La actual resonancia con las concepciones más ancestrales del arte


La experiencia del arte emergente en el siglo XXI es una multiplicidad ilimitada, en la que toda suerte de experiencias disímiles se ven atravesadas por un mismo espíritu que anima una concepción heterogénea del arte. Se despliegan artes a partir de las prácticas más ordinarias de la vida diaria, se despliegan artes cada vez más por parte de la gente común, por cualquiera, sin ninguna pretensión de estar haciendo obras de arte o de volverse artistas. Esa liberación del arte de la obra de Arte y del artista se produce por fuera de los circuitos del mundo del Arte, porque las instituciones del Arte y los agentes involucrados en sus procesos siguen manteniendo todo el apego por los valores de la obra de Arte genial y el Artista estrella, los valores que visibilizan los medios de comunicación más integrados al Sistema. Pero las realidades marginales emergentes, las de las minorías cada vez más gigantescas, evidencian que otra experiencia del arte ya se ha estado viviendo, ya se ha estado experimentando en los estados de cosas vividos globalmente. Experiencias en las que la gente común despliega arte a partir de lo que hace, igual que en las sociedades ancestrales, igual que en las primeras experiencias de las sociedades humanas con el arte. En las sociedades premodernas el arte hace parte integral de la vida diaria, igual que en el siglo XXI vuelve a hacerlo. Las artes más ancestrales, el arte de tallar, el arte de labrar, el arte de tejer, el arte de hacer el amor o las artes marciales, todas ellas, las artes primigenias, además de cantar, bailar y el arte de la arquitectura, de hacerse la propia casa, implican poner en acción alguna práctica. Detrás de cada arte hay una práctica, y a partir de cada práctica, sin importar cuál sea, podemos desplegar un arte, real y concretamente, sin esperar a ser reconocidos como artistas.




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