzsche y Foucault han enseñado, porque detrás de toda cruzada por la verdad objetiva hay siempre algún fascismo o una voluntad de dominio. A la sin salida de la teoría crítica en el siglo XXI vale la pena responder mejor con un pensamiento radical, como el que despliega Baudrillard, ajeno a cualquier resolución del mundo en el sentido de una realidad objetiva y de su desciframiento. Las tomas de conciencia no resultan suficientes para liberarnos de los límites impuestos por la sociedad de consumo capitalista. La única salida es aprender a descubrir los potenciales ocultos en el estado de cosas vividos. Aprender a usar la materia y la energía de la estetización generalizada desplegada, aprovechar esta liberación de la subjetividad al máximo reciclando sus valores y sus prácticas para la creación de nuevos valores y nuevas prácticas, efectuar un detournement sobre la estética de la existencia capitalista y darle la vuelta hasta generar artes de vida heterogéneas. Aprender, en suma, a sublimar la energía de nuestra vida cotidiana valorando todas sus instancias sin prejuicios, sin preconceptos, sin ningún tipo de jerarquizaciones, sin importar qué tan comunes, qué tan ordinarias, o qué tan populares sean. Por lo tanto, en los actuales estados de cosas de las sociedades globalizadas del siglo XXI no sólo se hallan las fuerzas que limitan nuestra vida, sino también las fuerzas que traen consigo la potencia de empoderarnos. Si bien la estetización generalizada constituye el macro proceso a través del cual el capitalismo sostiene su hegemonía al despuntar un nuevo milenio, también constituye las condiciones de posibilidad de emergencia de formas de vida heterogéneas con respecto a la forma de vida capitalista. Y allí radica el gran acontecimiento con el cual resuena la concepción emergente del arte en el milenio que comienza a abrirse: en la emergencia de otras formas de vida humana, no sólo nuevas con respecto al capitalismo, sino en plena resonancia con las fuerzas más valiosas de las formas de vida ancestrales.

El gran problema del arte en tiempos de globalización es la engañosa equivalencia que la cultura capitalista hace del arte con el mundo del Arte. La gran urgencia contemporánea del arte es la de recuperar su potencia de provecho y empoderamiento de la vida social, debido a la urgencia humana principal de mejorar las condiciones de vida de las multitudes afectadas por el exceso de conflictos sociales y medioambientales en nuestro tiempo. El gran acontecimiento del arte en el siglo XXI es que deja de ser una esfera autónoma separada del resto de la vida social, y resonando con los orígenes del arte en las culturas ancestrales, vuelve a convertirse no sólo en una fuerza presente en todos los ámbitos sociales, sino también en una fuerza generadora de creación de formas de vida heterogéneas. Lo que se siembra en mayo del 68 es la inquietud por intentar vivir la vida de otra forma. Eso es lo que atraviesa a toda la contracultura que a partir de los años 60 no ha parado de multiplicarse por todas partes del planeta: una inquietud por poder experimentar la vida, realmente, no sólo de otro modo, sino radicalmente, de otra forma. Es en medio de ese aire de los tiempos que se engendra la concepción emergente del arte en el siglo XXI, es en medio de esos intentos de vida que comienza a reconfigurarse el uso del arte en las sociedades capitalistas, cuando unas minorías influidas por las vanguardias modernas y las artes de vida ancestrales se atrevieron a recuperar las fuerzas primordiales del arte sin la regulación y la administración que de ellas venía haciendo el mundo del Arte. La frase la imaginación al poder pintada en muros de muchas ciudades despierta la inquietud del potencial libertario del arte en muchas otras. La formación de centros sociales, comunas, y comunidades por parte de las tribus sociales que se liberan constituyen puestas en práctica del arte en una absoluta integración con el quehacer de la vida diaria. Las artes vivas, las artes ecológicas y las artes no objetuales que se despliegan desde la década de 1960 recuperan el poder performativo y situacional del arte en las prácticas de la vida social a la vez que abren territorios de valoración distintos a los del objeto de arte como mercancía. Woodstock trae de vuelta el poder ritualístico de celebración de la vida a través del arte, recuperando la importancia del festival y el carnaval en las vidas urbanas. Los grafitis y las intervenciones callejeras en los disturbios de mayo del 68 le abren paso a toda una nueva dimensión de la expresión y la composición a través del street art. Los años 60 del siglo XX detonan la bomba, pero como hace ver Deleuze en El pliegue, el acontecimiento es una criba electromagnética que despliega su red en las nuevas historias que inaugura, alterando el campo de fuerzas, posibilitando nuevas posibilidades a partir de ese momento. El acontecimiento es una vibración, dice Deleuze, y efectivamente, lo más importante son las resonancias que han seguido creciendo desde mayo del 68 hasta nuestros días. Ondas en expansión de intensidades, valores y afectos que van tejiendo los hilos invisibles e intangibles de la concepción heterogénea del arte que hoy se hace tangible en los rincones de nuestras ciudades, como la jardinería de guerrilla de la década de 1970 que inspira una nueva complicidad entre el arte y el cultivo, como las tribus y las subculturas que nacen con el punk y las demás manifestaciones de experimentación en artes hechas desde el garaje, como toda la ética del Hazlo tú mismo que se propaga alrededor de los cinco continentes desde la década de 1980, como la recuperación del arte usado directamente para entrar en trance y entrar en contacto con las fuerzas místicas (igual que los rituales de baile más ancestrales) de los raves, como el arte digital que se multiplica desde la década de 1990 en las habitaciones de cientos de países con jóvenes creando vídeos, producciones audiovisuales y multimedia a partir de software y computadores personales, abriéndole paso al room art y todas las tendencias que explotan en la década del 2000 cuando las redes sociales a través de Internet y las nuevas tecnologías posibilitan unas nuevas condiciones de interactividad que terminan por disolver las últimas fronteras entre la alta cultura y la cultura popular y, sobre todo, entre artistas y espectadores, entre productores y consumidores.

El umbral de interactividad que se cruza en las primeras décadas del siglo XXI abre todo un nuevo espectro de posibilidades, a la vez que genera crisis irreversibles en el funcionamiento de los circuitos del mundo del Arte, como las crisis de las industrias culturales que dominaron los negocios de las artes en el siglo XX, la crisis de la industria musical, editorial y cinematográfica a raíz de la libre circulación de información a través de las redes sociales virtuales. Son tantas las posibilidades que se abren hoy, que hasta el propio mundo del Arte se ve incapaz ya de explicar lo que está pasando. Incapaz de explicar que hoy el arte se le escapó de las manos al mundo del Arte y sus instituciones. Es en este momento cuando la concepción emergente del arte del siglo XXI resuena más que nunca con las ondas expansivas del acontecimiento. La concepción que emerge resulta, a la vez tan consistente y tan amplia, que cualquier tipo de expresión, práctica o actividad pueden llegar a ser pensadas, sentidas y valoradas como arte. Son minorías radicales las que engendran la nueva concepción, pero la concepción no le pertenece a ella ni a sus artes. La concepción va más allá de los gustos estéticos o las posturas políticas, la concepción que hoy emerge se va expandiendo, se va extendiendo, como la criba, enredándose cósmicamente con todo lo que aparece por ahí. Cualquier acción, cualquier práctica, cualquier tipo de arte se puede concebir como la experimentación de sensaciones a través del cultivo de una práctica. Desde el retorno a los instrumentos tradicionales y su mezcla con las nuevas tecnologías por parte de la música indie en la década del 2000, hasta el desarrollo de las técnicas de programación digital más avanzadas, como la televisión y los videojuegos tridimensionales e interactivos, detrás de cada una de sus experiencias hay una práctica que ha sido cultivada, y además, hay un campo de perceptos y de afectos generados por medio del cual se experimenta con las sensaciones. El arte en el siglo XXI se ve desde la imagen del cultivo y de la experimentación de sensaciones de una forma mucho más natural y aterrizada que la ficticia elevación que vende el mundo del Arte con sus discursos de genios y obras maestras, y los precios de sus mercancías y sus entradas. Sobre todo, la concepción del arte como experimentación de sensaciones a través del cultivo de una práctica se siente mucho más sintonizada con la realidad social de nuestros días, con todas las urgencias que las crisis desencadenan y las nuevas oportunidades que de ellas surgen.

Desde el arte de crear situaciones incendiarias como las del colectivo Voina hasta el arte de incendiar las salas y las arenas de Gogol Bordelo, desde el arte de iluminar espacios públicos con instalaciones de bajo presupuesto de Luz Interruptus hasta el arte de visualizar los beats y las frecuencias con mezcla de imagen digital en vivo de Weird Core, desde el arte de despertar sonrisas con la estética cándida y colorida de los productos de diseño de Tokidoki hasta el arte de despertar sonrojos con la poesía ordinaria y lasciva de Residente de Calle 13, todas las artes del siglo XXI constituyen experimentación con sensaciones y remiten al cultivo de unas prácticas en particular, tradicionales o inéditas, artesanales o tecnológicamente innovadoras, pero siempre prácticas que se cultivan con rigor hasta desplegar un arte a partir de ellas. No necesariamente todas las prácticas que se cultivan son vitalistas, también se pueden cultivar prácticas para hacer sentir el vacío o la muerte, como el arte de la autodestrucción que se genera con las fotografías que documentan las experiencias de metanfetaminas y prostitución de Antoine D´Agata o el arte de sumergirse en la oscuridad a través de sintetizadores y chopped and screwed del witch house de Salem. Tanto las fuerzas más luminosas como las más oscuras pueden invocarse a través de una práctica cultivada, tanto el bien como el mal se puede sembrar, sólo depende del intento y de las circunstancias. Pero la potencia revolucionaria de la concepción emergente del arte en el siglo XXI es una realidad inmanente a la experiencia de la globalización, y radica en la capacidad de engendrar nuevas sensibilidades humanas. Y viceversa: muchos adquieren la sensibilidad del arte como cultivo de una práctica a través de lo que hacen sin llegar nunca a conceptualizarlo, pero así sea inconscientemente, allí mismo se está engendrando una reconceptualización. Las nuevas formas de vida más allá del individualismo capitalista y el humanismo egocéntrico, sobre todo las más arriesgadas, las que se atreven a renunciar al principio antropocéntrico, se realizan mediante el despliegue de concepciones heterogéneas de la vida y sensibilidades heterogéneas del diario vivir. Ni los valores elitistas del mundo del Arte ni la ética capitalista son convenientes en condiciones como las actuales, en las que a lo largo y ancho del planeta se desatan graves conflictos por la escasez de recursos y los movimientos y los reacomodamientos de la Tierra nos colocan aquí y allá en situaciones más precarias que esas a las que estábamos acostumbrados.

La concepción y la sensibilidad del arte como cultivo de prácticas potencia una relación con la naturaleza más cercana a la ancestral, en la que la naturaleza no se intenta dominar sino se aprende a convivir con ella. Las intensas transformaciones naturales del planeta hacen que lo ecológico condicione la política y la economía del siglo XXI, ese es el gran acontecimiento de todos los acontecimientos planetarios. Y es la pertinencia de Las tres ecologías de Félix Guattari, la mental, la social y la medioambiental, las condiciones básicas para aprender a consumir con pasión voraz pero sin interés egoísta. Frente a las actuales crisis ecológicas se vuelve a poner el arte al servicio de la vida. El arte también podrá seguir siendo una buena estrategia para generar conflictos, y así propiciar equilibrios y desequilibrios en las relaciones de poder, pero las crisis de recursos y las adversidades medioambientales nos hacen recuperar la humildad de desarrollar artes a través de las prácticas más sencillas, más ordinarias, más cotidianas. El arte es cuestión de dar vida, de engendrar sensaciones (así sea la del soplo del espanto, como del que hablaba Lyotard). Entre más viva esté una cosa o un intento, más arte se habrá desplegado. Darle vida al vacío, darle vida hasta a la sensación de la muerte. El arte es una fuente de vida. El arte es un conjuro contra la muerte. En tiempos de grandes desafíos vitales el arte vuelve a ser cuestión de vida o muerte, así sea para la salvar la vida con unos cuantos trazos o componiendo una sencilla canción. La concepción emergente del arte se hace evidente con el 2012, aquí y ahora, con las sensibilidades de otras formas de vida, con otras visiones y otros devenires heterogéneos. Ya no hay que esperar un pueblo por venir, porque ya está aquí, con nosotros y entre nosotros. Está despertando, afectado por la vibración del acontecimiento. El acontecimiento no es una opción: lo intempestivo nos acontece, no hay escapatoria. Se trata de cómo respondemos a sus desafíos y sus oportunidades. El poder de una concepción del arte que no dependa del mundo del Arte es el de ayudarnos a experimentar acontecimientos en nuestra vida. Sólo así, cuando creemos de verdad que cualquiera puede hacer arte cultivando alguna práctica, ayudamos a que cualquiera pueda vivir y experimentar acontecimientos en su vida. En eso consiste usar el arte como cultivo de otras formas de vida. En usar el arte para empoderarnos y empoderar a los seres que nos rodean. No se trata de una perspectiva idealista en tiempos de conflictos y escasez de recursos como los nuestros: es lo más práctico que podemos hacer por nuestra vida. La concepción del arte que hoy emerge no es institucional, pero tampoco es idealista; es absolutamente práctica. Es por pragmatismo que las vidas se lanzan cada vez más a cultivar artes: para generar otras fuentes de subsistencia, y sobre todo, para generar fuentes de vida directa.

A pesar de todo, el concepto de arte que usemos siempre será menos importante que lo que llegamos a sentir en las experiencias de arte en las que nos involucremos. La pregunta útil nunca será: ¿es arte? La pregunta más útil es: ¿me hace vibrar?, y ¿qué puedo hacer con esta potencia que me queda después de la experiencia? Razón tenía Hans-Georg Gadamer cuando decía que después de una experiencia de arte uno ya no es el mismo. Pero la razón no importa tanto, y uno es lo de menos. No hay nada que interpretar. Está todo por sentir. La clave de la transmutación de la energía de la estetización generalizada en arte está en cultivar prácticas que nos saquen de la rutina desde la misma cotidianidad. Así se interviene el acontecimiento. Todo es cuestión de vibración, todo es cuestión de ritmo. Félix Guattari da la mejor clave para entrar en sintonía con el nuevo milenio: hay que cambiar de música. Guattari ve la potencia del arte en cualquier parte, en una clase para niños tanto como en una reivindicación callejera. Consciente de los estados de cosas en el sistema capitalista global, diagnostica poco antes de morir que el umbral decisivo en la constitución de este nuevo paradigma estético reside en la aptitud de estos procesos de creación para autoafirmarse como foco existencial, como máquina autopoiética. Sin embargo, a diferencia de la lógica del Sistema, Guattari ve en el arte posibilidades para otro tipo de estética de la existencia distinta a la capitalista, al generar una producción de afectos y de perceptos que tenderá cada vez más a excentrarse respecto de los marcos y las coordenadas preformadas. El enemigo no es lo popular o lo cotidiano; si acaso, el problema sería lo normal y la normalización. Pero en realidad, el problema es el ego. Ese es el único enemigo para las artes de vida. Por eso Guattari afirma que el proceso precede a la heterogénesis del ser: porque antes de ser podemos estar. El arte es para estar aquí ahora, el arte es para elevarnos desde nuestra experiencia. El arte no es lo elevado, lo único elevado son las fuerzas cósmicas con las cuales nos conecta. ¿Cómo elevarnos? Esa es la pregunta definitiva detrás de cada intento de arte. Por eso el arte ya no es más una cuestión de ser artistas ni de hacer obras de arte. Se trata más de poder aprender a resonar con los demás, para que las sensaciones no se queden sólo en el que las ejecuta. El arte ya no es cuestión de genios ni obras maestras, sino de intentos, de intentos que pueden ser emprendidos por cualquiera. El arte se cultiva, y las genialidades brotan a partir de lo que se siembra. La concepción emergente del arte en el siglo XXI se encarna en la vida de las minorías al despuntar los tiempos de transformación a los que asistimos. Hasta los hombres más infames, esos de los que hablaba Foucault, hacen uso del arte hoy para sentir un soplo de vida. Aquí y ahora están los hombres infames de nuestro tiempo, el Inquieto, el Inconforme, el Cualquiera. Nosotros devenimos ellos y ellos están ya por todos lados, y ni siquiera quieren ser artistas pero igual están haciendo arte, invocando la vida, conjurando la muerte.


Bibliografía y enlaces

Acerca de la diferencia entre el presente y la actualidad:
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Acerca de cómo se construye un concepto:
Gilles Deleuze / Félix Guattari, ¿Qué es la filosofía? Anagrama, Barcelona, 1993.

Acerca de la composición de sensaciones:
Gilles Deleuze / Félix Guattari, Percepto, afecto y concepto. En ¿Qué es la filosofía? Anagrama, Barcelona, 1993.
Gilles Deleuze, Francis Bacon. Lógica de la sensación. Arena, Madrid, 2002.

Acerca del cultivo:
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Acerca de la experimentación:
John Cage, Silencio. Ediciones Ardora. Madrid, 2005.

Acerca del concepto de mundo del Arte:
Arthur Danto, El mundo del Arte. The artworld: http://estetika.ff.cuni.cz/files/Danto.pdf

Acerca del concepto de Arte según el mundo del Arte:
Arthur Danto, La transfiguración del lugar común. Una filosofía del arte. Paidós Estética. Barcelona, 2002.

Acerca de que hoy cualquier cosa puede ser Arte:
Arthur Danto, Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia. Paidós. Barcelona, 1999.

Acerca de la teoría institucional del Arte:
George Dickie, El círculo del arte. Una teoría del arte. Paidos. Barcelona, 2005.

Acerca de los fundamentos del concepto de Arte según el mundo del Arte:
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Acerca de la distinción entre Arte y Cultura:
Clement Greenberg, Arte y Cultura. Paidós Ibérica. Barcelona, 2002.
________________,The collected essays and criticism Volume 4: Modernism with a vengeance.
University of Chicago Press, Chicago, 1993.

Acerca de la formación histórica de la autonomía del Arte:
Arnold Hauser, Historia social de la literatura y el arte. Tres Tomos. Debate, Madrid, 1998.

Acerca de la diferencia entre arte, técnica, práctica y poesía en la Antigüedad:
Platón, El Banquete: http://es.scribd.com/doc/392890/El-Banquete-Platon

Acerca del No-Arte, el No-Artista y la desartización posmoderna:
Allan Kaprow, Essays on the blurring of art and life. University of California Press. Berkeley, 1993.

Acerca de la reconceptualización del arte a partir de las vanguardias:
Harold Rosenberg, The de-definition of art. Collier. New York, 1972.

Acerca del capitalismo en tiempos de globalización:
Michael Hardt / Antonio Negri, Imperio. Desde abajo, Bogotá, 2001.
Acerca del capitalismo y la información:
Manuel Castells, La Era de la Información: Economía, Sociedad y Cultura. Tres tomos. México, Siglo XXI, 1999.

Acerca de las contradicciones culturales del capitalismo y las sociedades hedonistas:
Daniel Bell, Las contradicciones culturales del capitalismo. Alianza Editorial. México, 1977.
Richard Sennett, Narcisismo y cultura moderna. Kairós. 1980.
Gilles Lipovetsky, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Anagrama, Barcelona, 1986.

Acerca de la acumulación del capital en la imagen:
Guy Debord, La sociedad del espectáculo. Anagrama. Barcelona, 1990.

Acerca del capitalismo y la estetización generalizada:
Jean Baudrillard, La transparencia del mal. Anagrama, Barcelona, 1993.
Jean Francois Lyotard, Moralidades posmodernas. Taurus, Madrid, 1998.

Acerca de la autonomía absoluta del mercado del Arte:
Jean Baudrillard, El complot del arte. Amorrortu. Buenos Aires, 2006.

Acerca del presente perpetuo:
Fredric Jameson, Teoría de la posmodernidad. Trotta, Madrid, 1998.

Acerca de la estética de la existencia:
Michel Foucault, Historia de la sexualidad volumen II: El uso de los placeres. Siglo XXI, México, 1986.
_____________ , Estética, ética y hermenéutica.
Paidos, Barcelona, 1999.
Gilles Deleuze, Foucault. Paidos, Barcelona, 1987.
____________, Conversaciones. Pre-Textos, Valencia, 1999.

Acerca de la producción de subjetividad:
Félix Guattari, Cartografías esquizoanalíticas. Manantial. Buenos Aires, 2000.
___________, Caosmosis. Manantial, Buenos Aires, 1996.
___________, Plan sobre el planeta. Capitalismo mundial integrado y revoluciones moleculares. Traficantes de sueños. Madrid, 2004.
Michel Foucault, Historia de la sexualidad volumen II: El uso de los placeres. Siglo XXI, México, 1986.
_____________, Historia de la sexualidad volumen III: El cuidado de sí. Siglo XXI, México, 1986.
____________, Tecnologías del yo. Paidos, Barcelona, 1990.
Gilles Deleuze, Filosofía crítica de Kant. Cátedra, Madrid, 1990.
____________, Foucault. Paidos, Barcelona, 1987.
____________, Conversaciones. Pre-Textos, Valencia, 1999.
____________, El pliegue. Paidos, Barcelona, 2000.
Jean Baudrillard, El sujeto fractal. En VV.AA., Videoculturas de fin de siglo. Cátedra. Madrid, 1990.

Acerca de la biopolítica:
Michel Foucault, Derecho de muerte y poder sobre la vida. En Historia de la sexualidad volumen I: La voluntad de saber. Siglo XXI, México, 1979.
Michael Hardt / Antonio Negri, Producción biopolítica. En Imperio. Desde abajo, Bogotá, 2001.

Acerca de las sociedades de control:
Gilles Deleuze, Post-scriptum sobre las sociedades de control. En Conversaciones. Pre-Textos, Valencia, 1999.
Michael Hardt / Antonio Negri, Producción biopolítica. En Imperio. Desde abajo, Bogotá, 2001.
Michel Foucault, Saber y verdad. La Piqueta. Madrid, 1991.

Acerca de pensar la sociedad a partir de sus líneas de fuga:
Gilles Deleuze / Félix Guattari, Micropolítica y segmentaridad. En Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Pre-Textos, Valencia, 1992.

Acerca del suelo de pensamiento:
Michel Foucault, Las palabras y las cosas. Siglo XXI, México, 1998.

Acerca de la forma de vida Hombre y la muerte del Hombre:
Gilles Deleuze, Sobre la muerte del Hombre y el superhombre. En Foucault. Paidos, Barcelona, 1987.
Michel Foucault, Las palabras y las cosas. Siglo XXI, México, 1998.
______________, ¿Qué es un autor?: http://148.206.53.230/revistasuam/dialectica/include/getdoc.php?id=286&article=305&mode=pdf


Acerca de qué es un acontecimiento:
Gilles Deleuze, ¿Qué es un acontecimiento? En El pliegue. Paidos, Barcelona, 2000.

Acerca de qué es una experiencia :
Michel Foucault, Historia de la sexualidad volumen II: El uso de los placeres. Siglo XXI, México, 1986.

Acerca de la arqueología de las problematizaciones:
Michel Foucault, La arqueología del saber. Siglo XXI, México, 1996.
Michel Foucault, El orden del discurso. Tusquets, Barcelona, 1996.

Acerca de la genealogía de las prácticas:
Michel Foucault, Nietzsche, la genealogía, la historia. Pre-Textos, Valencia, 1992.
Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral. Alianza. Madrid, 1994.

Acerca de la dialéctica negativa y la desartización moderna:
Theodor Adorno, Dialéctica Negativa. Taurus. Madrid, 1995.
_____________, Teoría estética. Orbis. Barcelona, 1983

Acerca del anti-gusto de la teoría crítica en el siglo XXI:
Cristoph Menke,
Otro tipo de gusto. Ni autonomía ni consumo de masas. Revista Enrahonar 46, 2011.
http://web.me.com/gerardvilar/MTGramaticas/Feeding_Thought_files/Menke,%20C.%20-%20Gusto.pdf

Acerca de la multiplicidad más allá de la dialéctica:
Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía. Anagrama, Barcelona, 1993.
Gilles Deleuze / Félix Guattari, Rizoma. En Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Pre-Textos, Valencia, 1992.

Acerca del pensamiento radical:
Jean Baudrillard, El pensamiento radical. En El crimen perfecto. Anagrama, Barcelona, 1996.

Acerca del pensamiento más allá de la epistemología sujeto-objeto:
Gilles Deleuze / Félix Guattari, Geofilosofía. En ¿Qué es la filosofía? Anagrama, Barcelona, 1993.
Jean Baudrillard, Ni sujeto ni objeto. En Cultura y simulacro. Kairós, Barcelona, 1988.

Acerca de los isomorfismos:
Gilles Deleuze / Félix Guattari, Aparato de captura. En Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Pre-Textos, Valencia, 1992.

Acerca del aire de los tiempos:
Gilles Deleuze, La isla desierta y otros textos. Pre-Textos. Valencia, 2005.

Acerca de la voluntad de verdad:
Michel Foucault, Foucault. En Estética, ética y hermenéutica. Paidos, Barcelona, 1999.
Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal. Grafidco. Buenos Aires, 2006.

Acerca de las posibilidades de existencia:
Friedrich Nietzsche, Ecce Homo. Alianza. Madrid, 2003.

Acerca de la aldea global:
Marshall Mc Luhan, La galaxia de Gutenberg. Planeta de Agostini. México, 1985.

Acerca de la autopoiesis:
Humberto Maturana y Francisco Varela, De Máquinas y Seres Vivos: Una teoría sobre la organización biológica. Editorial Universitaria. Santiago de Chile, 1995.
Niklas Luhmann, Organización y decisión, autopoiesis y entendimiento comunicativo. Anthropos. Barcelona, 1997.

Acerca de la estética relacional:
Nicolas Bourriaud, Estética relacional. Adriana Hidalgo Editoria. Buenos Aires, 2007.

Acerca del arte más allá de lo sublime:
Jean Francois Lyotard, The Sublime and the Avant-Garde y After the Sublime, the State of Aesthetics. En The Inhuman. Stanford, Oxford, 1988.

Acerca del afuera de donde vienen todas las fuerzas:
Gilles Deleuze, Foucault. Paidos, Barcelona, 1987.
Michel Foucault, El pensamiento del afuera. Pre-Textos, Valencia, 2002.
Maurice Blanchot, El espacio literario. Paidos. Barcelona, 2004.

Acerca de no ser el mismo después de experimentar el arte:
Hans Georg-Gadamer, Estética y hermenéutica. Tecnos. Madrid, 2006.

Acerca del soplo del espanto:
Jean Francois Lyotard, Música, Mútica. En Moralidades posmodernas. Taurus, Madrid, 1998.

Acerca de la concepción del arte y las artes de vida en tiempos ancestrales:
Daisetz T. Suzuki, Budismo Zen. Kairos. Barcelona, 1993.
Philip Rawson / László Legeza, Tao: the Chinese philosophy of time and change. Singapore ,1978.
Philip Rawson, The art of Tantra. Thames and Hudson. Singapore ,1978.

Acerca de los saltos cuánticos:
Osho, Sintonizarse con la existencia. Norma. Bogotá, 2006.

Acerca de la ecología mental, social y medioambiental:
Félix Guattari, Las tres ecologías. Pre-Textos. Valencia, 2000.

Acerca de Mayo del 68:
Félix Guattari / Antonio Negri, Verdades Nómadas. Akal Madrid, 1999.

Acerca del terrorismo poético:
Hakim Bey, T.A.Z. Zona Temporalmente Autónoma. Talasa. Madrid, 1996.

“El capitalismo lleva en sí mismo los gérmenes de su propia destrucción”:
Karl Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Alianza Editorial. Madrid, 2002.

“Acaso algún día el siglo será deleuziano…”
Michel Foucault, Theatrum Philosophicum:
http://es.scribd.com/doc/23103471/Foucault-Theatrum-Philosophicum-articulo







La racionalidad (económica) del mundo del Arte


Se está adentro o afuera del mundo del Arte, y sólo si se está adentro se hace parte del mundo del Arte y, por consiguiente, del Arte. Esa es la concepción hegemónica del presente en la sociedad globalizada, esa es la manera generalizada en la que se concibe el arte, no sólo por los mismos integrantes del mundo del Arte, sino por las mismas mayorías poblacionales urbanas que reproducen los valores puestos en circulación en los medios de comunicación y las redes de información dominantes. Hacer parte de una exposición en un museo o en una galería, aparecer en medios de comunicación especializados, ser reseñado por el sector de la crítica de Arte, pero sobre todo, vender lo que se hace con los precios reconocidos como los de una obra de Arte son los hechos objetivos mediante los cuales se accede al mundo del Arte. Alguien sólo se convierte en artista si logra encontrar comprador a sus obras en el mercado del Arte o, al menos, generar capital simbólico haciéndose visible a nivel macro de la sociedad al ingresar en los circuitos de la institucionalidad reconocida.
El mundo del Arte, según Arthur Danto, actuaría bajo una pretensión de objetividad al momento de decidir qué se considera Arte y qué no se llega a considerar como tal. Los personajes del mundo del Arte, dice Danto, esgrimirían unas razones verbalizadas en los juegos del lenguaje efectuados en los ámbitos institucionales del Arte. Las razones de las que habla Danto terminan por volverse nada más que pura racionalidad económica, pues realmente el cálculo costo-beneficio aparece como el criterio máximo y en ocasiones como el criterio único para ingresar al mundo del Arte. La prioridad al nombrar algo como Arte es generar rentabilidad y la pretensión de objetividad de la que habla Danto sólo se objetiva en la vida real mediante esta racionalidad económica, razón única y suficiente por la cual se decide dejar ingresar o no algo al mundo del Arte, como lo prueban los montones de piezas diseñadas para millonarios inspiradas en el éxito comercial de Damien Hirst, obras que entran directamente a subastas como las de Sotheby’s sin haber tenido que pasar antes, ni siquiera, por una galería de Arte contemporáneo.




El concepto de arte como cultivo de una práctica



La concepción del arte como cultivo de una práctica no hace un uso de la palabra cultivo como si fuera una metáfora, una representación o una referencia. Se usa como un isomorfismo, lo que desde la perspectiva de Deleuze y Guattari en Mil Mesetas implica hablar de formas cuya resonancia es plena a pesar de no ser idénticas. La forma arte es distinta a la forma cultivo, por eso cada una por separado implica muchas cosas distintas, pero aun así, se trata de dos formas que permiten cumplir la misma función. Armar y cultivar son dos fuerzas, dos verbos distintos en resonancia plena; son como la versión artificial, la que se usa con el artificio, y la versión natural, la que se usa con la tierra, de la misma fuerza primigenia: la de creación, de engendramiento, de germinación, de nacimiento, que atraviesa todas las cosas, todos los espacio-tiempos, todos los universos, ya sean naturales o culturales, junto a la otra fuerza primigenia de la muerte. Cuando devienen formas esas fuerzas, como es el caso de las palabras arte y cultivo, las formas, a pesar de no ser idénticas y por lo tanto posibilitar cada una por separado significados muy diversos, se mantienen en plena resonancia, haciendo vibrar sus fuerzas al unísono, conectadas con esa otra fuerza proveniente del infinito, del afuera del que habla Maurice Blanchot, esa fuerza cósmica del absoluto ilimitado que ayudan a pensar Deleuze y Guattari, la fuerza de crear, la fuerza de vida. El isomorfismo no implica en ningún modo homogeneidad, el arte y el cultivo posibilitan las más disímiles heteromorfias entre sí, tanto como palabras como experiencias encarnadas en estados de cosas vividos. Pero las dos cumplen la misma función vital: hacer crecer la vida.

De este modo el concepto de arte como cultivo plasma la resonancia absoluta de fuerzas entre ambas palabras y entre ambas acciones. No son sinónimos, pero sus frecuencias afectivas coinciden hasta el punto de poder cumplir la misma función al ser empleadas. Quizás no haya un mejor término que el de cultivo para hablar del arte que se despliega en el nuevo milenio. Sobre todo por el doble uso de la palabra cultivo en los agenciamientos de enunciación. Cultivo es un sustantivo, igual que el uso que el mundo del Arte le da a la palabra arte, como un tipo de objeto específico, como cosa, o como campo social específico: el arte como sustantivo. Pero la palabra cultivo también se usa como un verbo, como una acción, igual que la raíz de la palabra arte: ar, en sánscrito y luego ars en latín, que origina verbos antes que sustantivos en las pragmáticas del lenguaje de los pueblos ancestrales indoeuropeos. Fue la experiencia de la modernidad la que generalizó el uso de la palabra arte como sustantivo alrededor del planeta, cuando siempre fue la fuerza del verbo la que le dio sentido a la palabra en el uso diario de los pueblos premodernos: el arte de preparar, el arte de moldear, el arte de fundir, el arte de tornear, el arte de pulir, el arte de trazar, el arte de cada acción, el arte de cada verbo que venga al caso. La conexión del arte que emerge en las sociedades globalizadas del siglo XXI con el arte de las sociedades ancestrales, las que hicieron emerger el arte en las sociedades humanas por primera vez, resulta de una gran importancia. Más allá de cualquier anécdota, la resonancia entre la concepción más actual con la concepción ancestral del arte permite recuperar la potencia primigenia, aquella de la fuerza de la creatividad, que le dio vida al arte, tanto como palabra como experiencia. Esa potencia vital de la fuerza del arte en las sociedades ancestrales es una fuente de enseñanza y de aprendizaje, una fuente de poder que posibilita liberarse de los límites vitales impuestos a través de la concepción hegemónica del arte como dominio del mundo del Arte. La creatividad resulta útil y necesaria con los nuevos tiempos que llegan, condicionados por conflictos sociales y medioambientales; el arte vuelve a beber de ella, a pesar de ciertas tendencias del Arte contemporáneo relacional basados en la circulación de información. La palabra cultivo, y más allá de la palabra, la fuerza del cultivo es estrategia del arte emergente del siglo XXI en su intento de reconectar con las fuerzas vitales. El cultivo no es ajeno ni contrario a la creatividad. Incluso los cultivos más predecibles, como los procesos sucesivos de ciertas hortalizas, dependen de las respuestas que se tengan que crear al instante, sobre el terreno, ante el azar de las circunstancias imprevistas. Arar, plantar, sembrar, regar, cosechar, trasplantar, por sólo citar un proceso lineal de cultivo, son los pasos para poner en juego una línea de vida. Pero lograr hacer germinar algo con vida, algo vivo por sí mismo, en mayor o menor grado, siempre requiere de la creatividad para afrontar el caos, de la imaginación para encontrar tierras allí donde hacen falta, la inventiva para preparar sustratos, la inteligencia a la hora de saber usar las condiciones climáticas inesperadas, el talento para hacer dar frutos, el ingenio para enfrentar las plagas desconocidas, la genialidad para conjurar la muerte en medio de crisis imprevistas. Cultivar es poner la creatividad en remojo.

No es casualidad el auge de los cultivos urbanos en las sociedades globalizadas: cultivar vuelve a ser de nuevo una fuerza vital al momento de hacer tejido social en el nuevo milenio. Se trata de una iniciativa minoritaria frente a los poderes hegemónicos del capital, pero cada vez la minoría se hace más poderosa. La práctica contemporánea llamada jardinería de guerrilla se ha propagado alrededor del planeta con una fuerza formidable, plantando, no sólo la enseñanza de su técnica, sino sobre todo su ethos, su ética. La conexión entre las fuerzas de paz del cultivo y las fuerzas de subversión de la guerra de guerrillas se inaugura a partir de una joven artista que toma la iniciativa de invitar a un grupo de amigos de su zona residencial en el Lower East Side de Manhattan en 1973 a limpiar y ocupar un terreno vacante inutilizado, el cual convierten en el primer jardín comunitario de toda una serie de intervenciones que estarían por desencadenarse. El nombre de la joven artista es Liz Christy, y el colectivo que gracias a ella nace se da a conocer bajo el apelativo de Green Guerrillas. Desde entonces, la jardinería de guerrilla no ha parado sus procesos de propagación y reproducción, brotando en pequeñas localidades e incluso aún más en medio de los grandes centros urbanos del planeta. Jardinería nueva, jardinería de guerrilla, ya que los jardines se cultivan en propiedades ajenas, propiedades abandonadas por el Estado, por la especulación del capital privado o por ambas cosas. Una política de combate a los valores del sistema capitalista ha terminado por engendrarse en este tipo de jardinería, más allá de cualquier determinación ideológica, aún cuando la jardinería de guerrilla ha producido reterritorializaciones del tipo de cooperación con las instituciones, el cabildeo de políticas públicas o la fundación de organizaciones, y por supuesto, jardines públicos bautizados con el propio nombre Liz Christy. Al margen de cualquier prejuicio, la jardinería de guerrilla genera a la vez las redes institucionales como las iniciativas autogestionadas a partir de la cuales se promueven nuevos modos de vida, desde campañas por los derechos de acceso a la tierra como The land is ours en la Inglaterra de la década de 1990 hasta movimientos reivindicatorios de reformas agrarias en Brasil como el del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, de larga tradición marxista desde la década de 1970, que ahora más que nunca encuentra interlocución sintonizándose con estas iniciativas, actos de terrorismo poético, como aquél del colectivo Reclaim the streets que convoca a cientos de personas en el año 2000 a plantar flores y vegetales en pleno Parliament Square de Londres, hasta el nacimiento en ese mismo centro capitalista de una eco aldea como la de Kew Bridge en el año de 2009, la cual dura un año en pleno funcionamiento antes del desalojamiento de todos sus habitantes. En Londres será más notorio, pero esto mismo está pasando por todo el planeta. Los jardines urbanos autogestionados plasman, como pocas otras actividades, el acontecimiento que se abre en el siglo XXI: la compenetración entre las fuerzas del arte y las fuerzas del cultivo. El poder del cultivo retorna a la vida social con el aire de los tiempos del nuevo mileno.

La palabra cultivo retorna a la constelación de fuerzas del pensamiento contemporáneo gracias a la genealogía que Michel Foucault emprende a propósito de los juegos de verdad en la relación de los individuos consigo mismos, cuyas investigaciones centradas en las culturas de la Antigua Grecia y el periodo grecorromano se presentan en los volúmenes II y III de la Historia de la sexualidad. Foucault habla del cultivo de sí que ponen en práctica los ciudadanos de la cultura grecorromana de los primeros siglos de la era cristiana a partir de las prescripciones formuladas desde ciertas fuentes de conocimiento médico o filosófico, con las que se induce a los individuos a esmerarse en el cuidar de uno mismo. La clave del cambio en la producción de subjetividad de la cultura de la Antigua Grecia, y en general lo que Foucault llama Antigüedad, y la nueva cultura que emerge con el nacimiento del Imperio Romano está en el paso de un cuidado de sí mismo al cuidado de uno mismo. Un uno mismo que, en palabras del propio Foucault, empieza a buscarse y aprovecharse como un puerto al abrigo de las tempestades, como una ciudadela que protegen sus murallas. El momento en el que la multiplicidad de los procesos de subjetivación comienza a converger de modo ordenado en una unidad, en una subjetividad cerrada, segura, amurallada. A diferencia de los procesos de subjetivación vividos en la Antigua Grecia, en donde los consejos acerca de la manera de estilizar la vida nunca hicieron énfasis en pensar la vida centrada en uno mismo, los ciudadanos grecorromanos descubren un placer sobre uno mismo al replegarse. Ese es quizás el verdadero comienzo de Occidente: el momento en el que el cuidado de sí mismo se empieza a ver eclipsado por el conocimiento de uno mismo, la condición de posibilidad del sujeto tal como se concibe en la vida moderna, como una individualidad centrada en su ego. La llegada del Imperio Romano anticipa lo que estaría por venir en tiempos de un Imperio Global, como del que hablan Michael Hardt y Antonio Negri al momento de pensar la geopolítica del siglo XXI.

Sin embargo, el cultivo de sí no constituye aún el germen del sujeto, de la individualidad centrada en el conocimiento de uno mismo. Consiste más detalladamente, dice Foucault, en un desplazamiento, inflexión y diferencia de acentuación del modelo de producción de subjetividad de los griegos. Foucault dedica los últimos años de su vida a pensar la sexualidad porque dicha problematización resulta un campo privilegiado para pensar las maneras en que los individuos se relacionan consigo mismos. Y revela a través de sus investigaciones que la reflexión moral de la Antigüedad a propósito de los placeres no se orienta hacia una codificación de los actos ni hacia una hermenéutica del sujeto, sino hacia una estilización de la actitud, es decir, hacia una estética de la existencia. El arte se fuga al código: cuidarse a sí mismo es una estrategia muy distinta a la de conocerse a uno mismo, la estilización de la existencia se opone a la formación de un sujeto. El cultivo de sí de los grecorromanos posibilita el conocimiento de uno mismo por su potencia de perseverancia. Pero no hay una ruptura entre el cuidado de sí y el cultivo de sí; solamente varían las intensidades entre un modelo y otro. El cultivo de sí es, más exactamente, el puente entre la estética de la existencia y la hermenéutica del sujeto, entre esas dos tecnologías completamente opuestas, esas dos formas distintas de concebir las relaciones consigo mismo. La estética de la existencia es la tecnología de producción de la subjetividad de casi todas las civilizaciones y casi todos los pueblos humanos sobre el planeta antes de la era cristiana. La hermenéutica del sujeto o voluntad de conocerse a uno mismo es, por otro lado, la tecnología que comienza a insinuarse en el periodo grecorromano y que sólo hasta el Cristianismo logra volverse hegemónica a través de toda una serie de procesos de exámenes sobre uno mismo extendidos socialmente. El factor más radical de cambio, lo que hizo que las variaciones de acentuación cruzaran un umbral hacia el desplazamiento hacia otra tecnología opuesta, lo que principalmente hace saltar de la estética a la hermenéutica, señala Foucault, es la preeminencia de la Ley que comienza a establecerse desde el Imperio Romano, de la verdad codificada, que llega a influir hasta en los modelos y en los preceptos relacionados con los procesos de subjetivación de aquella época, como los textos de Séneca. Es la cuestión de la verdad, explica Foucault, la cuestión de la ley, el principio del conocimiento de uno mismo lo que comienza a inflexionar el tema del arte y la technè como los modelos de la construcción de la propia vida.

La concepción de cultivo aparece, entonces, en plena resonancia con la concepción de arte en las culturas de la Antigüedad. No sólo en todas las culturas precedentes a la griega, pues del Oriente ancestral provienen las artes de vida que influyen los modelos griegos, y en Oriente cultivar es una imagen estrechamente ligada al arte. No sólo en Oriente, también en la cuna de la civilización occidental el arte y el cultivo son conceptos paralelos. El cuidado de sí y el cultivo de sí, mientras no se use este último con el fin de unificar los procesos de subjetivación en el uno mismo del yo, son apenas dos variaciones distintas de un mismo arte de vida. Según Foucault, el cultivo de sí es una respuesta original bajo la forma de una nueva estilística de la existencia. El cuidado de sí y el cultivo de sí son sólo dos variaciones técnicas de la misma tecnología de vida. Foucault nos hace ver que el cultivo es también estilística. El concepto de cultivo es lo más cerca que puede llegarse al concepto de arte, porque armar y cultivar son dos fuerzas que se mueven en resonancia absoluta, hasta el punto de que aquella destinada para el artificio deviene natural, y la dirigida hacia la naturaleza deviene artificial, moldeada, trabajada. Precisamente por eso las dos palabras son tan útiles para pensar la subjetividad, porque tanto arte como cultivo van de lo natural hacia lo artificial y viceversa. Arte y cultivo provienen de la misma fuerza: la fuerza de la creación. Una fuerza que no pertenece a la religión, porque las fuerzas de creación y destrucción son inmanentes a la Tierra. La creación no es un asunto metafísico; crear es pura física, es una cuestión microfísica. La creación inmanente, de la tierra o los seres que pueblan sus territorios, hace germinar lo que luego destruirá. Las fuerzas comunes del arte y del cultivo son concretas: la fuerza de engendrar, la fuerza de hacer germinar, la fuerza de dar vida, a los seres o las cosas pero, igualmente, creando lo que aún no está. Tanto el arte como el cultivo son acciones que se basan en la generación y el uso de habilidades, de destrezas, pero siempre flexiblemente, como una cuestión de exigencias abiertas y no cerradas, codificadas. Es lo que Foucault denomina las reglas facultativas, que se diferencian del código, de la ley en cuanto no determinan exactamente lo que debe hacerse sino que apenas describe lo que en cada caso según las circunstancias se ha de graduar y modular variablemente. Es posible crear códigos para las artes o los cultivos de ciertos elementos o actividades, pero la puesta en práctica de ese arte y de ese cultivo depende siempre de una manera de acercarse o tomar distancia de ese código. En eso consiste estilizar, precisamente: en afinar, en moldear, en tornear. Y en eso mismo también consiste cultivar: no en seguir un código al pie de la letra, sino de atender y de cuidar a cada momento lo que se cultiva dependiendo de las circunstancias puestas en juego o los vientos que vienen sobre las siembras.

¿En qué podría consistir la diferencia entre la fuerza del arte y la fuerza del cultivo? Vale la pena pensarlo, porque a pesar de toda su resonancia el arte y el cultivo son irreductibles entre sí. Foucault utiliza la palabra cultivo en La inquietud de sí, el tercer volumen de La Historia de la sexualidad, para hablar de actividad consagrada. El cultivo también es cuidado y ocupación, pero quizás implica una atención más dedicada, más elaborada, más aplicada que la de la estilización y, sin duda, mucha más entrega. El cultivo es un cuidado, pero con especial esmero. El cultivo es naturalmente un modo de hacer brotar el azar y lo espontáneo, pero implica algo más que actuar con pura espontaneidad. Implica esfuerzo, rigor, aunque no necesariamente disciplina o trabajo. Es susceptible de mejorarse, perfeccionarse una y otra vez, aunque no necesariamente conlleva a una actitud perfeccionista, progresista ni evolucionista. La diferencia entre el arte y el cultivo se encuentra sólo en una cuestión de grado, de intensidad. Al momento, histórico, no subjetivo, de concebir el arte como cultivo, lo que se halla es una oportunidad de recuperar el valor del rigor y del esfuerzo, de la importancia de la práctica sostenida y reiterada, que muchas veces el Arte del mundo del Arte ha contribuido a subestimar. El arte en la Antigüedad que nos presenta Foucault no puede desligarse de la práctica, de la praxis, ni de la técnica, de la technè. El arte es siempre cuestión de sensaciones, como recuerdan Deleuze y Guattari, de hecho, las artes de vida de las que Foucault habla son las condiciones de posibilidad de desarrollo de sensibilidades enteras, de maneras de aprender a percibir y saber dejar afectarnos por lo que nos rodea. La vida es ritmo y es composición, nos enseñan las artes de vida ancestrales. Si se trata de artes de vida entonces la vida que se compone se desliza todo el tiempo sobre la inmanencia de la sensación, y como el pensamiento de Deleuze y Guattari ayuda a ver, la composición es cuestión de sensaciones y no de técnica, pero la técnica es la condición formal necesaria para poder alcanzar sensaciones. Así es que la experimentación de sensaciones depende directamente de las técnicas con las que se conecta cada experiencia en la que nos vemos involucrados. Cultivar ayuda, más que estilizar, a caer en cuenta de la importancia de la técnica y de la práctica constante para experimentar con nuevas sensaciones e intensificar las sensaciones a las que nos hemos habituado.

La resonancia de la concepción emergente del arte en el siglo XXI con la concepción del arte humano más ancestral, que se extiende desde la aparición de los homínidos sobre la Tierra hasta la Antigüedad de la que habla Foucault, justo antes del despliegue del Imperio Romano y del Cristianismo (las condiciones históricas que posibilitan el desarrollo del sistema capitalista) es imprescindible para poder aprehender el acontecimiento del arte, que se interconecta con toda la serie de acontecimientos naturales que los ciclos de regeneración del planeta desencadenan sin piedad sobre las sociedades al despuntar el nuevo milenio. El planeta Tierra vuelve a recordar la inevitable naturaleza cíclica de las realidades, y el arte no es ajeno a esos eternos retornos. Es el tiempo de la realidad empírica más actual el que evidencia el agotamiento del ciclo del arte como dominio del mundo del Arte, el agotamiento del arte como mega relato del sistema de vida. Se va cerrando el ciclo hegemónico del mundo del Arte al mismo tiempo que va emergiendo una nueva realidad extendida en la cual el arte ya no se separa más de la vida cotidiana. La vieja utopía de las vanguardias artísticas termina por cumplirse bajo la forma de una especie de distopía propia del sistema capitalista, una condición global de estetización generalizada. Pero esos estados de cosas del presente brindan la morada para la incubación de los valores y las prácticas de no sólo otros modos sino otras formas de vida, en las cuales una nueva concepción del arte resulta clave y sobre todo útil para poder hacerlas realidad. Concepción nueva con respecto a esa concepción a la que nos llegamos a acostumbrar, la del arte como dominio del mundo del Arte. Pero lejos de cualquier pretensión modernista de originalidad o innovación, la novedad del acontecimiento que se vive en el siglo XXI es, a la vez, el retorno al espíritu del arte de los tiempos más ancestrales. Al menos cuatro elementos han de estar presentes en la concepción emergente del arte, cuatro elementos a partir de los cuales se pensaba el arte en la Antigüedad, como pueden rastrearse en la pragmática de los juegos de lenguaje que van desde los orígenes del sánscrito en Asia, unos cinco mil años antes de Cristo, hasta el desarrollo del latín y el uso que hacen de los términos en griego antiguo que plasman tradiciones de las civilizaciones orientales precedentes: ars, technè, praxis y poiesis.

La palabra ars en latin encuentra su máximo equivalente en la palabra technè en griego, pero no hay que olvidar que la raíz ar proviene del sánscrito antiguo, lo que indica que por más similitud que pueda haber entre ellas, como en el caso entre arte y cultivo, no son irreductibles la una a la otra. De hecho, en el siglo XXI puede volverse a confundir technè con arte, debido a la avalancha de técnicas que las nuevas tecnologías generan, a partir de las cuales sin duda puede llegarse a desplegar arte, pero que no por ello equivalen al arte por sí mismas: hace falta algo, algo más hay que hacer para que la técnica devenga arte. La etimología de cada una de las dos palabras difiere en orígenes. Ars es una fuerza que se plasma en el lenguaje por primera vez en sociedades ancestrales de Oriente, mientras technè es una fuerza codificada en el lenguaje por la cultura de la Antigua Grecia, la cuna de la civilización occidental. La técnica es un problema de Occidente, el arte es una inquietud oriental. Sólo así puede entenderse por qué es Occidente el que despliega la modernidad y la globaliza, y por qué es Oriente el que conserva la concepción y la sensibilidad por el arte integrado a la vida cotidiana y las artes de vida. Por más que abunden sus interrelaciones, hay que pensar la fuerza distintiva que hace que nazca una palabra diferente a otra. Eso es, pensar las fuerzas distintivas entre arte y técnica, pero también de ambas frente a la praxis y la poesía. Para ello nada más útil que El Banquete de Platón, diálogo de un momento histórico en el que comienza distinguirse Occidente de Oriente, justamente, en la concepción y la sensibilidad ante las relaciones del individuo consigo mismo, los juegos de verdad que Foucault se dedica a desentrañar en los últimos años de su vida. Platón es quien ayuda a determinar todo el problema de la vida a partir del ser, fundando las bases para el surgimiento de Occidente. No es nadie más sino Sócrates, el gran personaje conceptual de Platón, el que introduce el principio délfico de conocerse a sí mismo, aún subordinado en aquella época a la primacía del cuidado de sí, como precisa Foucault, pero sin duda piedra de base para todo el desarrollo de la priorización del conocimiento de uno mismo, que comienza con la cultura grecorromana y la voluntad de ley y de verdad inspirada en Platón. El ser es la condición conceptual del sujeto y de todas las formas de vida egocéntricas, como la capitalista moderna. Oriente se cerró en sí misma, concentrada en la potencia de enseñar a vivir la vida sin necesidad de ser, sino simplemente estar, aun cuando la mayoría de las veces las artes de vida ancestrales se reemplazaron por imposición con modos de vida basados en la renuncia a sí mismo por parte de los individuos. Platón fundamenta el ser y la necesidad de ser para vivir, que termina haciéndole preguntarse a Shakespeare en el albor de la vida moderna ¿ser o no ser? Platón es el padre de Occidente, y de toda su voluntad de ser, de verdad y de orden. Platón ni siquiera es un sujeto, es un agenciamiento que usa el aire de los tiempos de su momento histórico para hablar, para hacer oír sus afectos flotando en el ambiente. Entre otras muchas cosas, leer a Platón permite ver cuáles son las fuerzas que socialmente se relacionan con el arte en una época en que Occidente aún no se había separado del todo de Oriente. Al leer El Banquete de Platón, un tratado sobre el amor escrito cuatro siglos antes de la era cristiana, se logran detectar las fuerzas distintivas primigenias de las palabras arte, técnica, práctica y poesía, los elementos fundamentales de la concepción del arte en la Antigüedad.

La idea de poiesis, dice Platón, es algo múltiple, pues en realidad toda causa que haga pasar cualquier cosa del no ser al ser es poiesis, de suerte que también los trabajos realizados en todas las artes son creaciones y los artífices de ellas son todos creadores (poiétai). Comparar el amor a la poesía es una estrategia de Platón para legitimar su perspectiva de verdad, pero al margen de los códigos de verdad que el filósofo está ayudando a formar, un vistazo al uso de las palabras en el lenguaje ayuda a hacer ver cómo en la Antigüedad arte, técnica, práctica y poesía constituyen, aunque en constante interacción, cuatro fuerzas distintas. Poiesis, poesía, significa hacer, crear. Praxis, práctica, es aquello de lo que habla al decir trabajos realizados, ejercicios o creaciones, es decir, puestas en práctica. Ars, arte, es otro particular que distingue algo más: es a través de las artes (ars) que se realizan creaciones (praxis) y se despliega creación (poiesis). A la manera original de Oriente, Platón habla de las artes no todavía como disciplinas, menos aún de disciplinas especializadas, sino más bien como campos de acción, como cultivos de prácticas, justamente como despliegue de la fuerza vital primigenia de creación a través de ejercicios y de creaciones, de puestas en práctica de composición. Technè, técnica, es otra fuerza más. Todo el menosprecio de Platón por los poetas no se debe, como se ha comprendido por mucho tiempo, a un menosprecio del filósofo hacia el arte, porque él mismo no deja de hablar del arte, de las artes de gobernar, las artes de autogobernarse, de las artes de vivir. Lo que menosprecia Platón no es el arte sino la técnica: la verdad no se encuentra en la técnica, y por eso la subestima haciendo a Sócrates por medio de la razón lucir inmensamente superior y verdadero frente a cualquier poeta o artista que no crea sino que se limita a implementar la técnica, como por ejemplo, la memoria. Sólo la reconciliación entre la razón del mundo ideal platónico y la técnica de la ciencia moderna posibilitará la conquista planetaria de los valores occidentales siglos más tarde. Pero la fuerza de la técnica, desde Platón, hasta la actualidad, siempre ha develado fácilmente su particularidad: el problema de las destrezas. El dominio de la técnica de algo es el dominio de las destrezas en la ejecución de ese algo. De este modo, se ve cada una de las fuerzas distintivas: la fuerza del arte es la de componer (de cultivar algo o armar el artificio); la fuerza de la técnica es la de estilizar y de adiestrar; la fuerza de la práctica es la de ejercitar; y la fuerza de la poesía no es otra que la fuerza de vida misma, la fuerza de creación de la vida, la fuerza vital primigenia, de la cual se derivan las vibraciones resonantes entre el arte y el cultivo, entre el poder de estilizar y el poder de cultivar. Componer, practicar, estilizar, crear: esas son las fuerzas del arte por naturaleza.

La experimentación de sensaciones a partir del cultivo de prácticas, esa concepción que emerge en el siglo XXI con respecto al arte, se encuentra en plena resonancia con la concepción del arte más ancestral. El arte es experimentación de sensaciones, pero esa experimentación es cuestión de práctica, del cultivo de la práctica, para ser más precisos. El cultivo de la práctica es, a su vez, cuestión de técnica, del control o el desarrollo de las destrezas en la ejecución de cada arte que se pone en práctica. Pero el arte no es sólo cuestión de técnica, como bien recuerdan Deleuze y Guattari, el arte es sobre todo cuestión de sensación, de perceptos y de afectos, de lo único de lo que se trata justamente la poesía, de percepciones y afecciones de fuerzas cósmicas como la misma fuerza vital primigenia. Esta fuerza vital primigenia no es un problema filosófico ni metafísico, sino plenamente físico y biológico, como lo muestra la función vital presentada por los biólogos Huberto Maturana y Francisco Varela con el nombre de autopoiesis, término científico que literalmente se traduce como autocreación, como el autohacerse, la producción biológica de sí mismos por parte de los seres vivos. La poesía es el viento cósmico al que le cantaba Rilke, el mismo prana o chi, la misma fuerza vital que atraviesa todos los universos, según las artes de vida del Yoga y el Tao de la India y la China ancestral. La fuerza vital, como la poesía intenta plasmarla, haría trascender la vida, pero siempre desde la inmanencia, pues como muestran ya los biólogos y los neurólogos, esa fuerza es la más inmanente de las funciones vitales orgánicas. La poesía nunca se ha podido despegar del arte, y si lo ha hecho es porque el arte se ha ido, es muy fácil, se siente, aunque en cada cual se sienta diferente. La poesía, al igual que la técnica y la práctica, son parte esencial del concepto de arte emergente en el siglo XXI.

El concepto de arte como cultivo condensa el espíritu ancestral del arte con la actitud del arte más actual, actitud que muestran iniciativas como las de la jardinería de guerrilla. Jardinería de guerrilla es cuestión de técnica: técnicas de riego, abono, difusión comunal, etc. Y cuestión de práctica: poner en práctica dichas técnicas y sortearlas frente a las adversidades del azar y de un sistema de vida basado en la propiedad privada. Pero sobre todo es cuestión de poesía: de esa singular especie de poesía que Hakim Bey llamaba terrorismo poético, un desafío, una fuga a la Ley y al Sistema a partir de la cual nos conectamos de nuevo con las fuerzas vitales. Jardinería de guerrilla es arte, arte del siglo XXI: arte como cultivo. Después de varios siglos de haber sido relegado y menospreciado, cultivar retorna con todo su poder, sobre todo en tiempos de escasez de recursos ante las adversidades que la naturaleza plantea al despuntar un nuevo milenio. Tal como nuestros ancestros entendían, para vivir hay que cultivar vida. El arte es un modo de hacer vida, de cultivar vida, aún cuando también sepa cultivar muerte y destrucción, igual que la misma naturaleza también lo hace. El concepto de arte como cultivo sirve para conectarnos con la tierra, como cósmicamente lo hacía el arte ancestral. Y a la vez nos sintoniza con el aire de los tiempos de la nueva época que vivimos, con sus actitudes más actuales, como la actitud de la jardinería de guerrilla, una actitud de desafío a los poderes dominantes, un ejercicio de libertad a través de la acción directa. Las vanguardias artísticas, en su intento de fundir arte y vida, desplegaron en todo su esplendor la acción directa como estrategia privilegiada del arte. Esa actitud alcanza su máximo grado de intensidad con el Situacionismo de la década de 1960, en el cual se inspira en gran parte todo el movimiento de acción directa a través de las artes comenzando el siglo XXI. Si hay algún legado de las vanguardias para el nuevo milenio es el de la acción directa, sobre todo el espíritu exaltado por el Situacionismo, en el cual la fuerza vital se intenta hacer explotar en el flujo cotidiano de la vida social, más allá de las experiencias personales a las que muchas veces se limitan otro tipos de acciones, como algunos happenings o performances que no logran salir de la órbita de lo privado. Es arte efectuado en medio de las situaciones sociales y por fuera de los espacios oficiales de las instituciones del mundo del Arte. Cortar el código del mundo del Arte a partir del cual se ha obligado a operar al arte, cortar los códigos sociales del sistema capitalista como el supuesto valor incuestionable de la propiedad privada, como en paz logra desafiarse por medio de jardines comunitarios al acceso de cualquiera. Perder el ego a través del arte, esa es la descodificación definitiva del individuo consigo mismo, en eso consisten todas las artes de vida. Hacer como Liz Christy, que se ha hecho invisible ella misma, y ha preferido hacer ver su jardín en vez de dejar ver a la artista.

El mundo del Arte se ha convertido en un territorio privilegiado para el ego, una máquina de inflar egos y de actitudes egoístas. El arte como experimentación de sensaciones a través del cultivo de prácticas emerge en el siglo XXI, no sólo como una concepción por parte de territorios vitales insumisos, sino también como una nueva sensibilidad latente en los modos de vida de las nuevas generaciones. Cada vez más se hace realidad, cada vez se encarna más en los estados de cosas vividos en las actuales sociedades, a través de estilos de vida muy diversos entre sí. La potencia de inspirar modos de vida no egocéntricos se encuentra en esta realidad emergente del arte, y al mismo tiempo, puesto que se trata de dos dinámicas en mutua relación, la potencia de empoderar a las vidas es inconmensurable. El arte es una estrategia para empoderar la vida, y la concepción del arte como cultivo de prácticas es una manera empoderadora de ver los posibles usos del arte en la vida social de nuestro tiempo. Sin la necesidad de pretender ser artistas, hoy cualquiera puede empoderar su vida a través del arte. El mundo del arte ofrece sus exposiciones y sus museos para empoderar la vida. El arte emergente por fuera del mundo del Arte comparte mucho más entre las vidas que se involucran en sus experiencias. Es la vida diaria la que se ve afectada por el arte, y no sólo el par de horas que dura el evento comercial del mundo del Arte. A partir de esta concepción emergente del arte cualquier individuo, sin necesidad de pasar por los valores, ni los códigos, ni los requisitos del mundo del Arte, puede integrar el arte en los modos en que construye su vida. Cualquier práctica en la vida, por más insignificante o cotidiana que pueda parecer, es susceptible de ser desplegada como arte. A partir de cualquier acto se puede generar arte si se practica con el suficiente rigor, el suficiente amor y la suficiente mística. Las fuerzas necesarias para prender la chispa del arte son el rigor, el amor y la mística por lo que se hace. Rigor, amor y mística: esas son las fuerzas que hacen falta ser encarnadas por algún tipo de vida para invocar las fuerzas del arte, las fuerzas vivenciadas necesarias para hacer brotar el arte. Se pueden poner en práctica todas las técnicas adecuadas, pero esa sería sólo la condición formal para la generación de arte. Como todo, en última es una cuestión de fuerzas. La fuerza de la vida que recorre infinitamente el universo ha de encontrarse con rigor, amor y mística, y sólo al chocar estas fuerzas en conjunto se logra romper la rutina de la vida normal. Se puede ejecutar una práctica por muchos años, pero sin rigor, amor y mística por lo que se hace, no se logra que la energía invertida en la acción se sublime. Como hace ver Lyotard, el arte contemporáneo ya no constituye necesariamente una expresión de lo sublime. Una multiplicidad ilimitada de fuerzas distintas a la fuerza de lo sublime guía el arte hoy. Pero la clave para sentir si lo que se practica está deviniendo arte es que quienes lo experimenten estén sublimando su energía vital a través de su acción. No hay sublimación de energía sin rigor, amor y mística. Esos son los tres poderes a través de los cuales surge la vida. Esas son las tres claves para cosechar lo que cultivamos.

El arte de hacer skateboarding en las calles, el arte de programar software, el arte de dar masajes en los ojos, el arte de tocar la cítara, el arte de barrer los pisos, el arte de pulir la piedra, el arte de generar energía por medio del viento, el arte de construir malocas, el arte de surfear la Web, el arte de operar las máquinas, el arte de disolverse cósmicamente con el viento, cualquier arte: cualquier tipo de arte puede desplegarse desde esta concepción emergente del arte como cultivo de prácticas. Igual que en la Antigüedad y en tiempos ancestrales: puede hacerse un arte a partir de lo que sea. Así fue hace muchos siglos, y así vuelve a ocurrir en este milenio. El arte como una potencia que cada individuo o colectivo puede desplegar como poder a través de eso a lo que se dedica, o eso que hace por un tiempo. Es decir, cualquier actividad imaginable. Esa es la condición histórica necesaria para concebir el arte en el siglo XXI: el arte al alcance de toda vida, y no solamente para aquellos que hacen parte del mundo del Arte. Una concepción del arte que no resulte así de abierta no logrará dar cuenta de la actualidad irreversible frente a nuestros ojos. Puede haber, puede hacerse arte a partir de lo que sea, sin excepciones (lo cual no quiere decir que todo sea arte para todos), lo único que se necesita es hacer chocar las fuerzas del arte a través de las formas que hayamos elegido, cualesquiera que sean. Hacer chocar las fuerzas es un intento que implica, en el caso particular de hacer arte: emprender una práctica, entrenarnos en las técnicas adecuadas para poner en práctica, cultivar las destrezas para la ejecución de esa práctica, practicar constantemente. Esas son sus condiciones formales. Pero implica también las condiciones afectivas necesarias: realizar lo que hacemos con el suficiente rigor, amor y mística. En ese momento se produce la chispa. En ese momento se hace poesía, así se trate de la más insignificante de las labores. Esa potencia de hacer, de sentir la poesía de la vida, sin importar lo que representemos en la sociedad, la tenemos todos. Hace falta buscar el tiempo para poder con ella hacer nuestras vidas. En eso consiste la experimentación de sensaciones a través del cultivo de una práctica. Una concepción del arte que no excluye las experiencias espontáneas. Sin duda el arte también puede ser espontaneidad instantánea, acontecer inmediato. Se experimenta con las sensaciones también a partir de ejercicios automáticos, como el detournement situacionista, cuando usamos tergiversadamente las cosas, o el ready-made, que enseñó a construir Duchamp a partir de cualquier objeto encontrado. Pero hasta los ready-mades han sido, tanto construidos como resignificados, o mejor, revividos a partir de algún arte, o sea, a partir del cultivo de alguna práctica. Hay hasta un arte de revivir los objetos encontrados, hay hasta un arte de distorsionar el uso de las cosas. Cualquier tipo de arte puede hacerse cuando se concibe el arte como una especie de cultivo de las prácticas, igual que cultivar una práctica nos hace concebir el arte como algo que hace parte de nuestra vida real y no sólo la de los artistas o los funcionarios del mundo del Arte. Concebir el arte como cultivo no tiene nada que ver con ser “un hombre cultivado”, a la manera del pensamiento clásico y el pensamiento ilustrado, en donde la fuerza del cultivo se usa para caracterizar a los eruditos o a los educados, a aquél que se solía llamar “un hombre culto”. Cultivar ya no sirve para distinguir a los hombres cultivados de los hombres ordinarios, porque cultivar deja de ser vulgar y anacrónico (como la Modernidad llega a hacerlo ver), convirtiéndose de nuevo en una prioridad vital. No es una casualidad que la palabra cultivo y la palabra cultura compartan la misma raíz lingüística. Es que, de hecho, cultura se deriva del latín cultus: cuidado. El arte es una fuerza que entra en el lenguaje en Oriente, mientras cultura es una inquietud de la civilización occidental. Pero en tiempos de globalización arte y cultura ya no pueden separarse. Igual que en la Antigüedad, el cultivo de prácticas es parte intrínseca del cultivo del espíritu.

El arte de los intentos, el arte de las labores, el arte de la artesanía, el arte de las Bellas Artes, el arte de lo sublime, las artes de decoración, las artes objetuales, las artes sin objeto, las artes conceptuales, las artes performativas, las artes callejeras, las artes vivas, el arte digital, el arte computacional, el arte relacional, las artes visuales, las artes de vida: cualquier tipo de arte, el que sea, puede ser pensado a partir de la concepción del arte como cultivo, porque cualquier actividad y cualquier cosa puede llegar a hacernos sentir arte, y porque cualquier práctica, más allá de su origen histórico, su procedencia geográfica, las relaciones de poder entre las cuales se produce, las disciplinas a las que pertenece, las condiciones sociales que necesite para hacerse realidad o los soportes que necesite para materializarse, más allá de todo eso, cualquier práctica es atravesada por la potencia absoluta ilimitada de posibilitar desplegar arte a partir de ella. Arte puede ser desde un cuadro de Picasso hasta un movimiento en la pista de baile en la discoteca, desde la construcción de un edificio hasta la confección de un vestido o el estilo al marcar un gol, y no hay autoridad sobre la Tierra que pueda convencernos de lo contrario si así lo sentimos. La sensación no miente, arte es lo que se siente, no lo que el mundo del arte dice que es Arte. Ese es el acontecimiento: el arte vuelve a ser parte integral de nuestra vida debido a las necesidades contemporáneas y las posibilidades tecnológicas más actuales, independientemente de todos los límites que intenta mantener el mundo del Arte, porque el proceso lo desborda. De nuevo el arte puede ser cualquier tipo de actividad social practicada con la suficiente mística, el suficiente rigor y el suficiente amor: esa sería la proposición poética del concepto de arte como cultivo. El arte es la experimentación de sensaciones a través del cultivo de una práctica. Es la concepción del arte desde la perspectiva más actual del siglo XXI, anticipada por el pensamiento de vanguardia del siglo XX. Cage anticipa el lugar central de la experimentación hoy. Deleuze y Guattari recuperan la naturaleza del arte en la sensación. Foucault trae de vuelta el problema del cultivo. Ellos no son los autores del concepto, la concepción se ha tejido inmanente e históricamente en la cultura y la contracultura por sí misma. Ellos sacan a la luz procesos: devenires de las sociedades. En las conexiones de los anteriores procesos sociales, la popularización de la experimentación, la priorización de la sensación, y la recuperación del cultivo, se compone el concepto que emerge. Pero esos afectos y esos conceptos a partir de los cuales se teje la concepción misma no son más que las intensidades de las fuerzas vividas en los estados de cosas de las sociedades globalizadas. Lo realmente importante no es el concepto sino las concepciones encarnadas en la vida social: allí se produce la experiencia. El concepto es sólo la forma abstracta, la concepción es la abstracción de la constelación de fuerzas intempestivas del acontecimiento. El concepto sólo vale la pena en cuanto a su capacidad de resonancia con el acontecimiento al que asistimos en los tiempos que vivimos.




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