La pertinencia de la autogestión y la urgencia del arte en medio de las crisis



En medio de las crisis económicas y medioambientales de las sociedades globalizadas la autogestión se convierte, cada vez más, en una estrategia no sólo pertinente sino necesaria al momento de emprender intentos y llevar a cabo iniciativas, individuales o colectivas. Cuando las condiciones sociales se tornan adversas debido a la escasez de recursos naturales y la falta de recursos económicos, el recorte de las subvenciones por parte de las administraciones estatales y el despotismo de las corporaciones, la autogestión deja de ser la praxis exclusiva de minorías contestatarias para volverse la opción vital de las multitudes. Después de haberse mantenido en los márgenes de la vida social durante más de dos siglos, subordinada al modelo capitalista de la gestión empresarial y la administración gubernamental, la autogestión se despliega alrededor del planeta como un nuevo estado de cosas de las sociedades humanas comenzando el siglo XXI. El sistema capitalista mismo se ve obligado a incorporar la autogestión dentro de sus procesos para poder seguir adelante con su proyecto de expansión global, tratando de volver sistémicos sus efectos. Pero los alcances de la autogestión desbordan el sistema de vida global impuesto, manteniendo la irradiación de sus poderes minoritarios sobre las multitudes, jugando un papel crucial en la construcción de otros modos y otras formas de vida. A través de la autogestión de iniciativas se propicia la renovación de los tejidos sociales y la canalización de las fuerzas más vitales de la existencia, incluyendo las fuerzas del arte.

La autogestión del arte es una de las estrategias definitivas del nuevo milenio. De hecho, constituye una estrategia para desarrollar estrategias, ya que el arte recupera también en estos tiempos su naturaleza estratégica ancestral. Ahora que comienza a agotarse el mega relato del Arte instaurado con la Modernidad, la concepción del Arte como un campo especializado de la sociedad separado del resto de la cultura y su experimentación como una cuestión de objetos, de obras y de cosas, la naturaleza original del arte aflora una vez más: el arte como una manera de hacer, como una cuestión de práctica, el arte como verbo y no como sustantivo; la concepción y la experimentación del arte primordialmente como fuerza, más allá de la acción sobre la forma. El arte en el nuevo milenio, al igual que en los milenios ancestrales, funciona en las sociedades y se vive por las vidas como una “puesta en práctica”; aquello que Michel Foucault denominaba el ámbito de las estrategias, una acción sobre las acciones, un ejercicio, un despliegue y contacto entre relaciones de poder. La hipermodernidad de las sociedades globalizadas ha extendido los alcances del arte hasta las instancias más profundas de los procesos de subjetividad, haciendo del arte, quizás como nunca antes, la expresión de una necesidad vital generalizada. El arte se ha convertido en la nueva estrategia del Sistema para la producción biopolítica de la vida: ahora las vidas se moldean plásticamente a sí mismas a través de estilos de vida integrados al sistema capitalista global. “La estilización de las actitudes vitales”, utilizando los términos de Foucault, no sólo constituye la tecnología del yo privilegiada de nuestra época, sino que de hecho constituye la macro estrategia biopolítica para el mantenimiento y la expansión del sistema de vida a través de la globalización de una "estética de la existencia".

Hacerse a sí mismo se vuelve la naturaleza humana de las culturas globalizadas, incluso desde la perspectiva de las observaciones científicas. Desde la biología Humberto Maturana y Francisco Varela ayudan a ver la relevancia de la función de "autopoiesis" que caracteriza a los seres vivos: la condición de existencia en la continua producción de sí mismos. Autopoiesis es una palabra que, literalmente, significa autocreación, tal como ocurre con las moléculas de un cuerpo, las cuales "generan con sus interacciones la misma red que las produce". En nuestras sociedades globalizadas la autocreación define la producción de la vida en todas sus posibles dimensiones, desde el plano físico biológico hasta el ámbito microfísico emocional, desde las prácticas económicas hasta los procesos psíquicos, desde las relaciones consigo mismo hasta la forma de hacerse ver e interactuar con los demás. Sin embargo, la continua producción de uno mismo demandada y retroalimentada por el Sistema, a pesar de que se trate de vender como el mayor de los logros humanos, no garantiza necesariamente la experiencia de la plena libertad. No basta con liberarnos para ser libres, como Foucault recuerda. Quizás por eso los modos de vida más libertarios vienen intentando, desde los albores de la Modernidad, y en medio de las sociedades más civilizadas, generar experiencias vitales por fuera de los valores y las prácticas del régimen liberal del sistema capitalista. En medio del régimen neoliberal del capitalismo tardío en el siglo XXI, en el cual la gente libremente se acostumbra a escoger trabajar haciendo oficios que no les llenan la vida, empiezan a volverse cada vez más necesarias las estrategias vitales como el arte. El desempleo masivo, la escasez de recursos y la crisis de las instituciones llevan esa insatisfacción globalizada hasta dimensiones insospechadas hace muy poco tiempo, como la transformación de la concepción, las funciones y los usos del arte en la sociedad. Es entonces cuando adquiere pertinencia el problema de cómo llevar a cabo estratégicamente cada una de nuestras estrategias singulares, las que desplegamos con la práctica de cada arte. Es cuando, al pensar en las estrategias adecuadas para desplegar estrategias, la autogestión, más que crucial, se hace imprescindible.






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