El Arte hace parte del juego de valores con pretensión de universalidad que el Sistema se esfuerza en mantener hegemónicos en tiempos de globalización. Los valores con pretensión de universalidad, el Arte, la Democracia, la Humanidad, son carnadas emocionales mediante las cuales se busca mantener viva la ilusión de un planeta entero unido, de un único mundo como el que pretende erigir el sistema de vida global, el sistema de libre mercado capitalista, el mercado universal. Son tres, tres ilusiones que se mantienen vivas gracias al trabajo de las instituciones que se esfuerzan en mantenerlas sacralizadas, a través de sus discursos y sus políticas, erigiéndolas como valores trascendentes e incuestionables. La realidad encarnada en la cotidianidad de las multitudes alrededor del planeta, sin embargo, se vive en su mayor parte alejada de los mitificados poderes de estos tres valores: la rutina de la explotación laboral capitalista en la era de la información no permite desarrollar plenamente en la vida la creatividad, de igual manera que la incidencia real de la gente en las decisiones públicas es casi nula y la condición de la existencia para la mayoría en el siglo XXI es precaria, para algunos incluso infrahumana.
El Arte como valor universal
El Arte hace parte del juego de valores con pretensión de universalidad que el Sistema se esfuerza en mantener hegemónicos en tiempos de globalización. Los valores con pretensión de universalidad, el Arte, la Democracia, la Humanidad, son carnadas emocionales mediante las cuales se busca mantener viva la ilusión de un planeta entero unido, de un único mundo como el que pretende erigir el sistema de vida global, el sistema de libre mercado capitalista, el mercado universal. Son tres, tres ilusiones que se mantienen vivas gracias al trabajo de las instituciones que se esfuerzan en mantenerlas sacralizadas, a través de sus discursos y sus políticas, erigiéndolas como valores trascendentes e incuestionables. La realidad encarnada en la cotidianidad de las multitudes alrededor del planeta, sin embargo, se vive en su mayor parte alejada de los mitificados poderes de estos tres valores: la rutina de la explotación laboral capitalista en la era de la información no permite desarrollar plenamente en la vida la creatividad, de igual manera que la incidencia real de la gente en las decisiones públicas es casi nula y la condición de la existencia para la mayoría en el siglo XXI es precaria, para algunos incluso infrahumana.