Una experiencia casi metafísica


Más allá del Mega relato del Arte 1



Los beats retumbaban contra las paredes pintadas de Barrilonia al tiempo que rebotaban adentro de todas las cabezas, el track finalizaba y ya los sintetizadores se habían ido, cuando de repente, el pulso se detuvo. Los beats pararon por sorpresa y el track entrando se dejó escuchar al desnudo. Un líquido sonoro empezó a fluir en el aire, una sustancia sonora ácida fluorescente se apoderó del ambiente en un chorro invisible pero vivamente perceptible, una emisión nocturna saliendo de los bafles mojaba las conversaciones y los murmullos en una fiesta de extraños. Otro segundo chorro inunda la fiesta: los sonidos ahora parecen venir del fondo del océano profundo de nuestros pensamientos como una burbuja que emerge hasta la superficie haciendo reverberar las aguas de nuestras mentes interconectadas, volviéndose cada vez más ácidas, más intensas, más agudas, hasta evaporarse en las frecuencias de un ambiente sonoro en plena ebullición. En ese momento, al cerrar los ojos, el flashback lo llevó con una velocidad cuántica hasta otra parte. Dos campesinos nepalíes, sentados sobre unas piedras, observaban la pista de baile al aire libre del Mountain Madness 2009, junto a un río caudaloso en pleno corazón del Himalaya. Uno de los dos miraba perplejo, más bien preocupado. El otro reía estrepitosamente, como si hubiera ido al circo más gracioso, como si estuviera viendo un espectáculo. Dos campesinos enraizados en las costumbres más ancestrales de Nepal se sentaban a presenciar fascinados el delirante ritual que un montón de jóvenes provenientes de algunas de las ciudades más sofisticadas y globalizadas del planeta llevaban a cabo. Filas y filas de cuerpos sobresaltados salidos de sí mismos bailando al ritmo frenético de una música tribal. Parecía la serpiente de la Historia mordiéndose su propia cola: los civilizados convertidos en primitivos. Jóvenes con vidas hiper modernas, fugados de la civilización suprema de un imperio global, en el techo del planeta, intentando tocar el cielo con la mente, buscando la elevación a través de la más primaria de las formas: bailando, al aire libre, bailando hasta perder conciencia de sí mismos, bailando hasta fundirse con todo aquello que los rodea. Es el arte, el milenario arte de entrar en trance a través de la danza.

El flashback voló por la cabeza, apenas duró un par de segundos. En ese instante entró con fuerza el beat y cuánticamente regresó a donde estaba. El recuerdo vivido en Nepal conectó directamente con la fiesta en Barrilonia, en pleno corazón de Barcelona. La música era la misma. Lo que sonaba era Thought Invasion de Bodhisattva 13:20, las vibraciones líquidas eran como el pensamiento en su estado más salvaje hecho sonido, acompañando la avalancha rítmica que se suelta. Los beats revientan a 144 bpm y ya nadie allí consigue dejar los pies quietos. La gente se animaba a bailar de nuevo en una fiesta en la que casi todos eran desconocidos para los demás, pero pocos bailaban con el arrebato de una chica, una chica rubia que no paraba de hacer ondas enigmáticas con los brazos trazando giros inciertos con las piernas. Parecía poseída por alguna fuerza, era algo más allá de sí misma lo que la hacía moverse en formas así de misteriosas. Ella parecía fuera de sí esa noche. Ella estaba en trance. El líquido sonoro parecía haberla penetrado desde la médula hasta el cerebro. Estaba trastornada. Su estado era indescriptible, sus maneras de moverse eran irrepresentables, su agitación parecía desbordarle todos los sentidos. Tal era la intensidad de su estremecimiento que su rostro plasmaba una mezcla de placer y dolor al mismo tiempo. Parecía estar viviendo una experiencia sublime. Parecía estar sintiendo el infinito, aquí y ahora. Algunos en la fiesta la observaban atónitos, para otros tal descarga de intensidad parecía resultarles incómoda. Pero a todos allí aquella noche les aconteció verla. Lo que presenciaron, lo que resultaba impresentable para tantos, rompía con la historia de la noche que se había vivido; la fiesta después de ella no fue la misma. Ella fue un acontecimiento, al igual que la música que instantáneamente la llevó a un estado de elevada inconsciencia, la música que la llevó al éxtasis. El mismo éxtasis que miles y miles de vidas alrededor del planeta experimentan bailando música como la que en ese momento comenzó a oírse, un cierto tipo de música de trance del siglo XXI.

¿Es esta una experiencia religiosa? ¿Es una experiencia estética? ¿Es la ceremonia de una religión? ¿Es una experiencia del mundo del Arte? Al parecer, no corresponde a ninguno de esos ámbitos. Se trata de una fiesta. Ya está. Nada de lo que se hace allí se hace en nombre de ninguna religión. Nada de lo que se gesta allí se gesta en nombre del Arte. Entonces, ¿es ocio lo que allí se genera? ¿Es una experiencia de entretenimiento? Quizás lo sea, pero parece también mucho más que eso. Se trata de una experiencia de la vida cotidiana, en la que se encarnan las fuerzas, los valores y las sensaciones más elevadas que comúnmente las sociedades modernas atribuyen al mundo de la religión o al mundo del Arte. Las experiencias místicas pertenecerían al ámbito de lo religioso, una esfera específica de la vida social moderna. El desencantamiento del mundo del que hablara Max Weber consiste en eso exactamente: la desmistificación de las vidas y de la vida cotidiana misma. La racionalización generalizada de la Modernidad lleva a encontrar un ámbito específico para ubicar las experiencias sublimes producidas por los seres humanos, y así es que nace el Arte como una esfera separada de las otras esferas de la vida social, el Arte como una experiencia sublime. Sin embargo, la fiesta en la que estamos se ofrece en la segunda década del siglo XXI, en un momento histórico en el que el estado de cosas de las artes se halla más allá de la hegemonía de lo sublime, como hace ver Jean-François Lyotard al hacer visible la condición posmoderna de las sociedades globalizadas. No es una experiencia de Arte moderno a la que asistimos, pero tampoco de Arte contemporáneo o altermoderno. Es, sencillamente, una experiencia inclasificable: una fiesta, llena de artes y de exaltaciones místicas. Lo más mundano y lo más elevado al mismo tiempo. Lo único evidente es que a los que viven dicha experiencia lo que menos les importa es intentar clasificarla. Las generaciones del siglo XXI no se preocupan ni se interesan, no les resulta relevante, no necesitan ese tipo de distinciones, de clasificaciones o categorizaciones. Entonces, ¿por qué las instituciones del sistema de vida global se esfuerzan en seguir distinguiendo la vida cotidiana de ámbitos sociales pretendidamente específicos, como el Arte o como la religión?

Lo sublime, la sensación del infinito aquí y ahora, se ha agotado como meta narrativa del mundo del Arte en el siglo XXI. La sensación de lo sublime ya no ocupa el lugar de privilegio que ocupó desde mitad del siglo XIX hasta mitad del siglo XX, durante el reinado del Arte moderno. Y sin embargo, lo sublime nunca muere, ni siquiera en sistemas de vida programados para a través de sus instituciones desmistificar la vida diaria. De hecho, tampoco muere la voluntad de producir lo sublime que anima el espíritu moderno; simplemente deja de ser hegemónica en el mundo del Arte, pero sigue brotando aquí y allá, entre los márgenes de otras grandes tendencias. Dejar ese estatus de hegemonía fue lo más positivo que pudo ocurrirle a lo sublime en el siglo XXI: sin las instituciones y las autoridades demandándolo puede ahora hacerse y rehacerse lo sublime como un intento natural y espontáneo en los intersticios de la vida social, como esta fiesta en Barrilonia en la que cierta música logra elevar el espíritu de cierta gente con la misma agitación de sentidos que llegaban a producir las vanguardias en sus intentos de experimentación. Cuando se alcanzó a revelar que el nuevo track entrando era Insidious Muckbubbles de Bodhisattva 13:20 + Konflux se evidenció que la fiesta entraba en otra dimensión. La gente movía los pies automáticamente a pesar de lo experimental de ese ataque sónico, incluso cuando a más de uno se le escapó en su cara cierto aire de extrañeza y desconcierto ante lo que se escuchaba. El psy trance que sonaba en ese momento era líquido: es una especie de liquid psy trance. El track hace parte de un disco de recopilación de una camada de productores musicales provenientes de partes del planeta tan diversas como India, Rusia, California, Suiza o Japón, todos atravesados por un mismo espíritu, precisamente el de la voluntad de elevar los espíritus de los otros, a través de un psy trance con altas dosis de experimentación con el que se intenta no sólo generar placer en las pistas de baile sino además expandir las mentes. El disco se titula Mentalism, se publica en el año 2010 y en las palabras de Bodhisattva 13:20, compilador del trabajo y productor de algunos de los tracks, esta recopilación constituye un experimento sonoro. Y le dice a la gente a través de la página web de Psycircle que escuche cuidadosamente todas las combinaciones de frecuencias y de secuencias porque todas son igual de importantes, juntas convergen en un indefinible pero sobrecogedor e inspirador mensaje que puede ser contemplado en cualquier estado de conciencia. Psycircle es un colectivo de montaje de eventos y de experimentación sonora fundado por Bodhisattva 13:20, un colectivo que, en sus propias palabras, trabaja por la iluminación y la evolución.

Un DJ y productor de psy trance hablando de mensajes de iluminación espiritual con los sonidos, sólo a partir de frecuencias y secuencias sonoras, de mensajes sin palabras. El misterio de lo desconocido y lo insondable, de lo inexplicable y lo inconmensurable sigue siendo un motor de creación aún después del fin de la era hegemónica del Arte moderno. Algunas tendencias de Arte contemporáneo siguen hablando de lo metafísico en el siglo XXI, para sorpresa de aquellos que creen que sólo lo hacen grupos de Nueva Era. De hecho, son artistas profesionales que se involucran en su trabajo con procesos científicos los que hablan de ello. Es el caso de Cristopher Lee Martin, de Dallas, Texas, quien cree que sus fotografías digitales abstractas constituyen una experiencia casi metafísica. Su Arte abstracto no objetivo consiste en procesos de manipulación de la luz a partir de la fotografía digital, utilizando lasers, leds y otros tipos de fuentes artificiales, creando planos pictóricos que desbordan el sentido de la vista en experiencias multisensoriales. Resulta más que increíble la resonancia sensorial entre el liquid psy trance y la fotografía digital Lava: la música electrónica abstracta de Psycircle se derrite en los oídos fluorescente e hirviente, como la sustancia rojiza de la fotografía digital abstracta de Cristopher Lee Martin que lleva ese mismo nombre, Lava, igual que el track de Cognoscenti que explota esa ácida sonoridad plástica tan pegajosa como abrasiva. Un track que sólo suena en el psyunderground y en el primer álbum de Psycircle como casa disquera, Liquid Mind, recopilado igualmente por Bodhisattva 13: 20, el disco que precede a Mentalism, el álbum inaugural del liquid psy trance como un estilo particular, como una singularidad sonora dentro del hoy comercial mundo de la música trance. Liquid Mind difícilmente encuentra una imagen fotográfica que plasme tan detallada, vibrante e intensamente su música como Liquid light de Lee Martin, una animación compuesta con imágenes fotográficas abstractas digitales vistas a través de lentes lenticulares. La música de Liquid Mind es luz líquida derretida como la sustancia multicromática de Liquid light, ambas son como frecuencias fundidas reversiblemente en un espacio-tiempo multidimensional. Las relaciones isomórficas entre los dos mundos de composición se estrechan al ver la imagen Contortiondistortion, cuyo nombre captura todo el poder de flexibilidad del liquid psy trance y todas sus propiedades de complejidad saltan a la vista con Purplexity, tan fluida como densa en sus chorros púrpuras electrónicos. Imágenes y música que nos salpica no sólo los oídos sino la mente, como Psychic Vision, la alucinante visión de las fuerzas cósmicas en sus frecuencias más ácidas plasmadas en una imagen digital.

Lo desconocido se sigue haciendo plásticamente visible, pero ahora con una precisión cada vez más microscópica. La animación Alpha Omega Lenticular constituye una forma plástica de manifestar físicamente realidades perceptibles que resultan imposibles de comprobar. En una urdimbre de hilos se forman capas a partir de cambios energéticos de frecuencia que se plasman en cambios de color en variación continua. Alpha Omega Lenticular parece un homenaje al aura, a la dimensión energética de cuerpos sutiles que hace miles de años empezó a pensar el Tantra en el Himalaya. Fuerza abstracta hecha sustancia visual. El arte de la manipulación de la luz que practica Cristopher Lee Martin consiste en la exploración del uso del espacio por parte de la luz a través del plano pictórico. Así compone su fotografía abstracta: como si fueran cuadros. El arte de la manipulación del sonido exhibido con el liquid psy trance de Bodhisattva 13:20 consiste en la exploración del uso del espacio por parte del sonido a través del plano de composición. Ambos intentos se concentran en explorar lo microfísico: la dimensión microscópica de las fuerzas que poseen las sustancias pictóricas o sonoras. El nombre propio de Bodhisattva 13:20 es Cristopher Lee Martin también, ¡para mayor resonancia cósmica! Sus resonancias son infinitas, aún a pesar de compartir sus artes en espacios tan distintos; en galerías del mundo del Arte el C.L. Martin de la plástica fotográfica, en fiestas al aire libre el C.L. Martin de la plástica musical. Uno haciéndose las preguntas de la metafísica a través de experimentos entre la ciencia y las artes visuales, otro haciéndose preguntas acerca del despertar espiritual a través de las artes sonoras. Son espacios muy distintos, proyectando espiritualidades diferentes, una de la contemplación sosegada en las exposiciones fotográficas, y otra de la agitación desenfrenada en las fiestas de música hardcore de baile. Mientras el artista exhibía sus Megacities en la Galería de Arte Moderno Haley-Henman en Dallas, a final de octubre de 2010, el productor musical tocaba un set en vivo en plena noche de Halloween en el Psychedelic Freak Show de Psy Tribe, en la Jolla Indian Reservation Pauma Valley en California. Pero ambos, compartiendo un mismo aire de los tiempos se encuentran hoy atravesados con la inquietud por el misterio hacia lo desconocido. Strange findings, como el track de Bodhisattva 13:20 que abre la descarga psicosónica de Mentalism, hardcore dance music que se crea para elevar las conciencias, música alienígena y extrema para el despertar espiritual.

Lo que más conecta a las vidas que exploran en el siglo XXI plásticamente las fuerzas de lo desconocido, es su intento por producir experiencias multisensoriales. Es voluntad explícita de Psycircle, como también de Cristopher Lee Martin cuando habla de la sinestesia, la mezcla de los sentidos. Sinestesia son los colores que se oyen, las frecuencias que se ven, el sonido como una textura que puede tocarse. El arte digital abstracto con el que experimenta Cristopher Martin es un intento por producir experiencias de sinestesia, de mezcla de los sentidos. Según el propio artista, el color y la luz fotográfica son fenómenos misteriosos capaces de reunir gente que viene de los ambientes perceptivos más diversos, para quienes la luz y el color tienen los significados individuales, culturales y espirituales más diversos. Lo mismo que sucede en fiestas como las de Psycircle, en la que gente proveniente de las culturas más disímiles termina conectada por unas mismas fuerzas, gracias a la capacidad de reunión de la música. El misterio de la sinestesia y la conjugación de los sentidos se siguen experimentando en el nuevo milenio, quizá cada vez más, gracias a la exploración a partir de los misterios irresolubles de las capacidades de afección de la luz y el sonido. La sinestesia, la experiencia multisensorial entremezclada, se explora en el siglo XXI por vías muy distintas a las del Modernismo como en el caso de Kandinski, quien a través de la pintura intentó llegar a determinar lenguajes sinestésicos universales. Ahora las sinestesias se plasman como experiencias particulares, como singularidades irrepetibles, pero con potencias de usos espirituales iguales o aún mayores que las De lo espiritual en el arte del pintor ruso y padre del Arte Abstracto, como Angel Wings o Mandala de Cristopher Lee Martin y también como Total Providence de Cognoscenti, un track asombroso, capaz de hacerte trascender aquí y ahora en el presente absoluto de una pista de baile de una fiesta cualquiera, el track que entra en la mezcla en este instante, una fiesta sorpresa de psy trance en pleno barrio de El Raval en Barcelona. Así, las experiencias de sinestesia también se viven por fuera del mundo del Arte. La fiesta, la música que suena devuelve a la mente recuerdos de las mejores fiestas vividas, esas fiestas abiertas y espontáneas que permiten explotar la singularidad del momento y, sobre todo, aprovechar lo que tenemos. Aquí el Arte es lo de menos. Las sinestesias estallan bailando. Fuck Art, let’s dance. Lo único que importa es lo que la vida realmente llega a sentir.









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