Tocan el balón con rapidez y lo devuelven, pasan la pelota de arriba abajo, de lado a lado, de uno a uno, de uno a otro, la tocan todos, pasan y devuelven sin perder el balón, y así atraviesan toda la cancha, perseguidos por rivales hipnotizados, desgastados físicamente pero más aún mental y anímicamente por la impotencia de su propio juego. Todos defienden y todos atacan, como la naranja mecánica de Holanda en 1974, pero mucho más veloz, más exquisita y más letal en su veneno. Todos defienden y todos atacan, aquí no hay vedettes, si acaso lo que hay es estrellas, pero lo importante es la constelación entera. La supresión de los sistemas de poder centralizado, la apertura de una red con múltiples centros simultáneos e intercambiables, una verdadera máquina de guerra, la prioridad del equipo por encima del crack individual. Un orden táctico riguroso llevado a través de una entrega absoluta en cada balón luchado. Toda la magia del Brasil de 1970 y el de 1982, juntas, mezcladas, y agitadas con un chorro de velocidad y de esfuerzo físico al más puro estilo del fútbol inglés. Táctica de base para el desarrollo de su estrategia fulminante, basada en el control, en la posesión de la pelota, hasta hacerla suya por 90 minutos. Tener el balón, abrir los espacios, manejar los tiempos, provocar faltas, quebrar la moral de sus contrincantes, matar y rematar. Dale el balón al Barça y te mata: a los contrincantes que lo enfrentan, y al público que muere de placer, siempre un poco, al experimentar su juego.
Una máquina mortal de este tipo ejecuta un arte tan dedicado y tan poderoso que sus acciones van mucho más allá de la competencia. Más que un club, más que forma, es el espíritu, el afecto, es la emoción que transmiten, son las sensaciones que despiertan con cada filigrana, es la pasión que generan en su gente, es el amor que irradian con su juego. Un equipo cultivado por más de treinta años en la cantera de La Masía, la academia para los más jóvenes aspirantes, con dos décadas de influencia directa de fútbol total y de corazón absoluto ejecutado por Johan Cruyff, el gran padre de este gran proyecto del siglo XXI. Fútbol cultivado, juego cultivado, arte que se cultiva con niños, se cuida y se hace germinar en frutos de satisfacción. Se crea todo el tiempo juego colectivo a partir de los poderes individuales: la confianza de Valdés, el coraje de Puyol, la visión de Piqué, la constancia de Busquets, la lucidez de Xavi, la magia de Iniesta, la eficacia de Pedro y la genialidad desbordante de cada jugada de Messi, un talento algo más que humano, y un poder de creación con el balón sólo comparable a ciertos dioses y a Maradona, a pesar de lo cual el equipo no juega en función de él, sino él en función del equipo. Y luego está el ardor de Villa, la elegancia de Abidal, la osadía de Alves, el temple de Mascherano y así, hasta completar toda la plantilla. Un conjunto de talentos puestos en resonancia de la mano de Pep Guardiola, el cultivo del Barça que termina cultivando.
Rueda el balón, las fuerzas se despliegan; se pone en marcha la máquina de fútbol más potente desde el Milán de Arrigo Sacchi, incluso más que el Madrid de Di Stéfano, el Barcelona Fútbol Club de Guardiola es el equipo de máximo esplendor futbolístico, quizás, de todos los tiempos. Un juego guiado por una fuerza: la de la construcción. Pase a pase, toque a toque, los guerreros se mueven a través del campo y dejan a su paso las estelas de energía de sus jugadas, los vectores invisibles se van trazando y las fuerzas se van cruzando en el diagrama, ese que el rival no es capaz de ver, pero que el Barça traza como un mapa hacia el infinito, como los trazos de un lienzo detallados con cada pincelada, como un cuadro abstracto que conjura el caos componiendo jugadas. Pase a pase las jugadas se van tejiendo y esas fuerzas trazadas son los hilos intangibles que transmiten el poder explotar en gol. El Barcelona Fútbol Club es toda una institución, no sólo en Catanluya sino en el planeta entero. Pero además, y sin lugar a dudas, es la institución de Arte que ejerce más poder sobre las vidas. Infravalorada por el mundo del Arte, subestimada por algunos de los colectivos más libertarios, y sobrevalorada como alimento existencial por las mayorías, el Barça es una máquina de generar rentabilidad y de hacer crecer el capital, una marca millonaria, más aún que la de cualquier otra institución del mundo del Arte, que cuenta con una ventaja adicional: a diferencia del mundo del Arte, dedicado a simular la vieja gloria del Arte en pleno siglo XXI, el Barça genera arte en vivo y en directo, sets de improvisación actual durante 90 minutos, performances de creatividad arrolladora, de práctica cultivada y de espontaneidad abierta, de gestos físicos y microfísicos de ilimitadas posibilidades, la fuerza de lo sublime irradiada sobre un césped, la fiebre en las gradas, las bocas abiertas, los corazones palpitando, el soplo de vida con el que se impulsa el balón, el viento cósmico en una cancha y los espíritus compartidos, agitados, que se elevan.