La vida paralela a la muerte del Arte








Una vez corroborado que tanto el poder de bello como de lo sublime cada vez dependen menos del mundo del Arte para ser experimentados, cabría preguntarse entonces si este mega relato del Arte que ayuda a mantener cohesionado el supremo relato del siglo XXI, el mega relato de la Globalización, no se encuentra agotado desde el comienzo. Como dice Jean Baudrillard, la realidad del Arte, al igual que la de los otros grandes relatos, consiste en una realidad simulada. Toda la gloria sublime, toda la trascendencia del Arte no sigue viva en el siglo XXI más que como un simulacro. Se simula la trascendencia del Arte, viviendo de su Historia, aunque la realidad del Arte contemporáneo sea banal. Se simula el Arte como un ámbito superior de la vida social, aún cuando las producciones de la cultura ordinaria a veces superan sus poderes con creces. Simula el Arte aún ser sublime, viviendo de su pasado, aunque las experiencias del Arte contemporáneo difícilmente hacen sentir algo. El Arte no hace otra cosa más, dice Baudrillard, que encarnizarse sobre su propio cadáver. El Arte, tal como nació en la vida moderna, el momento histórico en que el arte se convierte en el Arte, en una experiencia superior especializada, sobrevive como zombi en tiempos de globalización: como un muerto en vida. Peor aún, ¡como un zombi caníbal! El Arte murió hace mucho tiempo, todos lo saben ya. Pero, ¿qué fue exactamente lo que murió? Belting habla de El Fin de la Historia del Arte, mientras Danto habla de El fin del Arte, inspirado en Hegel pero readaptado al final del milenio. Belting sostiene que la Historia del Arte se vuelve imposible en una época en la que ya no hay más progresos en el Arte, como en la era contemporánea. Del mismo modo que no existía el Arte ni los artistas, tampoco existía la Historia del Arte antes de la era moderna y en tiempos de globalización esa Historia se suspende, llegando a su fin la historia lineal progresiva de los grandes Genios Artistas, que iría, bien estirada, desde Giotto hasta Andy Warhol, al menos la de los Grandes Pintores. El fin de la Historia del Arte resuena absolutamente con El Fin del Arte que diagnostica Danto, en tanto lo que llega a su fin, según postula, son las narrativas maestras en el Arte. Precisamente, Danto habla de la realidad contemporánea como una realidad posthistórica, tan abiertamente plural, que ya resultan imposibles los mandatorios y los imperativos histórico-artísticos. No es que se deje de hacer arte, aclara Danto, sino que deja de hacerse arte a partir de imperativos a priori que determinen lo que es verdad en el arte.

No obstante, nada dicen los diagnósticos de Belting o de Danto acerca de las formas en que se transforman las sociedades globalizadas en medio de aquellas transformaciones que vive el mundo del Arte, ni de cómo las transformaciones de la sociedad en su conjunto conforman las condiciones de posibilidad de los propios cambios al interior de campo del Arte. Es justamente la voluntad de no exceder las fronteras de su disciplina, la Estética, de limitarse a pensar el estado interno del Arte dentro de su mundo autónomo y oficial, el mundo del Arte, lo que no permite ver la actualidad de los acontecimientos que se abren para la vida humana en el nuevo milenio. Más audaz fue la mirada de Gianni Vattimo, quien habló de la Muerte o Crepúsculo del Arte, no sólo simultáneamente que Belting y Danto, sino más allá de las fronteras disciplinarias que la Estética intenta establecer en tanto filosofía especializada del arte. Vattimo precisamente habla del fin de esa especialidad atribuida al Arte, del fin de esa especificidad delegada al campo del Arte bajo la racionalidad moderna. Según Vattimo, el arte ya no existe como fenómeno específico debido a la estetización general de la existencia de las sociedades contemporáneas, formadas a partir de las avalanchas de imágenes puestas en circulación por los medios de comunicación. Esa muerte del arte como consecuencia de la estetización generalizada significa dos cosas, dice Vattimo: en un sentido utópico, el fin del arte como hecho específico y separado del resto de la existencia en una experiencia rescatada y reintegrada, y en un sentido real, la estetización como extensión del dominio de los medios de comunicación de masas. La muerte del arte para Vattimo es sólo parte de un macro proceso histórico de las sociedades contemporáneas, según él, más importante: la muerte de la metafísica. Toda metafísica está ya superada una vez se ha alcanzado el Fin de la Modernidad, según sus propios términos. Para Vattimo el fin de la Modernidad está definido por la muerte del arte.

Poco después de anunciar el fin del arte Danto admite que la expresión es incendiaria y que dicha imagen puede resultar exagerada. Viviendo en tiempos de estetización generalizada, todo lo contrario: su visión se queda corta, su aproximación resulta reducida; se moja tibiamente apenas. La realidad es un incendio fuera de control en el intangible sistema de valores del relato de la Globalización, un incendio mucho mayor que el del fuego de la libertad que se vive cuando los artistas se libraron de la carga de la historia y se hacen libres para hacer arte en cualquier sentido que desearan, por cualquier propósito que desearan, o sin ningún propósito, como afirma Danto. Se incendian las fundaciones mismas del mundo del Arte, pero eso lo ha sabido siempre su aparato institucional. Todos saben que las llamas nunca se apagaron desde ese día en que Marcel Duchamp puso una bomba en el sistema del Arte escondida bajo la forma de un orinal al que se le llamó Fuente. Al menos desde 1917 las instituciones del Arte se encuentran quemadas por los bombardeos de las guerrillas de las vanguardias artísticas, aunque eso no ha impedido la perfecta simulación de sus fachadas y del resto de las condiciones de su estado en el siglo XXI. La máquina de hacer dinero del mundo del Arte funciona a las mil maravillas. Lo que se quema ya hasta las cenizas es la fe en el Arte como mega relato, y más aún, como relato emancipador por naturaleza. Como logra ver Vattimo, la utopía metafísica del Arte como emancipación se ha terminado por convertir en una extensión del proceso de dominación que se emprende una vez se pone en marcha el despliegue del sistema capitalista. Pero en medio de esas cenizas nace la vida de nuevo, aunque quizás la hermenéutica nihilista de Vattimo no proporciona una visión que resulte suficiente para ver toda la realidad microscópica que subyace en medio de los procesos históricos macrovisibles. El libro La Muerte del Arte que edita Berel Lang, en el que se incluye el texto de El Fin del Arte de Danto, aparece en 1984, el mismo año de la gran distopía imaginada por George Orwell. Danto cree muy poco en el dominio sistemático pintado por Orwell, de pronto Vattimo se lo creyó todo entero. El filósofo analítico americano pierde visión por su poca fe en la ciencia ficción. El hermeneuta italiano, en cambio, la pierde por su exceso de fe en el nihilismo.

En medio del incendio de las estructuras y de los valores del orden simulado del sistema de vida global surge la vida. El fuego destruye para purificar y a la vez introduce las fuerzas para que la vida se desarrolle de nuevo. Después del fin del Arte como mega relato otra aproximación y otros usos de las artes emergen inéditos. La realidad vivida en la cotidianidad de las primeras décadas del siglo XXI lo confirma. Decía Gilles Deleuze que nunca había creído realmente en la muerte de la metafísica, y una cantidad ilimitada de artes en el nuevo milenio parece acordar con él en ese aspecto. Lo que la filosofía constructivista contemporánea concibe es una perspectiva microfísica de las fuerzas, porque es a través de ella que llegamos a ver la realidad más allá de lo visible, el territorio natural de la metafísica, el nombre occidental que desde la Antigua Grecia se utiliza para pensar lo que va más allá de la razón. Como Aristóteles sostiene, la metafísica es la primera filosofía. Porque el conocimiento ancestral, del que parte la filosofía griega antes de llegar a plantear su propia perspectiva occidental, viene de Oriente, en donde no hay manera de entender la realidad sin ver más allá de las realidades físicas. Es la perspectiva que presenta el Budismo, el mayor flujo de influencia en el pensamiento de los siglos anteriores al desarrollo del idealismo platónico, aunque remontándose a la prehistoria, al conocimiento seminal, antes de las primeras escrituras, de los Vedas, está el Tantra como fuente originaria de pensamiento de todos los cuerpos sutiles, microfísicos, que componen la vida atravesando su existencia física, justo lo que la física cuántica ha llegado a comprobar en sus teorías de las partícula subatómicas. Es, de hecho, la microfísica que se desarrolla a partir de la teoría de la relatividad y la física cuántica la visión con la cual Michel Foucault desarrolla su microfísica de las relaciones de poder, y son por cierto esos cuerpos sutiles tántricos de los que hablan Deleuze y Guattari al pensar los cuerpos sin órganos, las subjetivaciones sin sujeto, los puros circuito de intensidades. La microfísica del poder no sólo posibilita la micropolítica a partir de la cual se puede llegar a pensar integralmente las sociedades, la integridad material de las relaciones de poder, sino que además deja abierta la dimensión para lo que Carlos Castaneda llama lo desconocido. Es el mundo de las fuerzas, de lo “Nagual” según la tradición milenaria de los chamanes de lo que hoy es México, el conocimiento a partir del cual Deleuze y Guattari aprenden a pensar lo informe, el mismo mundo de las fuerzas del que habla el Tantra cuando piensa el kundalini shakti o el Tao cuando piensa el chi, el yin o el yang. La dimensión existencial de las fuerzas no es una creencia trascendental, es la realidad material que se encarna en todas las formas existentes. Las fuerzas son una realidad inmanente en la vida. La metafísica se desprende en el siglo XXI de cualquier tipo de explicaciones a partir de universales o trascendentales desde el constructivismo no humanista de la filosofía francesa post mayo del 68, tomando de este acontecimiento sus potencias subversivas y revolucionarias, para transformarse en microfísica de las relaciones de poder en las sociedades globalizadas.

Un constructivismo vitalista como el de Deleuze y Guattari deja ver mucho más allá de lo evidente que la hermenéutica nihilista de Vattimo o que la reflexión analítica de Danto. Deja ver que las Megacities de Cristopher Lee Martin son isomorfismos de algunos escenarios de Child of Eden de Tetsuya Mizuguchi, sobre todo en los que se construyen y se deconstruyen las esferas, los planetas prismáticos en componentes cúbicos e hipercúbicos visualizando bits como ladrillos. Dejar de pensar en términos de metáforas y usar mejor isomorfismos, como ellos nos enseñan, ayuda a ver, por ejemplo, que muchas de esas fotografías abstractas no objetivas de Lee Martins que aparecen en su calendario del año 2010 pintan los mismos haces de luz en el espacio que la serie de frecuencias que manipula Bodhisattva 13:20 en el track Mysterious Stranger que suena en este preciso instante de la fiesta. O podríamos viajar más lejos, y ver cómo los Liquid Crystal Environments de Gustav Metzger plasman una transmutación de las intensidades en sustancias líquidas de la misma manera que acontece en los medioambientes sonoros del psy trance líquido compilado en el disco Mentalism, y así, hasta el infinito, hasta donde nos lleva lo sublime aquí y ahora, trascendiendo sin trascendentales, tan sólo bailando al ritmo de la música. Tal vez lo que Vattimo no ve es que no hay por qué tener que escoger entre los dos horizontes qué el mismo ha ayudado a develar. La complejidad de la realidad social globalizada del siglo XXI indica que los dos horizontes se están viviendo simultáneamente: la muerte del Arte es la continuación de una serie de procesos históricos aprovechados por el sistema capitalista para desplegar su dominio, pero al mismo tiempo, también es el fin del arte como hecho específico y separado del resto de la existencia. La estetización general de la existencia, esa condición posmoderna de la sociedad contemporánea que Vattimo ayuda a ver, implica por su propia naturaleza, el fin del arte como hecho específico y separado del resto de la vida. Eso es lo que sucede cuando los chicos juegan frente a las pantallas en sus propias casas y cuando los jóvenes bailan al aire libre en las fiestas: las artes se experimentan como parte integral de la vida cotidiana y no como hechos específicos. Y sin embargo, es claro que las fiestas y los colectivos de psy trance sintonizados con la energía cósmica y con el despertar espiritual como habla Bodhisattva 13:20 constituyen apenas minorías en los gigantescos circuitos globales de música trance, porque las fiestas trance del mainstream, e incluso muchas fiestas de psy trance también, se producen únicamente como un medio rápido de lucro. Además, la magia de Tetsuya Mizuguchi no circula por el planeta solamente por buenas intenciones. A veces no caemos en cuenta, pero Child of Eden es un videojuego de X-Box 360, y esa consola es un producto de Microsoft. En el siglo XXI las experiencias místicas y sublimes ya no dependen de las religiones ni del Arte, pero empiezan a depender de las corporaciones. Es la época en que nuestra espiritualidad puede empezar a ser administrada por Microsoft. El slogan de Child of Eden, no podía ser otro, parece el de un gurú: Explora tus sentidos.

La más funcional de las contradicciones del Sistema se origina a partir de la estetización generalizada que despliega. A la vez aniquila el Arte como fenómeno específico y separado del resto de la vida social tanto como consolida los dispositivos de dominación del sistema de vida que propició esa separación de ámbitos específicos en las sociedades. Es una contradicción que le posibilita comenzar el siglo XXI con un mercado del Arte pujante, unas instituciones del mundo del Arte consolidadas y a la vez, un crecimiento del resto de los mercados a partir de sus nuevas relaciones con las artes gracias a las tecnologías digitales de expresión. Pero al mismo tiempo, a ciertas profundidades subterráneas y subyacentes, un proceso histórico revolucionario se ha ido gestando sin la guía de ningún proyecto, ningún programa, ningún manifiesto, ningún movimiento detrás dirigiéndolo. El Arte constituye un dispositivo y un mega relato fundamental del sistema de vida global. Pero ya que no existe más que simulado, la muerte del Arte debido a la estetización generalizada, conlleva a una potenciación de la vida diaria como territorio fértil para el desarrollo de una cantidad ilimitada de artes. Quién sabe. Tal vez Marx siempre tuvo razón: el capitalismo lleva en sí mismo los gérmenes de su propia destrucción. Cumple su ciclo, muere el Arte como mega relato, a la vez que renace de nuevo el arte como fuerza, el arte como afecto, el arte como costumbre de nuevo, el arte como algo próximo, como una parte integral de las vidas. Diez años después del diagnóstico de Vattimo las autopistas ciberespaciales de Internet se despliegan por el planeta. Veinte años después, las mayorías de las multitudes planetarias es usuaria de redes sociales virtuales, a través de las cuales circulan imágenes e información en proporciones nunca antes vistas. La época de la sociedad de masas es la del siglo XX. El siglo XXI abre la era de las redes sociales. Las utopías de experiencias rescatadas y reintegradas tal como las imaginaron las vanguardias artísticas no tuvieron lugar, pues el principal responsable de la integración de las vidas y la multiplicidad de sus experiencias es el propio Sistema. La Globalización es el proceso de integración de todas las relaciones planetarias en un único sistema de vida. La Globalización funciona a partir de cuatro valores básicos: integración, interdependencia, interconectividad y por último, un valor en el que está la clave de esa potenciación de la vida diaria como territorio fértil para el desarrollo de cantidades ilimitadas de artes: interactividad. Entramos en la era en la que todos devenimos potenciales creadores.

Rompiéndose las fronteras entre creadores y receptores el concepto de artista y del Arte como actividad específica tiene sus días contados. No importa cuánto tiempo permanezca en pie el mundo del Arte, no importa cuánto tiempo más se mantenga inflado el mercado del Arte. Esa otra realidad subyacente se abre paso, segundo a segundo, hasta romper las viejas hegemonías sostenidas a través de un sistema especializado, regulador y legitimador de las artes como Arte. Basta con salir de los circuitos del mundo del Arte, andar las calles y entrar a los mundos de los grupos, los colectivos y las individualidades que nos rodean para ver y sentir que en el siglo XXI la gente empieza a vivir más allá del mega relato del Arte. La fiesta de psy trance que Barrilonia ofrece a los transeúntes del centro de Barcelona no es más que el cierre explosivo de la jornada multimedia de artes compartidas que el centro social autogestionado ha programado. Las artes se sienten allí más vivas que nunca, y aún así, lo que se encarna y se manifiesta en las jornadas de puertas abiertas a los públicos no es esa experiencia estética que corresponde al mega relato del Arte propiamente, lo que se vive en la fiesta no son las experiencias elevadas del Arte ni de la Historia del Arte, ni del Arte como fenómeno específico o especializado. Allí las artes fluyen de un modo más natural, más espontáneo, más distribuido, más compartido, más accesible, mucho más interactivo, menos solemne, menos sistemático, menos comercial, menos legitimado y, por cierto, mucho menos autorizado. Más allá del mega relato del Arte. Estamos más allá del mega relato del Arte en el siglo XXI. Más allá, porque una realidad paralela a la del mundo del Arte que se esfuerza en salvaguardar el Arte como relato fundamental de la Civilización se desencadena y nada puede ya pararla. El proceso es imposible de detener, es irreversible. De la misma manera que las corporaciones capitalistas despliegan una voluntad de dominio al máximo, nuevos modos de vida con nuevas concepciones de mundo también se despliegan. Las corporaciones tratan de monopolizar hasta la espiritualidad de las mayorías, pero a la vez toda una vasta multiplicidad de minorías construye sus propios vehículos y sus propios territorios de espiritualidad. Incluso hasta el producto comercial de una corporación puede transformarse en vehículo de empoderamiento, todo depende de los usos y de las éticas con que guiemos nuestras acciones. Ese es el más allá del sistema de vida capitalista que existe como posibilidad real en el siglo XXI. Un más allá que se vive ahora mismo, no como futuro anunciado. Es una realidad palpable, aquí y ahora, como la fiesta, como la misma música electrónica líquida que suena, como los pies de la gente rebotando con las poderosas secciones rítmicas que nos conectan directamente con la Tierra.





Enlaces


Child of Eden – Prueba del juego por Tetsuya Mizuguchi: http://uk.xbox360.ign.com/articles/109/1098711p1.html

Child of Eden – Trailer oficial y entrevista a Tetsuya Mizuguchi: http://child-of-eden.us.ubi.com


Cristopher Lee Martin: http://christopherleemartin.com

Liquid Mind / Mentalism. Psycircle compilations: http://psycircle.com/site/content/conjugations



Jean Baudrillard, El complot del Arte:




Bibliografía


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Acerca del nacimiento y la muerte del hombre:
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Acerca de la microfísica del poder:
Michel Foucault, Vigilar y castigar. Siglo XXI, México, 1978.
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_____________, Microfísica del poder. La Piqueta. Madrid, 1993.

Acerca de la micropolítica del deseo, los isomorfismos y el constructivismo vitalista:
Gilles Deleuze / Félix Guattari, Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Pre-Textos, Valencia, 1992.

“El capitalismo lleva en sí mismo los gérmenes de su propia destrucción”, en:
Karl Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Alianza Editorial. Madrid, 2002.









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