El Sónar se vendió hace rato: la tiranía del régimen de los grandes Festivales de Música


En el año 2011 el Festival Sónar se puso en venta, pero la verdad es que se ha vendido desde hace mucho tiempo ya. Ha vendido su alma y se ha vendido, año tras año, cada vez más presuntuosamente. Festival Internacional de Música Avanzada y Arte Multimedia: la música que no sea avanzada aquí no tiene cabida, aunque no sabemos bien hacia dónde es que estamos avanzando. Cada vez más cínicos sus principios, cada vez más cínica su publicidad. "Estamos cansados y ponemos el Sónar en venta”, dicen los directores del Festival. “Es una actitud. Estamos contentos pero tenemos ofertas que no son despreciables".

El Sónar, como todos los grandes Festivales alrededor del planeta, están al servicio del capital. Y así se publicitan, como una mercancía sofisticada, como una obra de Arte costosa, igual que las que se exhiben en los museos de Arte contemporáneo. El Sónar se pretende vender como un Festival de Arte, porque como cualquier mercancía del mundo del Arte, los precios se pueden inflar sorprendentemente, y las ganancias pueden ser inmensas. El logotipo del Sónar en el 2011 es un euro que mira hacia arriba. No hay la más mínima ironía crítica, es la más pura transparencia la que aquí se exhibe: "Todo está en venta, y si lo tienes que vender, con 18 años de festival, tienes que saber a quién, es como un hijo".

Los directores del Festival terminan divulgando a quién han decidido venderlo: a nosotros, ¡a nosotros de nuevo, por supuesto! Los que pagamos 40 euros por unas horas del día, o 60 por una noche, o 155 euros mirando hacia arriba para poder asistir al Festival las dos jornadas enteras. Ese es el negocio del Arte en el siglo XXI: venderte un discurso de Música avanzada para cobrarte 3 euros por cada caña, siempre en vasos medidos, pequeños, nunca generosos. Allí está Estrella Damm, para hacerse uno de los negocios del año vendiéndote la cerveza más cara que nunca con la excusa de tratarse de un evento de “Arte”.

Y se paga por cientos y cientos de personas a las que les parece super chic estar bailando borracho en medio del Macba y del CCCB, sin importar que nos estén apretando como unas sardinas, porque como siempre, la ética de un Festival es llenar un espacio hasta los límites para sacarle el máximo provecho económico sin tener que hacer una inversión mayor. A pesar de todo, para algunos la experiencia vale la pena vivirla, porque no cualquier día puedes acceder a actos en vivo como los de Aphex Twin, Chris Cunningham, Four Tet, Holy Other o Shangaan Electro. Por eso, si se puede experimentar el Sónar, siempre valdrá la pena vivirlo. El asunto es que cada año que pasa da menos gusto pagar por el Sónar, igual que cada año que pasa da menos gusto ver MTV, o cada vez da menos gusto pagar por unas patatas fritas en Mc Donalds. Porque cuando se sabe que se le paga a una organización con ánimo de lucro desbordado, cuando se sienten las babas chorreando del capital al que se le hace agua la boca con el deseo de música y fiesta de la gente y se le explota sin vergüenza, cuando se siente que se le está pagando a un conglomerado de corporaciones patrocinadoras regidas por la cínica racionalidad del mercado, bueno, pues cada vez que se siente eso, el brillo de lo que deseamos se pierde.

Y como todo, en el momento en el que el Sónar se entrega por completo al capital, siempre emerge algo más. Alguna otra nueva manera de estar juntos y de compartir música que nos empodere sin tener que estar pagando excesivamente por todo. La hegemonía de los Festivales de música alrededor del planeta hacen más daño del que sus directores creen: toman el dinero de la gente en un evento una vez al año cuando por la misma cantidad se podría estar contribuyendo para el montaje de Festivales así, por lo menos una vez al mes, o incluso todos los fines de semana.

La tiranía de estos grandes Festivales radica en que captan los recursos de la gente en beneficio de unos pocos, cuando ese mismo dinero podría estar gastándose semana a semana, durante todo el año, apoyando las escenas musicales locales emergentes. Los medios de comunicación se dedican extasiados a cubrir los grandes eventos, los grandes premios, los grandes Festivales: es decir, a cubrir los grandes capitales. Dedican decenas de páginas en sus revistas, montones de horas en sus emisiones de radio, secciones enteras de sus programas de televisión para cubrir los grandes Festivales. Y luego el Festival se acaba, y las escenas locales siguen en su misma guerra, en su guerra del centavo por la competencia, por la subsistencia. Una vez se acaba el Festival, ya sea el Sónar en Barcelona, o Rock al Parque en Bogotá, cuya entrada es libre y gratuita, pasa lo mismo: el apoyo, los sponsors, los patrocinios, los subsidios, todo eso desaparece como siempre y el día a día de las escenas de músicas locales vuelven a su precariedad y a su olvido.

Aún así, las experiencias de arte autogestionado no paran de germinar y de crecer para hacer brotar lo nuevo, sobre todo en tiempos en los que la gente tiene menos dinero para gastar, pero la misma fiebre de vivir. Necesitamos más experiencias de arte, incluidos los Festivales, que no estén regidos por la racionalidad del mercado. Más eventos que no estén al servicio del capital, sino, honestamente, estén al servicio de la gente. El Sónar, con toda su proyección internacional, tan avanzado, tan prestigioso, no está al servicio de la gente: por encima de la música está el dinero. Por encima de la gente está el euro, mirando hacia arriba. Basta salir a caminar el barrio una mañana de domingo por L´Hospitalet, donde se encuentra la Fira, el lugar en el que se realiza de noche el evento, y basta para darse cuenta que todos los beneficios se están yendo al bolsillo de unos pocos, pero la gente del barrio apenas si se beneficia: el barrio se usa, como si fuera un objeto desechable. Se acaba el evento, y ya está. No se crea el más mínimo tejido social, no se crea nada.

Ante tanto cinismo y tanto turista que viene a drogarse al ritmo de cualquier DJ que le pongan en frente, y ante tantos empresarios que intentan seguir manteniendo la música como un negocio, ya no vendiendo discos sino entradas a los grandes Festivales, no queda más salida que buscar nuevas experiencias. Mientras tanto, los grandes Festivales seguirán compitiendo entre sí. Y bajo esa lógica de mercado, tanta pretensión de Arte de avanzada cada vez surtirá menos efecto.

Ya lo demostró bien en el año 2011 el Festival Primavera Sound, haciéndonos ver que si se trata de hacer negocio produciendo mega eventos, pues ellos lo hacen mejor. Apenas por unos 30 euros más que el Sónar, puedes asistir tres días a un Festival gigantesco, con más de cinco escenarios profesionales, con leyendas como Sucide, Einstürzende Neubauten, Public Image Limited, Glenn Branca o Flaming Lips. Mientras el Sónar vive de su leyenda vendiendo en los pasillos desde sintetizadores hasta sesiones de maquillaje, desde teléfonos móviles hasta automóviles en stands que copan espacios cuando la gente apenas puede caminar, el Primavera Sound al menos está ofreciendo un espacio mucho más grande para respirar mejor y estrellarse menos. Y la cerveza cuesta cuatro euros, pero al menos el vaso es grande. Si sabes que están haciendo negocio contigo, por lo menos asegúrate de salir satisfecho.







Sin compasión, Chris Cunningham, Sónar 2011


Las fuerzas inciertas que trastornan el cuerpo de una niña acostada, como hilos tirando desde afuera, levantando sus párpados, expandiendo sus fosas nasales, explayando sus labios, su piel agujereada una y otra vez con el golpe de cada beat, su tórax hendido hasta las vísceras con cada frecuencia emitida, la luz cruda de la bombilla que cuelga desnuda y titila. La angustia de la mujer poseída por el ritmo frenético de una energía que la desborda, la ansiedad mientras corre sin avanzar a ningún sitio, la desesperación en su cara, el tormento levantando su falda, el ardor de cada grito, el placer de estar entregada, el éxtasis de estar fuera de sí por completo, la cabeza suicida sacudido de lado a lado en medio de la luz blanca intermitente del flash que viola una noche en la que el miedo en regocijo se transmuta. La violencia de la pareja de amantes en su despiadado combate, golpe tras golpe, puño a puño con los beats quebrados de una música agresiva, la sangre derramada, la piel a carne viva, los cuerpos desnudos, los sexos en lucha, el uno matando al otro, a los puños y luego penetrándose y absorbiéndose en la cama, mezclando la sangre con el sudor que exhalan, multiplicándose hasta volver igual que al principio, fundidos, abrazados entre sí, flotando en la placenta que los guarda. La muerte respirando agitada a cada segundo, soplando vida con cada bocanada: mientras más cerca de la muerte estás más vivo te sientes; como Rubber Johnny, con su inhumana hidrocefalia, quien apenas se van sus padres salta de su silla directamente a romper el piso con sus pases de baile y las rayas de anketamina que inhala, y se abandona hasta volverse otro, hasta dispararnos rayos láser verde a quienes lo observamos en la pantalla. Y también pasó por allí todo el misterio de Grace Jones, convertida en chamana, hipnotizándonos con sus profecías y con su piel desnudada, con los cuerpos que la acompañan, abdómenes y espaldas temblando como tambores al ritmo de su brujería pausada, o el misticismo aliviante de Gil Scott-Heron, el padrino de la poesía urbana murmurada, con su blues cósmico en medio de trenes de metro rodando hasta el infinito en las ciudades golpeadas, allí de pie, cientos de nosotros experimentamos la crueldad de Chris Cunningham, la mezcla de sus imágenes en vivo, la resonancia con la música generada, el impacto emocional en frente de tres pantallas, el poder de las sensaciones que despierta más allá de cualquier sentido, más allá de cualquier moral demandada, el arte de estremecernos, de abofetear nuestras miradas. Hasta el fuego de un amanecer ardiendo frente a la cámara, en resplandores de luces inmaculadas, lo sublime experimentado plenamente en un festival de música avanzada, El Sónar atravesado por el agujero negro de un brujo que manipula sus máquinas, con el cabello encima de la cara, sin exageraciones, sin ligerezas, las fuerzas de lo sublime atravesando hasta los huesos, el temor a lo desconocido bañando las auras elevadas, perturbándonos mejor que en cualquier película de terror proyectada en una sala, estallándonos por dentro como una sustancia, inquietando nuestra piel nos deja sin aliento antes de hacer lo que muy pocos se atreven: sublimar en soplos de vida las fuerzas de la muerte, sin compasión, Chris Cunningham en vivo Sónar 2011, respirando hondo nos deja después de remojar su oscuridad retorciendo nuestras almas.





El arte de robarle besos a la policía



La oficial de policía se mueve con rapidez entre la gente a través de la estación de metro y al acecho se mantienen dos jóvenes chicas, siguiéndola, sin que ella logre notarlo. Justo en el momento en el que toma las escaleras eléctricas que conducen a la salida una de las dos chicas le hace un gesto a la otra, indicándole que el momento adecuado ha llegado. La oficial de policía para, y se queda quieta hacia el lado derecho mientras la escalera sube. Sin dudarlo un instante pero con mucha serenidad la chica avanza por el costado izquierdo de la escalera, y al pisar un escalón más arriba que la oficial de policía gira su cuerpo e inmediatamente se lanza hacia ella y le roba un beso en la boca. La consternación de la oficial de policía es gigantesca, su rechazo es total. En el forcejeo hasta deja caer su gorro ushanka por las escaleras, el cual baja a recuperar indignada. Pero ya es muy tarde. La oficial de policía ya ha sido cazada; la cazadora al acecho fue impecable en su acción. La chica fue lo suficientemente paciente como para esperar a pasar a la acción sólo hasta el momento más adecuado. Fue lo suficientemente astuta y avanzó hacia su caza tan ágil como sigilosamente, para tomarla por sorpresa. Lo suficientemente despiadada como para saltar sobre ella sin titubeo. Y lo suficientemente dulce al besarla por asalto para que no hubiera oportunidad de generar una reacción demasiado violenta. El arte de robarle besos a la policía que aquella chica con destreza ejecuta es una de las artes más bellas de las primeras décadas del siglo XXI. Poesía en la calle, poesía rebelde llevada a la acción y transformada en el acontecimiento de un día cualquiera, en una situación que rompe la normalidad de nuestra vida cotidiana.

Las cazadoras al acecho (incluyendo a la que con una cámara de video escondida filma la acción) fueron identificadas rápidamente por los medios de comunicación como integrantes de Voina, un colectivo ruso involucrado en el arte de la acción callejera, reconocido alrededor del planeta por el fuerte impacto de las situaciones sociales que producen. Los medios difunden los videos facilitados por quienes dan el golpe, que aparecen como la prueba de un intento concreto y sostenido: durante los dos primeros meses de 2011 un puñado de chicas se lanzan al acecho a robarle besos en la boca a mujeres oficiales de policía de Moscú, consiguiendo cientos de besos robados a la autoridad en espacio público, a la luz de todos, y unos buenos cuantos registrados en video, como el de las chicas en las escaleras eléctricas de la estación de metro. La osadía de robarle un beso a una oficial de policía a veces resulta unas veces mejor que otras, pero la chica que lo consigue en las escaleras lo hace de la manera más certera. La clave estuvo en haberse entregado en su intento: en haberse puesto al acecho. Para conseguir ese beso hace falta cazar a un policía, cazar a un cazador. Un golpe poético más en las calles de la Rusia capitalista hacía pensar que Voina había atacado de nuevo. Sin embargo, pocos notaron que las frecuencias, los colores y los afectos de este acto eran mucho más finos y sutiles que los que caracterizan las radicales acciones de Voina. La acción difundida como Kiss debris exhala una anarquía mucho más juguetona que la agresiva lucha antiautoritaria de Voina, un halo de energía distinto. Pocos días después de la difusión de los videos Voina publicó una declaración afirmando que no tenían nada que ver con aquella acción. Al parecer, fueron algunas ex-integrantes que terminaron como miembros disidentes las que llevaron a cabo la acción, pero muchas de ellas probablemente no han hecho nunca parte de él. Se trata más del contagio que grupos como Voina logran causar en una sociedad, igual que cien años atrás Dadá comenzó a hacerlo. Muchas otras acciones se han efectuado falsamente en nombre de Voina, o erróneamente se les atribuye la responsabilidad de cosas que no han hecho, como el acto de soltar cientos de cucarachas en la sala de un juzgado de Moscú en el año 2010, llevado a cabo por un ex-integrante expulsado por el grupo años atrás. Pero como Michel Foucault alguna vez hizo caer en cuenta, al momento de abrazar una creación el autor es lo de menos. El acontecimiento radica en la recuperación de la calle y los espacios de la vida cotidiana como lugares privilegiados para pasar a la acción generando situaciones.

Kiss debris asesta un golpe de gracia que deja a cualquier autoridad desarmada: besarla en la boca. No es casualidad que tantos creyeran que el golpe había sido realizado por Voina, ya que la palabra voina en ruso significa guerra; por eso todas sus acciones están tan políticamente cargadas. Igual, las chicas de los besos también desafían la autoridad actuando como guerreras; confrontan el miedo de los ciudadanos hacia la policía robándoles besos frente a todo el mundo. Kiss debris plasma toda la plenitud del poder del arte en el siglo XXI: el arte como una cuestión de pasar a la acción en la vida cotidiana. Frente a la tendencia institucional hegemónica rotulada como Artes vivas, que constituye un nicho más del mercado del Arte, la acción callejera aparece como un soplo de vida en medio del asfixiante dominio del mundo del Arte, el cual ha terminado por desvitalizar y normalizar la acción artística y el arte performativo a través de su integración a los espacios convencionales y a los valores del sistema de vida capitalista. Mientras las acciones artísticas que promociona el mundo del Arte cada vez resultan más inofensivas, acciones como ésta o como las de Voina, acciones callejeras en pleno flujo de la vida social, vuelven a incendiar el alma y a inflamar el espíritu a la vez que dejan respirar otro aire, otros valores, otras fuerzas. Desde su nacimiento en el año 2007 Voina ha confrontado el abuso de poder de las autoridades y las instituciones del régimen capitalista ruso a través de acciones callejeras de alto impacto con las cuales se intentan abrir espacios de macro visibilidad a los problemas que combaten. Pero la mística de su arrojo ha desbordado las fronteras de su propio país inspirando acción en la calle en ciudades de los cinco continentes por colectivos emergentes de diversas partes del planeta.






El arte de los cultivos urbanos

Hort del Xino. El Raval, Barcelona, 2011.


No es casualidad el auge de los cultivos urbanos en las sociedades globalizadas: cultivar vuelve a ser de nuevo una fuerza vital al momento de hacer tejido social en el nuevo milenio. Se trata de una iniciativa minoritaria frente a los poderes hegemónicos del capital, pero cada vez la minoría se hace más poderosa. La práctica contemporánea llamada jardinería de guerrilla se ha propagado alrededor del planeta con una fuerza formidable, plantando, no sólo la enseñanza de su técnica, sino sobre todo su ethos, su ética. La conexión entre las fuerzas de paz del cultivo y las fuerzas de subversión de la guerra de guerrillas se inaugura a partir de una joven artista que toma la iniciativa de invitar a un grupo de amigos de su zona residencial en el Lower East Side de Manhattan en 1973 a limpiar y ocupar un terreno vacante inutilizado, el cual convierten en el primer jardín comunitario de toda una serie de intervenciones que estarían por desencadenarse. El nombre de la joven artista es Liz Christy, y el colectivo que gracias a ella nace se da a conocer bajo el apelativo de Green Guerrillas. Desde entonces, la jardinería de guerrilla no ha parado sus procesos de propagación y reproducción, brotando en pequeñas localidades e incluso aún más en medio de los grandes centros urbanos del planeta. Jardinería nueva, jardinería de guerrilla, ya que los jardines se cultivan en propiedades ajenas, propiedades abandonadas por el Estado, por la especulación del capital privado o por ambas cosas. Una política de combate a los valores del sistema capitalista ha terminado por engendrarse en este tipo de jardinería, más allá de cualquier determinación ideológica, aun cuando la jardinería de guerrilla ha producido reterritorializaciones del tipo de cooperación con las instituciones, el cabildeo de políticas públicas o la fundación de organizaciones, y por supuesto, jardines públicos bautizados con el propio nombre Liz Christy. Al margen de cualquier prejuicio, la jardinería de guerrilla genera a la vez las redes institucionales como las iniciativas autogestionadas a partir de la cuales se promueven nuevos modos de vida, desde campañas por los derechos de acceso a la tierra como The land is ours en la Inglaterra de la década de 1990 hasta movimientos reivindicatorios de reformas agrarias en Brasil como el del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, de larga tradición marxista desde la década de 1970, que ahora más que nunca encuentra interlocución sintonizándose con estas iniciativas, actos de terrorismo poético, como aquél del colectivo Reclaim the streets que convoca a cientos de personas en el año 2000 a plantar flores y vegetales en pleno Parliament Square de Londres, hasta el nacimiento en ese mismo centro capitalista de una eco aldea como la de Kew Bridge en el año de 2009, la cual dura un año en pleno funcionamiento antes del desalojamiento de todos sus habitantes. En Londres será más notorio, pero esto mismo está pasando por todo el planeta. Los jardines urbanos autogestionados plasman, como pocas otras actividades, el acontecimiento que se abre en el siglo XXI: la compenetración entre las fuerzas del arte y las fuerzas del cultivo. El poder del cultivo retorna a la vida social con el aire de los tiempos del nuevo mileno.









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