La vanguardia simulada del Arte en el siglo XXI


Lo que hace El Bulli parece un acontecimiento inclasificable, y a pesar de todo, el mismo Ferran Adrià ha llamado a su trabajo cocina de vanguardia; según él, aparte de la suya, no hay más que otras tres o cuatro cocinas de vanguardia en el planeta. Justo cuando el mundo del Arte parecía haber decretado el fin de las vanguardias artísticas aparece un nuevo vanguardismo que reterritorializa los valores tradicionales del Arte. Aparte del genio, Ferran Adrià viene a ofrecerle al mundo del Arte la vanguardia en plena era posthistórica. ¿Es vanguardia lo que hace El Bulli? ¿Es un artista vanguardista Ferran Adrià? El presente perpetuo en el que viven las sociedades contemporáneas, tal como lo hace ver Fredric Jameson, dificulta la construcción de horizontes de futuro. Por eso es tan difícil encontrar artistas o colectivos que voluntariamente se declaren a sí mismos como vanguardistas; en esa medida Adrià constituye una excepción que el mundo del Arte no podía darse el lujo de dejar de capitalizar. Como ayuda a dejar claro Jurgen Habermas, la vanguardia rompe con la tradición a la vez que anticipa un futuro. La potencia de anticipación para los tiempos por venir que puede llegar a encontrarse en la cocina de El Bulli tendría que ser rastreada a partir de la posible influencia de su poder de experimentación sobre los materiales de la vida cotidiana. Pero a diferencia de los movimientos de vanguardia del siglo XX la cocina de El Bulli no se anticipa a los tiempos por venir gracias a una voluntad de lucha de transformación de la realidad social, sino gracias al impacto innovador de sus técnicas, sus estilos y sus métodos; es decir, la anticipación en potencia de El Bulli es puramente formal, está vaciada de las fuerzas que llenaban el espíritu de las vanguardias. Aparte de las fuerzas de experimentación el Bulli no parece compartir más fuerzas con los revolucionarios movimientos de vanguardia. La revolución de El Bulli es formal, pero afectivamente es inexistente. El Bulli no lucha por revolucionar la vida cotidiana ni por transformar la sociedad. La cocina de vanguardia intenta romper la tradición sin luchar por otros modos de vida. Por eso la vanguardia de El Bulli constituye una simulación de la vanguardia, una vanguardia simulada.

Jean Baudrillard habla de los simulacros como artificios desreferencializados, imágenes que juegan libremente con un referente sin llegar estrictamente a representarlo. “El espacio de la simulación es el de la confusión de lo real y del modelo, ya no hay distancia crítica y especulativa de lo real a lo racional. No hay ni siquiera exactamente proyección de modelos en lo real, sino la transfiguración en el mismo lugar, aquí y ahora, de lo real en modelo. Corto circuito fantástico: lo real es hiperrealizado. Ni realizado ni idealizado: hiperrealizado. Lo hiperreal es la abolición de lo real no por destrucción violenta, sino por asunción, elevación a la potencia del modelo”, tal como plantea Baudrillard en Cultura y simulacro. Esto es lo que sucede con la voluntad de vanguardia de El Bulli: no es que la cocina de vanguardia no sea real, sino que su realidad es simulada. El Bulli usa la referencia de la vanguardia para caracterizar su propio trabajo sin realmente llegar a representarla. Aprovecha una fuerza en la que coinciden, su voluntad de experimentación y de ruptura con las tradiciones, para identificarse con ella, frívolamente, sin la más mínima crítica. A conveniencia renuncia a otros valores que constituyen y que definen el espíritu de vanguardia al abstenerse de promover cualquier tipo de lucha política que confronte directamente el sistema de vida, tal como las vanguardias lo hicieron. El Bulli toma toda la gloria del referente vanguardia, y luego se libra de toda la carga política que pueda resultar incómoda, para vender su creatividad y su experimentación desbordada sin tener que pasar por algún tipo de crítica de la realidad social. Por el contrario, siguiendo a Peter Bürger, lo que hace distinta a las vanguardias de cualquier otra expresión de Arte moderno es su explícita voluntad de luchar por transformaciones sociales, y concretamente, de disolver las fronteras entre Arte y vida cotidiana. Las vanguardias artísticas, todos esos movimientos llenos de genios fascinantes y obras revolucionarias, confrontaron cada una a su manera el sistema de vida capitalista. El Arte de las vanguardias era originalmente una respuesta a la mercantilización del Arte. Pero en las vanguardias simuladas ya no hay tal tipo de incompatibilidad con la mercancía. El Bulli al mismo tiempo puede transgredir las experiencias habituales del comer, puede pretender “violar el paladar” como el Adrià más “incendiario” llegaría a decir, y estar vendiendo un servicio de lujo en el mercado; los simulacros de vanguardia en el siglo XXI hacen convivir las contradicciones, como deja ver Jameson, sin ironía y sin crítica, más bien de manera frívola y distraída, pero también un poco más cínica. La transgresión de El Bulli es puramente formal, como la del Arte moderno no vanguardista, porque en lugar de transgredir los valores del sistema de vida lo que hace es, justamente, consolidarlos. Esa es la gran utilidad de los simulacros de vanguardia: logran, efectivamente, mantener la capacidad de asombro con sus gestos transgresores, pero sin ninguna posibilidad de peligro real para el Sistema.

La vanguardia simulada en el siglo XXI rompe las tradiciones mientras al mismo tiempo promueve la separación entre Arte y vida. Eso es exactamente lo que se simula: una integración entre la vida cotidiana y el Arte, pero más allá, en una realidad mucho más palpable, se ayuda a que ambas permanezcan como cosas separadas. Esta deconstrucción de oposiciones binarias, como la de Arte y vida, no se efectúa en tanto diseminación de la creatividad, ni como una fuga al logocentrismo del sistema de vida, sino como una diseminación de las prácticas artísticas en función de la expansión del mundo del Arte. Es decir, la vanguardia simulada no ayuda a disolver la separación entre Arte y vida sino que ayuda a reforzar su distanciamiento. Las paradojas de los simulacros: siempre plasman un nuevo proceso de integración de las líneas de fuga como reterritorializaciones del Sistema. La vanguardia artística se reterritorializa en pleno siglo XXI con la vanguardia simulada de la cocina vanguardista, en una compleja mezcla de valores modernos y posmodernos al mismo tiempo. La cocina de El Bulli es un ejemplo claro del gran Arte del siglo XXI en tanto plasma la mezcla de fuerzas de la modernidad y la posmodernidad que componen el aire de los tiempos de la globalización. Por un lado, cumple de manera impecable, de manera casi ideal con los dos requisitos básicos del Arte moderno: la originalidad y la innovación. Habrá muchos tipos de leche conocidos, pero Leche eléctrica sólo hay en el mundo de El Bulli. Lo que hace El Bulli es más original y más innovador que casi la totalidad del Arte contemporáneo que corre por los circuitos oficiales del Sistema. Es un sueño hecho realidad para todos los amantes del Arte clásico: las recetas de El Bulli son tan originales y tan innovadoras que casi sin discusión son elevadas a la categorías, no sólo de obras de Arte, sino de obras maestras. Las discusiones en torno a Ferran Adrià y El Bulli provienen de los propios artistas y de otros agentes del mundo del Arte que ven cómo su sector es invadido día a día por gente que proviene de otros ámbitos y de otras disciplinas, pero su originalidad y su innovación casi ni se discute. Es ese alto grado de consenso, ayudado a construir por los grandes medios de comunicación, el que hace de El Bulli un acontecimiento con tanta potencia de capitalización. Por eso más de una vez se ha hablado de Ferran Adrià como el Picasso del siglo XXI. Lo más conveniente para el mundo del Arte son los grandes genios y las obras maestras, a la manera del Arte moderno; después de todo, el Arte moderno constituye la continuación del clasicismo: el Arte del genio y de las obras maestras. La cocina de El Bulli es uno de los ejemplos más vivos de Arte moderno en tiempos de globalización y, sin embargo, plasma fidedignamente a la vez algunos de los valores de la posmodernidad que coexiste entre nosotros. Puede que la cocina de El Bulli sea vanguardista en lo arriesgada de su ruptura con la tradición culinaria, o que sea moderna por lo original de sus propuestas y por lo innovador de sus recetas; pero, ante todo, sigue siendo cocina. Ante todo, se sigue tratando del acto de cocinar, un acto que proviene de la vida cotidiana, es decir, de las artes de la vida diaria. Su asociación con lo cotidiano le proporciona a la cocina de El Bulli un poderoso vínculo con las fuerzas posmodernas que alimentan la hipermodernidad del sistema de vida global. Las obras de El Bulli son creaciones que se deshacen en la boca, obras de Arte efímeras, al más puro estilo del Arte posmoderno: el Arte vinculado con experiencias de la vida ordinaria. La conjunción entre lo moderno y lo posmoderno define el estado actual de hipermodernidad de la globalización.

La única forma que encuentra el mundo del Arte para entrar en sintonía con el proceso de popularización de la producción artística y la estetización de la vida cotidiana es buscar Arte en medio de las prácticas de la vida diaria. Como explica Nicolas Bourriaud al respecto del actual modus operandi del mundo del Arte, “la totalidad de la esfera de las relaciones humanas, el conjunto de los modos de encontrarse y crear relaciones, representa hoy objetos estéticos susceptibles de ser estudiados como tales”. Siguiendo esta línea de acción, el mundo del Arte se reajusta a sí mismo para legitimar aproximaciones al estudio y la explotación de la cotidianidad, a partir de perspectivas artísticas prácticas, como la Estética relacional, o perspectivas estéticas de corte teórico, como la Estética de lo cotidiano. Sin embargo, este tipo de líneas de investigación artística no constituyen intentos de disolución de las fronteras entre Arte y vida, ni mucho menos. “El primer lugar del arte, antes que la galería, es la totalidad de la sociedad”, dice Bourriaud, sólo para luego aclarar que “el arte no busca disolverse en lo social, sino ensanchar sus prerrogativas naturales”. En vía completamente opuesta al arte pionero en el abordaje de la poesía de la vida cotidiana de la modernidad el mundo del Arte en el siglo XXI pretende explotar la cotidianidad para extraer de ella obras de Arte, pero precisamente para seguir manteniendo una separación entre Arte y vida. Cuando el pensamiento de la Ilustración se despliega por Occidente, y con él la perspectiva del Arte como una instancia separada del resto de la vida social, el Romanticismo de las primeras décadas del siglo XIX comienza a recuperar el valor de las experiencias subjetivas ayudando a ensanchar las visiones y las sensibilidades acerca de la vida ordinaria. Las primeras proto-vanguardias, especialmente las visiones de los poetas malditos, terminan de propagar la fascinación por las experiencias mundanas de la vida de todos los días; la mirada del flâneur de Baudelaire, encontrando la poesía en la calle, en el mercado, en el boulevard, le abre la puerta por completo a la reivindicación de la vida cotidiana que las vanguardias del siglo XX llevarían a cabo. La lucha por la disolución de las fronteras entre Arte y vida se convierte en el único factor en común de los cientos de movimientos libertarios que emergen impulsados por una voluntad de mezclar el poder del arte y la política. Tras el auge del Arte y la cultura Pop de la década de 1960 la voluntad de lucha comienza a evaporarse a la vez que los movimientos de vanguardia se desgastan, y aun así, la fascinación por la vida cotidiana no para de crecer en medio de ámbitos artísticos cada vez más desdibujados en sus fronteras debido al macro proceso de estetización de la vida cotidiana que se despliega globalmente desde final del siglo XX. Finalmente, el mundo del Arte normaliza el estudio y la explotación de la vida cotidiana sin voluntad de transformación política, tal como actualmente ocurre en el nuevo milenio. Al mundo del Arte no le interesa en lo más mínimo transformar la cotidianidad de las vidas de la gente; lo único que le interesa es sacar de la cotidianidad objetos o experiencias que puedan capitalizarse como obras de Arte y, desde luego, intentar razonar luego acerca del por qué resulta legítimo considerar tal u otro elemento de la vida ordinaria como una obra de Arte. Los vericuetos de la Estética de lo cotidiano llevan a perdernos en medio de retóricas formales a partir de las cuales se intenta justificar que el mundo del Arte recurra a la vida ordinaria para poder encontrar el Arte que necesita. Desde luego, está el peligro de que cada vez más experiencias ordinarias se pretendan convertir en obras de Arte; pero para eso están los funcionarios del mundo del Arte: para autorizar la entrada o para negar el acceso a sus circuitos. Para impedir que cualquier cosa se pueda convertir en Arte, porque si eso sigue ocurriendo, entonces el sentido mismo del Arte como valor e institución separada del resto de la vida social perdería toda su razón de ser.

Para el mundo del Arte en el siglo XXI es muy importante dejar claro, tanto internamente como para el resto de la sociedad, que hoy en día cualquier cosa puede convertirse en Arte si, y sólo si, así lo llega a decidir el mundo del Arte. De lo contrario todo deberá seguir permaneciendo “en su lugar”: es decir, la cotidianidad en la vida cotidiana y el gran Arte en el mundo del Arte. El poder de trasfiguración del lugar común en obra de Arte sólo pueden detentarlo los agentes del mundo del Arte. De este modo, según el mundo del Arte la ecuación resulta clara: lo cotidiano se puede convertir en Arte, pero no se puede permitir que el Arte se convierta en algo cotidiano. El Arte, aun cuando es consciente de que ya no puede pretender ser una actividad especializada, no puede dejar de pretender presentarse como un mundo aparte, un mundo separado de la vida de la gente común. Una de las ilusiones que en pleno proceso de estetización generalizada aún se intentan vender es la imagen del mundo del Arte como un espacio-tiempo privilegiado para la libre experimentación. Simulando la vigencia del espíritu de las vanguardias hasta nuestros días el mundo del Arte continúa ofreciéndose hacia el resto de la sociedad como un terreno fértil para experimentar con materiales, medios, relaciones, ideas, sensaciones, experimentar todo aquello que no experimentamos en la vida normal. Pero la experimentación también se ha popularizado, hasta el punto de que el Arte experimental se ha terminado por convertir en uno de los lugares comunes de los artistas contemporáneos. En una época en la que gracias a la accesibilidad a las nuevas tecnologías por parte de las multitudes cualquiera está en capacidad de experimentar, la experimentación en terrenos inexplorados que ejecuta El Bulli destaca por encima de las demás. Productos de máxima calidad, tecnología de punta, personal de apoyo, altos presupuestos y una financiación corporativa a gran escala hacen de El Bulli una poderosa maquinaria de exploración y experimentación culinaria. En el año 2011 El Bulli cierra sus puertas como restaurante y pasa a convertirse en un Centro de Creatividad bajo el nombre Fundación El Bulli, un centro patrocinado por múltiples instituciones y varias empresas privadas. Setecientos mil euros al año destinados a la investigación culinaria en manos del equipo de trabajo de El Bulli, varias decenas de personas dedicadas por completo a algo que llaman Cocina Creativa. “La fundación será el sueño de todo cocinero al que le guste la creatividad”, declaró Ferran Adrià a la prensa. Toda la infraestructura, toda la tecnología, todo el presupuesto y todo el apoyo institucional y mediático necesario, en plenos años de crisis económica, se ponen al servicio de Adrià y El Bulli para gestionar cualquier proceso creativo que ellos quieran explorar. Se trata quizás del equipo de trabajo que cuenta con las condiciones más privilegiadas para dedicarse a la experimentación y a la creatividad sobre el planeta. Una vez más, con El Bulli se halla lo que casi nadie más está en capacidad de hacer, en este caso, la experimentación que casi nadie en el planeta está en condiciones de llevar a cabo. El Bulli pasa de ser un restaurante experimental a convertirse en un auténtico laboratorio para la investigación culinaria. Cuando la experimentación cruza umbrales tecnológicos y metodológicos como los de El Bulli, en donde la gastronomía se explora directamente de la mano de la ciencia, el mundo del Arte encuentra las mejores oportunidades para capitalizar iniciativas. El Arte ya no necesita tanto distinguirse de la ciencia como, más bien, necesita encontrar casos en los que se confunda con ella, porque así legitima el valor de sus propuestas y encuentra los elementos para distinguirse de las iniciativas más populares. La ciencia ayuda al Arte a alejarla de lo ordinario.

La experimentación de El Bulli ha desembocado en la creación de técnicas innovadoras, técnicas de esterificación, encapsulación, liofilización, destilado, la técnica de nitrógeno líquido, y hasta técnicas de humo. En la disolución absoluta de las fronteras entre lo dulce y lo salado, con sus sorbetes salados, sus tapas dulces y sus gelatinas calientes. En la ruptura, incluso, de todos los protocolos y las formas de presentación de la comida, ofreciendo los postres antes que los platos fuertes, o acompañando unas ostras con audífonos y un iPod reproduciendo el sonido del mar. Las experiencias de El Bulli son siempre singulares, su experimentación, afortunada o no, siempre es real. La voluntad de Ferran Adrià de romper las convenciones gastronómicas es más que evidente, pero la imaginación y la creatividad que pone en juego para hallar las salidas a los códigos culinarios también es igualmente palpable. De hecho, en una época en que la Estética Relacional intentó llevar a un segundo plano el Arte que consiste en creaciones originales, lo que hace El Bulli resulta más valioso que nunca para el mundo del Arte. Creaciones innovadoras y originales, creación pura y dura, como casi ya no se consigue. Portando la antorcha de una de sus grandes influencias, Jacques Maximin, se suele oír repetir a Ferran Adrià todo el tiempo la frase “la creatividad es no copiar”, esgrimiendo la bandera de la creatividad ideal, al mejor estilo platónico. “Los que pueden, hacen; los que no pueden, imitan”, reza la vieja máxima de Platón, y Adrià y su equipo de trabajo en El Bulli vienen a ponerla en práctica, mientras el mundo del Arte capitaliza el intento. Una voluntad de creación tan entusiasta no se veía desde los viejos tiempos de las vanguardias. Sin embargo, la voluntad de creación de Adrià no sale del laboratorio, pues la voluntad de crear una nueva sociedad, a diferencia del espíritu vanguardista, no hace parte de su proyecto. Casi todas las fuerzas vanguardistas se activan en pleno siglo XXI a través de Adrià y El Bulli, excepto las fuerzas de transformación social. La ruptura de los códigos se queda sobre la mesa, porque los códigos sociales se mantienen intactos. El simulacro de vanguardia ofrece el espectáculo de la transgresión donde no pueda hacer daño, mientras el espíritu de la vanguardia se mantiene ajeno todo el tiempo a la experiencia. La única potencia revolucionaria más allá de lo formal que ofrece El Bulli radica en la influencia que puede llegar a tener sobre las prácticas de la vida cotidiana, en los momentos de experimentación en la cocina por la gente común. Pero mientras tanto, el mundo del Arte seguirá dedicado a extraer Arte de la cotidianidad, en lugar de enseñarnos a volver la cotidianidad una cuestión de arte, como se hace con el arte de la cocina.



Bibliografía

Acerca de los simulacros y la simulación:
Jean Baudrillard, Cultura y simulacro. Kairós, Barcelona, 1988.
_____________, El crimen perfecto. Anagrama, Barcelona, 1996.

Acerca de la condición transestética de las sociedades contemporáneas:
Jean Baudrillard, Transparency of evil. Verso, London, 1993.

Acerca de la especulación del mercado del Arte:
Jean Baudrillard, El complot del arte. Amorrortu. Buenos Aires, 2006.

Acerca del éxtasis de la comunicación:
Jean Baudrillard. El éxtasis de la comunicación. En Hal Foster (Ed.), La Postmodernidad. Kairós. Barcelona, 1985.

Acerca de la diferencia entre Arte moderno y vanguardias artísticas:
Peter Bürger, Teoría de la vanguardia, Península. Buenos Aires, 1987.
Jurgen Habermas, La modernidad un proyecto incompleto: http://www.cenart.gob.mx/datalab/download/Habermas.pdf

Acerca del presente perpetuo:
Fredric Jameson, Teoría de la posmodernidad. Trotta, Madrid, 1998.

Acerca de la Estética relacional:
Nicolas Bourriaud, Estética relacional. Adriana Hidalgo Editorial. Buenos Aires, 2007.

Acerca de la Estética de lo cotidiano:
Andrew Light / Jonathan M. Smith, (Eds.), The Aesthetics of Everyday Life. Columbia U.P. Nueva York, 2005.
Yuriko Saito, Everyday Aesthetics. Oxford U.P. Oxford. 2010.

Acerca de El Bulli:
Vicente Todolí / Richard Hamilton (Eds.), Comer para pensar, pensar para comer. Actar. Barcelona, 2009.


Enlaces

El Bulli: http://www.elbulli.com/

Síntesis de la cocina de El Bulli: http://www.elbulli.com/sintesis/index.php?lang=es









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